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Más sobre Objetivo Estratégico: “Nicaragua sin Somoza”, “Nicaragua sin Ortega”

 

En la nota anterior he propuesto que el objetivo estratégico de nuestra lucha en Nicaragua es una revolución democráticadesmantelar el sistema de poder que sostiene a la dictadura y reemplazarlo con un sistema democrático, que disperse permanentemente el poder político y el poder económico.

Es decir, el objetivo estratégico es el destino final de este viaje, la última parada, el objetivo último de todas las acciones de lucha, de todos los trabajos políticos, organizativos, propagandísticos, diplomáticos, etcétera. Una vez alcanzado ese objetivo, el viaje de la vida social continúa, se abre el horizonte a necesidades y posibilidades, a alianzas y conflictos que solo entonces podrán ser sujetos de acción política.

Mientras tanto, y por esa razón, debemos estar claros: la revolución democrática es, desde un punto de vista racional, pragmático, la última parada de la ruta. La revolución democrática no es un mediosino un finel fin último. La revolución democrática no es un instrumento, sino un objetivo: el objetivo estratégico. La revolución democrática no es una forma de luchaes la meta final cuya luz puede verse a la distancia, el punto en el horizonte hacia el que hay que apuntar, y que debemos tener siempre en la mira para que nuestros pasos intermedios no nos pierdan.

Lo que la revolución democrática es (el objetivo final), y lo que no es (una forma de lucha, un instrumento, un medio) hay que reafirmarlo para poder aclarar las confusiones que dificultan el diálogo entre los ciudadanos descontentos con el actual orden de cosas, y dificultan la construcción de una alternativa a este. La confusión no solo hace más difícil un diálogo honesto, sino que facilita el engaño al harén de demagogos y embaucadores al servicio de los intereses del falso cambio, al servicio de los intereses de la minúscula oligarquía que ha impedido durante muchos años el paso a una modernidad liberal-democrática en Nicaragua, sin la cual todo avance social y económico [la evidencia salta a la vista] es imposible.

Por eso hay que dejar claro, una y otra vez: la revolución democrática es el objetivo final de nuestra lucha, y no es un medio, un instrumento, ni está asociado necesariamente con una forma de lucha. La revolución democrática es desmantelar el sistema de poder que sostiene a la dictadura y reemplazarlo con un sistema democrático, que disperse permanentemente el poder político y el poder económico.

Desmantelar el sistema de poder es una meta justa, ética, humanista, esencial, porque es el sistema de poder el que hace de Nicaragua un pozo de estancamiento, atraso, miseria, violencia y opresión. Es el sistema de poder el que crónicamente impide a la población mejorarse a través del esfuerzo, en libertad y con el apoyo mutuo que, además de ser benévolo, bueno, humanitario, es inteligente.

El sistema de poder de Nicaragua puede presentar diferentes rostros y nombres a través de las décadas, pero su hechura química y su funcionamiento básico es este: un centro, un núcleo constituido por un poder militar-paramilitar anclado en el Estado agrede, casi siempre aplasta, la libertad política, mientras un poder económico oligárquico-oligopólico extrae rentas, explota y cierra el acceso a la posibilidad de progreso de la mayoría de los ciudadanos; el poder económico oligárquico-oligopólico tiene como ancla una minúscula minoría de herederos de la burocracia colonial y su mal habido latifundio que, careciendo de la vocación innovadora necesaria para competir económicamente en un mercado libre post-feudal, precisan de la exclusión y de la subordinación social para acumular sus riquezas. Para ello han estado siempre dispuestos a adherirse como babosas al Estado que maneja el poder militar-paramilitar. Adherirse es lo que hacen, porque aparte de carecer de vocación innovadora en lo económico y en lo tecnológico, carecen, por razones que unos llaman complejas y otros llaman misteriosas, de la habilidad que exhiben élites en similar posición o de similar origen, en otras latitudes, para controlar el Estado en sus países.

Por eso, el objetivo estratégico de nuestra lucha no es, no puede ser “salir de Ortega”, porque Ortega es el nombre hoy de uno de los componentes de la versión actual del sistema de poder que es la causa del problema. Tampoco lo fue “salir de Somoza” en 1979, ni “salir del FSLN” en 1990.  En todos estos casos, el sistema de poder quedó en pie, sobrevivió a la crisis y su salud se recuperó, primero de la amputación de Somoza y luego de la casi-amputación de Ortega, que resultó ser apenas una fractura menor.

Por supuesto, en el avance de nuestro tren democrático, Ortega, como Somoza, va a ser borrado del poder. Pero su defenestración no es la parada final, no es el objetivo estratégico.  Si el tren no avanza más allá, si no continúa hacia la revolución democrática, hacia desmantelar el sistema de poder y reemplazarlo con un sistema democrático, que disperse permanentemente el poder político y el poder económico, el sistema de poder volverá a producir lo único que es capaz de producir: opresión, dictadura, atraso.

A los intereses creados que se benefician del sistema de poder les conviene que el tren pare antes de la estación que buscamos, antes de llegar a la luz en la distancia que es la revolución democrática. Por eso los verán insistiendo que “el único enemigo es Ortega”, y “unámonos TODOS contra Ortega”.  Quieren que, a lo sumo, el tren llegue hasta ahí, pare, y vuelvan los pasajeros a sus casas, para que sobreviva el sistema de poder. Pero si el sistema de poder oligárquico-militar no es desmantelado, continuará el atraso y seguirá el poder asesinando, abiertamente o “desde abajo”, desde las sombras.

La meta no puede ser, por tanto, “salir de Ortega”, ni “derrotar a Ortega”, mucho menos “negociar con Ortega” para que reduzca la crueldad de su régimen. La meta es desmantelar el sistema de poder que sostiene a Ortega, sostiene crónicamente el autoritarismo, sostendrá, si no se desmantela, a otras dictaduras, y hará que Nicaragua siga hundiéndose en el atraso relativo y la destrucción absoluta.

No olvidemos que en los 1970, cuando el sueño de una Nicaragua libre trascendió nuestras fronteras, el afamado músico panameño Rubén Blades, hacia el fin de una de sus composiciones más famosas, exclamó, como quien implora a la Providencia una bendición esperada: ¡Nicaragua sin Somoza!

Quizás toda la argumentación anterior pueda resumirse en este comentario: nuestra Nicaragua ya es Nicaragua sin Somoza. ¿Se reducía el problema a “salir de Somoza”? ¿Era correcto decir: “Somoza es el único enemigo”?

¿Podemos darnos el lujo de caer en la misma trampa? Y las trampas a veces comienzan con el lenguaje, y si no comienzan ahí, los demagogos y embaucadores usan el lenguaje para entramparnos. El lenguaje falso de la “unidad de TODOS”, que incluye a los agentes del sistema del poder, que es financiada por ellos, y que hace de todo para que el tren no avance, y si avanza, que se detenga antes de la última estación.  Esta vez, no.

Esta vez, debemos estar claros: esa estación, la Revolución Democrática, debe ser alcanzada, y para eso debemos concentrar nuestros esfuerzos en desarrollar estrategia, en luchar con total claridad por el objetivo estratégico, en adaptar nuestra estrategia si las circunstancias cambian, incluso si “sale Ortega”. Porque si “sale Ortega” y no desmantelamos el sistema de poder, y lo reemplazamos por otro, por un sistema de poder democrático, “Nicaragua sin Ortega” será, tarde o temprano, como la “Nicaragua sin Somoza” de hoy.

Sigamos conversando.

 

 

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