Explosión del hotel Saratoga y nuestro derecho a cuestionarlo todo
Aún no he escuchado a ningún periodista de los medios oficiales preguntar si los demás hoteles son igual de inseguros que el Saratoga. Nadie de la prensa “autorizada” ha preguntado a los funcionarios públicos cómo un depósito de gas pudo estar allí tanto tiempo donde no debía.
LA HABANA, Cuba. – No fueron ni la prensa independiente ni los medios foráneos quienes divulgaron como noticia la posibilidad de que la explosión del hotel Saratoga en La Habana se debiera a un atentado. Tampoco fueron las personas en las redes sociales quienes comenzaron a “regar la bola” por “iniciativa personal” sino solo cuando, ya a través de mensajes de sms o ya por grupos de WhatsApp y similares, como reacción inmediata al caos, el régimen comenzó la movilización urgente de sus “brigadas de respuesta rápida”, que es el eufemismo usado para no llamar por su verdadero nombre a las turbas violentas de represores que, vestidos de civil, hacen el trabajo sucio de la policía política.
He revisado con minuciosidad las notas generadas y titulares en la prensa no oficialista y no existe siquiera uno que se haya arriesgado a divulgar las palabras “atentado” y “bomba”, a pesar de que ya eran gritadas a voces en las calles cubanas.
Con total profesionalismo, inmediatez y, por tal motivo, de un modo más que loable —teniendo en cuenta, además, lo difícil que resulta para los corresponsales en Cuba realizar su labor en un contexto donde los medios independientes son criminalizados— todos se limitaron a informar ateniéndose a la evidencia, a lo verificable, aun cuando los medios oficialistas hacían silencio, probablemente a la espera de la autorización del Partido Comunista, así como de la pauta a seguir.
Además de la activación de los grupos represores, la magnitud de la catástrofe y de la paranoia sobre el “enemigo” que nos han inoculado durante más de 60 años —y sobre la cual ha escrito Ana León en un excelente artículo de opinión—, otros elementos anteriores a la explosión dejaban abierta la posibilidad de que podía haber sido un atentado: se desarrollaba la Feria del Turismo, estaba por llegar a Cuba el presidente de México, la ubicación del hotel en el principal “circuito de lujo” de la hotelería en la Isla y frente al Capitolio, su próxima reapertura, los movilización policial la víspera de la tragedia —notablemente más activa que en jornadas anteriores quizás con motivo de la visita de AMLO—, el inesperado anuncio del cierre de la calle 23 en el Vedado para realizar labores relacionadas con la demolición del antiguo restaurante Moscú y la construcción de la llamada “Torre K”, aun cuando durante meses y habiéndose ejecutado otras acciones más complejas, esa vía —entre las más populosas de la capital— no había sido cerrada.
En fin, demasiadas cosas para no evitar pensar en lo peor, es decir, en una acción terrorista que no favorecería a ningún grupo político ni a ninguna causa, una acción criminal con la que nadie quisiera ser relacionado.
Pero eso no quiere decir que no se haya pensado, casi de manera general, en la posibilidad de que no fuera un accidente, de modo que calificar de “dañinos”, “malintencionados” y “perversos” los rumores sobre un atentado, apenas minutos después de ocurrida la explosión y sin ninguna certeza de lo que estaba ocurriendo, sí son declaraciones dañinas, malintencionadas, perversas, más cuando provienen de figuras públicas que debieran usar el momento para transmitir otros mensajes más oportunos y no esas acusaciones infundadas que, evidentemente, sí buscaban politizar el suceso, aprovecharlo para su “causa”.
Como sucedió con todos lo que supimos del hecho al instante de ocurrir, igual pensé en una bomba porque fue lo único que escuché decir a todos a los que preguntaba, algunos de los cuales hasta me mostraron, como prueba de que decían la verdad, esos sms que llegaron a sus teléfonos llamando a la movilización de los grupos violentos del oficialismo como si se tratara de un “ataque del enemigo”.
De modo que buena parte de esa “desinformación” y “falta de sensibilidad” que hoy el régimen y sus voceros buscan atribuir a la prensa independiente (y a quienes ejercen su legítimo derecho a expresarse libremente en las redes sociales), no solo tuvo su origen en el propio discurso del régimen sino que fue fomentada de manera consciente, quizás buscando el rechazo popular hacia una prensa que constantemente los cuestiona, los presiona, los denuncia, los expone, no se les subordina y que no mordió el anzuelo. Que solo hizo, de la manera que pudo en medio de la adversidad, el trabajo informativo con la calidad e inmediatez con que debieron obrar los “periodistas autorizados”, pero ya sabemos cómo estos se ganan el sustento y a las órdenes de quién.
