Guy Sorman: Una Europa multicolor
¿Cómo interpretar esta nueva diversidad de la clase política dirigente en Europa? ¿Está cediendo nuestro continente a la moda intelectual del multiculturalismo? ¿Cambiará Europa de color de piel, de cultura y de tradición a riesgo de perder el alma? Algunos lo temen, pero la historia nos enseña lo contrario
Durante mucho tiempo, Europa fue blanca y cristiana, pero ya no lo es en absoluto. Pongo como prueba de ello la increíble audacia del presidente Macron, reflejada en la composición de su flamante Gobierno. La nueva primera ministra es una mujer, algo corriente en el norte de Europa, pero no en el sur; en Francia solo es la segunda vez. Esta primera ministra es de origen judío, lo que no es del todo nuevo (ha habido dos precedentes), pero esta vez, a diferencia de las pasadas, nadie se ha fijado. El antisionismo no ha desaparecido de nuestro continente, pero el antisemitismo se ha vuelto insignificante, sin ninguna influencia intelectual ni política. Y lo que es aún más innovador, el nuevo ministro de Educación Nacional, Pap Ndiaye, es negro, de origen senegalés.
Hasta ahora, era un académico reconocido, el primero que describió en Francia la historia y la condición de los africanos en Francia. Y ahora es el encargado de enseñar a los jóvenes franceses que se puede ser negro y francés. Su nombramiento no ha levantado una tormenta con connotaciones racistas.
Al mismo tiempo, la nueva ministra para los Territorios de Ultramar (Antillas y Pacífico) declaró durante su primer discurso que era hora de enfrentarse a la responsabilidad de Francia en la historia de la esclavitud africana. Es cierto que el presidente Macron la había precedido, y declaró durante un viaje a Burkina Faso que la colonización de África fue un crimen contra la humanidad. Su discurso, en total ruptura con el narcisismo francés sobre el tema, pasó extrañamente desapercibido, aunque señalaba un giro histórico. Hasta entonces los franceses estábamos convencidos de que habíamos llevado la civilización a los africanos; yo lo aprendí en la escuela.
Y por último, la nueva ministra de Cultura, Rima Abdul Malak, es de origen árabe, nacida en Líbano. El nuevo rostro de Francia es, por lo tanto, judío, árabe y africano. Sabemos que la alcaldesa de París es de origen español, pero España y Francia son tradicionalmente europeos. Entre nuestros vecinos, recordemos que el alcalde de Londres es de origen pakistaní, al igual que el ministro de Hacienda de Gran Bretaña.
¿Cómo interpretar esta nueva diversidad de la clase política dirigente en Europa? ¿Está cediendo nuestro continente a la moda intelectual del multiculturalismo? ¿Cambiará Europa de color de piel, de cultura y de tradición a riesgo de perder el alma? Algunos lo temen, pero la historia nos enseña lo contrario: Europa nunca ha sido una etnia, nunca ha estado encerrada en sí misma. Los emperadores romanos ya venían de otros lugares. Eran originarios de España (Trajano y Adriano), del norte de África (Septimio Severo) o de los Balcanes, pero no por ello eran menos romanos.
Europa, al enlazar de nuevo con esta antigua tradición, no se empobrece, sino que se enriquece con estas aportaciones llegadas de otros lugares. Y no es ni mucho menos Europa la que se desmorona, sino el resto del mundo el que se europeíza. Nadie emigra voluntariamente de Europa a África o Siria; el movimiento es inverso. Los inmigrantes no aspiran a recrear su miserable forma de vida en el continente europeo, ni a imponernos sus costumbres. Por cada yihadista desquiciado, hay millones de árabes y africanos en busca de democracia y laicismo. Fíjense en los ucranianos, que luchan con la energía de la desesperación para, a su vez, ser reconocidos como auténticos europeos.
La primera declaración pública de Pap Ndiaye fue para dar las gracias a la escuela republicana francesa que lo formó; se enorgullece de ser producto de esta enseñanza republicana y europea y desea que todos se beneficien de esa misma enseñanza, cualquiera que sea su origen. Le deseamos éxito. También le pedimos que no sacrifique su origen senegalés porque, sin duda alguna, la cultura europea se verá beneficiada al enriquecerse con su aportación africana.
¿Serán mis declaraciones demasiado optimistas? Sin duda están marcadas por mi propia historia: soy hijo de la escuela republicana francesa, mientras que mi padre vino de Polonia y mi madre de Ucrania. Pero más allá de mi caso personal, tan corriente, reproducido en nuestro continente en millones de ejemplos, observo que los países más prósperos y libres resultan ser los más diversificados: Alemania, que tiene millones de turcos y sirios; Francia, enriquecida por millones de polacos, españoles, portugueses, italianos, libaneses, árabes y africanos; Gran Bretaña, a la que suponemos xenófoba, pero que ha integrado a millones de indios y antillanos. Por el contrario, los países europeos más pobres y menos liberales -Hungría, Polonia y Serbia- son los que se consideran más apegados a su grupo étnico.
Amemos la diversidad, porque nos enriquece, económica y moralmente.