Escándalo en la ONU: muchos préstamos apresurados, proyectos inconclusos y funcionarios temerarios
Una agencia de las Naciones Unidas decidió otorgar varios préstamos a diversos proyectos de una sola familia. Pero no fue una buena idea.
Dos funcionarios en Naciones Unidas tenían un problema. La agencia poco conocida que dirigían tenía un excedente de 61 millones de dólares y no sabían qué hacer con él.
Luego conocieron a un hombre en una fiesta.
Ahora tienen 25 millones de dólares menos.
En el ínterin, hubo una serie de desconcertantes decisiones financieras en las que diplomáticos expertos confiaron decenas de millones de dólares, la totalidad de la cartera de inversiones de la agencia en ese entonces, a un empresario británico tras conocerlo en la fiesta. También le dieron a la hija del hombre 3 millones de dólares para producir una canción pop, un videojuego y un sitio web para crear conciencia sobre las amenazas ambientales que enfrentan los océanos del mundo.
Las cosas no salieron bien.
Aunque los auditores de las Naciones Unidas afirmaron que los negocios del empresario habían incumplido el pago de préstamos por más de 22 millones de dólares —dinero que supuestamente se destinaría a ayudar a países en desarrollo— la agencia, la Oficina de las Naciones Unidas de Servicios para Proyectos, declaró en un comunicado el mes pasado que “los fondos están en riesgo, pero hasta la fecha no se han perdido”. La agencia agregó que haría uso de “todos los recursos jurídicos disponibles para proteger sus operaciones y activos, incluyendo la recuperación de los pagos que se le deben”.
La historia detrás de estas inversiones descabelladas era, en ocasiones, surrealista. Hubo una intervención del hombre de origen italiano que presentó a Donald Trump con una modelo llamada Melania Knauss, la futura primera dama. Hubo un concierto en la sala casi vacía de la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde una diplomática noruega y una banda de acompañamiento cantaron una canción sobre los océanos que decía: “Just a drop of rain / That’s all I am” (Solo una gota de lluvia / Eso es todo lo que soy).
Sin embargo, diplomáticos y exfuncionarios de las Naciones Unidas dicen que esta historia también demuestra lo que los críticos describen como un problema grave dentro de la organización: una cultura de impunidad entres los altos dirigentes, que manejan enormes presupuestos con poca supervisión externa.
“¿Cómo se dice cuando te crees Dios?”, preguntó Jonas Svensson, quien hace poco se retiró de la Oficina de Servicios para Proyectos. Svensson declaró que sus jefes actuaban con una combinación rara de muy poca preparación y demasiada tolerancia al riesgo, además del poder para ejecutar malas ideas hasta las últimas consecuencias.
“La ambición y la estupidez los llevaron a estrellarse directo contra un muro”, describió Svensson.
La primera semana de mayo, un portavoz de la ONU, Stéphane Dujarric, declaró que la institución había finalizado una investigación interna sobre las transacciones, pero se rehusó a revelar los hallazgos. Comentó que el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, tomaría “las medidas adecuadas con respecto a los hallazgos del informe de investigación una vez que sea revisado y analizado”.
La más alta funcionaria de la Oficina de Servicios para Proyectos, Grete Faremo, de Noruega, anunció el domingo que renuncia a su cargo.
Faremo planeaba jubilarse en septiembre, pero, en una carta enviada a sus empleados horas después de que este artículo se publicara, dijo que se nombraría un remplazo interino “inminentemente”.
“Sin conocer por completo esta historia, sé que sucedió bajo mi supervisión”, escribió Faremo en la carta que obtuvo The New York Times. La funcionaria dijo que había informado a Guterres de su decisión el viernes. “Reconozco mi responsabilidad y he decidido renunciar”.
Al segundo funcionario de mayor rango en la agencia, Vitaly Vanshelboim, de Ucrania, se le impuso una licencia administrativa debido a la investigación. Y declinó comentar su situación.
Un bufete jurídico de Londres que representa al empresario británico David Kendrick, y a su hija, Daisy Kendrick, publicó comunicados en los que afirma que ninguno de los dos cometió ningún acto indebido. El despacho indicó que las empresas de David Kendrick habían enfrentado obstáculos derivados de la pandemia y de las decisiones de gobiernos extranjeros.
“Nuestros clientes creen firmemente en los proyectos que dirigen y en su capacidad para llevarlos a cabo, y lamentan el hecho de que, por causas ajenas a su voluntad, parecen haberse convertido en el blanco de una campaña que pretende dañar su reputación”, escribió el despacho de abogados Carter-Ruck.
El caso ha estado en boca de todos en las Naciones Unidas tras una serie de publicaciones escritas por Mukesh Kapila, un exfuncionario de la organización que es muy conocido por los diplomáticos y un artículo por el sitio de noticias Devex. The New York Times reconstruyó la historia de los millones perdidos a partir de documentos de los auditores de la ONU, registros comerciales y entrevistas con decenas de personas en ocho países.
Una fiesta en Nueva York
La fiesta en la que comenzó todo sucedió en 2015 en los 464 metros cuadrados de un departamento neoyorquino repleto de antigüedades, propiedad de Gloria Starr Kins, editora de 95 años de una revista de la sociedad diplomática que cubre fiestas y eventos de Naciones Unidas.
La anfitriona de la fiesta era Faremo, quien fue ministra de Justicia y de Defensa de Noruega. En 2014, asumió la dirección ejecutiva de la Oficina de Servicios para Proyectos y después afirmó haber logrado que la agencia fuera más eficiente y menos aversa al riesgo: “Se eliminaron más de 1200 páginas de normas”. Entre los invitados también estaba Vanshelboim, veterano de las Naciones Unidas y genio de las finanzas que se describe a sí mismo en LinkedIn como un “TRIUNFADOR SERIAL”.
Su agencia era una de las menos glamurosas de las Naciones Unidas: una especie de contratista general para el mundo. Otras agencias de la organización la contrataban para construir escuelas y caminos, entregar equipo médico o realizar otras tareas logísticas.
Ese trabajo era muy importante y vital. Pero, en la ONU, el prestigio provenía de aparecer en los escenarios, otorgar subvenciones y girar órdenes. Su oficina no hacía ninguna de esas cosas.
Pero eso iba a cambiar.
“Quería dejar de ser el socio silencioso”, escribió Faremo.
Su agencia había acumulado decenas de millones de dólares en excedentes pagados por otras agencias de la ONU, y ahora ella y Vanshelboim querían ofrecer el dinero en forma de préstamos, como un banco, para financiar proyectos con fines lucrativos en países en vías de desarrollo. En vez de una oficina de contratación rutinaria, administrarían una revolucionaria firma interna de inversión.
Sin embargo, no habían encontrado a quién ofrecerle los préstamos. Ese era el objetivo de la fiesta.