Sé que algunos comentarán, como respuesta a estas líneas mías, sobre el buen trabajo que han hecho algunos profesionales de la información —amén de lo que hayan dicho o hecho con anterioridad—, desde y para los medios oficialistas. También señalarán como positiva la cobertura del suceso, que sin dudas ha sido inusual —recordemos el silencio y desinformación alrededor de la catástrofe aérea de mayo de 2018, de la que, a pesar del informe oficial, aún no sabemos toda la verdad—, pero debo llamar la atención sobre algo que no debiera confundirnos, no cuando es legítimo exigir nuestro derecho a informarnos y es obligación de la prensa disipar nuestras dudas, sobre todo las más urgentes porque un desastre de igual o mayor magnitud pudiera volver a ocurrir, en tanto aún no se tiene certeza de lo sucedido pero sí de lo vulnerables que son los hoteles de la Isla al poseer sistemas de aprovisionamiento y almacenaje de combustibles tan peligrosos como el del Saratoga.
No he escuchado aún a ninguno de esos periodistas del oficialismo preguntar ni al jefe de bomberos ni a los directivos de Turismo si los demás hoteles son igual de inseguros. Nadie de la prensa “autorizada” ha preguntado a los funcionarios públicos cómo un depósito de gas pudo estar allí tanto tiempo donde no debía. Ninguno se ha dedicado a indagar si los hoteles Manzana, Gran Packard, Inglaterra, Parque Central, Paseo del Prado y los demás en las proximidades del Saratoga, que son más de una decena, corren el mismo peligro. ¿Qué van a hacer para que no vuelva a ocurrir? Sencillamente no se toca el tema. De eso no se habla. O mejor dicho, no les dejan informar.
No he visto aún el primer reportaje del Noticiero de la TV cubana donde se nos advierta cuáles son las instalaciones hoteleras o extrahoteleras donde pudiéramos estar en riesgo de morir.
Tampoco, por otra parte, después de tantos pedidos de donaciones (en MLC) y ayudas materiales, se ha dicho cuánto dinero destinará Gaviota S.A., dueña del hotel siniestrado, para resarcir a las familias afectadas.
¿Por qué ningún periodista nos ha explicado cómo en medio de una de las peores crisis económicas se pretende “reconstruir” el Saratoga, una acción compleja que absorberá recursos que no fueron planificados? ¿Por qué no se destina ese dinero a compensar materialmente a las familias de las víctimas? ¿Por qué no sumarlo a los gastos que demandaría la modernización de instalaciones y tecnologías para el trasiego y almacenamiento de combustibles, al ajuste de los sistemas de acuerdo con las normas internacionales que garantizan más seguridad?
¿Alguien se ha puesto a pensar en la posibilidad de que este lamentable y trágico suceso que nos ha enlutado a todos no solo actúe negativamente en la futura ocupación del Saratoga reconstruido (demasiadas muertes y lágrimas para intentar alzar sobre ellas la diversión y el relax que suponen un hotel de cinco estrellas) sino que lo haga en los indicadores del turismo cubano en general?
¿Es prudente rescatar el hotel ahora mismo, o se trata solo de una de tantas bravuconadas propagandísticas apenas para decir al mundo lo “grandes que somos”, a la vez que obligarnos a callar cuán pobres y hambrientos están los cientos de miles de hombres y mujeres que no tienen derecho a opinar ni a ser informados debidamente?
Me hago estas y otras preguntas no como periodista o escritor que hace periodismo, sino con los derechos a cuestionar y a expresarme públicamente que me asisten como ser humano, pero también por la necesidad de alertar a cuantos me lean para que algo así de terrible no vuelva a ocurrir.
No obstante, para quienes piden no “politizar” el tema, debo recordar que la tarea del periodista es ser molesto en todo momento, para así esclarecer y anticiparse a las situaciones aunque a veces termine “acusado” de “insensible” o “irrespetuoso”.
Hacer lo que se debe hacer no es “lucrar con el dolor de las víctimas”, porque víctimas somos todos en este instante, tampoco es “politizar” el tema del Saratoga, que sin dudas pasa por la política aunque en realidad no sea el momento más certero para expresar ciertos juicios y que sean debidamente debatidos pero así como ahora me hago estas preguntas, continuaré haciendo otras y buscando las respuestas dónde haya que buscarlas. Espero que los demás hagan lo mismo, cada cual a su modo. Es lo más noble que podemos hacer por quienes ya no están, por sus familias hundidas en el dolor y por quienes hoy sobrevivimos presas del miedo.