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Ricardo Bada: A propósito de un verso de Rubén Darío

Hoy me gustaría platicarles –¡qué lindo es este verbo tan mexicano!– acerca de los híbridos lingüísticos. Pero no, no teman que les voy a infligir un sesudo discurso, nada de eso, sencillamente me voy a limitar a constatar cómo es que se imponen ciertas curiosas modas idiomáticas relacionadas con nuestro idioma, y las posibles consecuencias que podemos extraer del caso.

Ello me recuerda que hace años recibí un email de una excelente periodista serbia, gran amiga mía, que se llama Snežana Stanojevic, entre cuyas no menores habilidades se cuentan las de tocar maravillosamente la quena y cantar en quechua: hasta tuvo su propio conjunto de música andina nada menos que en Belgrado. Y antes de que se me olvide: su nombre Snežana , en serbio significa Blancanieves. De modo y manera que, como les iba contando, Blancanieves me contaba a su vez que la televisión serbia transmite algunas telenovelas latinoamericanas, naturalmente subtituladas. Con el resultado de que los serbios se han acostumbrado a emplear en la vida diaria expresiones tales como «hija mía», «lárgate de aquí», «mi corazón», «cierra la puerta, por favor», y muchas más.

Coincidente con el email de Blancanieves desde Belgrado pude leer en el ABC madrileño una nota acerca del idioma juvenil en Noruega, donde se estaban imponiendo términos tales como «adiós», «caramba», «hombre», «salsa», «señorita» y «vale». Y asimismo coincidente en el tiempo fue la noticia de que, por primera vez en la historia de los Estados Unidos, dos candidatos a gobernador de un Estado (el de Texas), mantuvieron un duelo televisivo en castellano.

Por si todo esto fuera poco, hace tiempo que vengo observando que las jóvenes generaciones alemanas también emplean con harta frecuencia expresiones de nuestro idioma, diciendo por ejemplo «amigo» con la misma naturalidad con la que dicen «Lebensversicherungsgesellschaft», vocablo de 31 letras –de las que sólo nueve, pobrecitas, son vocales– y que no significa otra cosa sino «sociedad de seguros de vida». E imagino que en otros países y otros idiomas la situación debe ser muy parecida: el poder contagioso de nuestro idioma es algo de alquilar balcones, como nos enseña la vieja y donosa expresión castellana que Galdós era tan aficionado a usar. Y por cierto que de todo ello ya les hablé en una entrada de este mismo blog, hace un par de años, pero nunca viene mal refrescar ciertos conocimientos.

Entonces… Entonces se me figura que debemos ahondar en el tema.

Creemos, porque nos lo machacan continuamente, que el inglés es la lingua franca de nuestro tiempo… pero no nos detenemos a pensar que es tan sólo la lingua franca del segmento técnico de la vida. Si ustedes repasan el Diccionario de Autoridades de la lengua castellana, de 1726, encontrarán que las palabras «babor» y «estribor» estaban incluidas en él con una «d» de «dedo» al final, y se les adjudicaba una etimología falsadel francés, cuando en realidad al francés llegaron del neerlandés, pero lo sintomático es que si se les atribuye una etimología francesa es porque en 1726 la lingua franca era el idioma de Molière.

Dicho en otras palabras: de la misma manera que «babor» y «estribor» son hoy palabras tan castellanas como cualquier otra, llegará el día en que nadie recordará el origen anglosajón de «email»: y hasta puede que sea porque todos lo llamarán castizamente «emilio».

Una vez más en otras palabrascreo que este idioma nuestro, el castellano, dispone de una capacidad intrínseca de humanizar conceptos que el inglés jamás podrá alcanzar: haría falta un nuevo Shakespeare. Y aquí les confieso que desde siempre me tiene muy intrigado aquél verso de Rubén Darío en su poema A Roosevelt, donde menciona –cito literalmente– a «la América ingenua que () aún habla en español».

¿Qué significa ese «aún»?, me pregunto. ¿Significa que Rubén Darío era un pesimista y pensaba que la América ingenua terminaría hablando el otro idioma, el del Norte poderoso?  No, con seguridad que no, pues de lo contrario no sería congruente el resto del poema. Así pues sólo cabe la explicación de que ese «aún» era no más una sílaba que le faltaba para componer el segundo hemistiquio de un alejandrino…. y no se me espanten: únicamente quise decir la segunda parte de un verso de catorce sílabas. Pero incluso en el caso de que fuese cierta la otra alternativa, la del pesimismo de Rubén Darío, pienso que podemos tranquilizarlo post mortem: a estas alturas del partido se han empezado a cambiar las tornas y más bien puede empezarse a decir que los Estados Unidos aún hablan inglés. Aún.

 

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