El infinito en un junco, de Irene Vallejo
El infinito en un junco, Irene Vallejo, Madrid, Editorial Siruela, 2019, 452 páginas.
María Aroa Masa Corral
Ciertas lecturas son una forma de derribar barreras, ciertas lecturas nos recomiendan al desconocido que las ama. (El infinito en un junco, p. 301)
La lectura ha sido un gran refugio para mí siempre; recuerdo con especial cariño mi época de adolescente disfrutando de las aventuras de Harry Potter, traducidas por Gemma Rovira. Leer El infinito en un junco ha sido un encargo y un placer que me ha devuelto a mis días de estudiante de Bachillerato en Humanidades, a ese tiempo despreocupado en el que anhelaba aprender el alfabeto griego, las declinaciones latinas o acabar la traducción de Cicerón, previo a estudiar Filología y Traducción. Este libro es un ensayo que combina un tono didáctico junto a anécdotas en las que la autora nos muestra a la persona que se esconde tras la escritora y que me ha cautivado por muchos motivos. Mi reseña pretende ser una aproximación muy personal, por parte de una traductora novel y entusiasta, a un libro del que todo el mundo habla, y además en muchos idiomas, como ha publicado El País.
Ante todo, destacaría dos puntos que tengo en común con Irene Vallejo: las dos somos filólogas y las dos pensábamos que los libros se escribían para lectoras como nosotras. Mientras iba leyendo, había un eco que no dejaba de resonar junto a la voz de Irene Vallejo, el de la conferencia inaugural que impartió la gran María Teresa Gallego Urrutia cuando empezaba mi Máster en la Universidad de Salamanca en el año 2017, en la que se nos entregó un Decálogo para el traductor editorial de literatura junto a una chapa con la palabra «Depende», así que me he permitido seleccionar algunos puntos de dicho decálogo como hilo conductor, puesto que están relacionados con el contenido de este fantástico ensayo y creo que todo traductor debería tenerlos en cuenta:
Traducir es alimentarse de libros
Antes de empezar a leer El infinito en un junco era una firme defensora del traductor como gran lector, «Lectoras con Rayos X» como describe la revista Librújula el oficio de la traductora literaria en su número 41 (p. 38), pero después de haber leído la obra de Vallejo no puedo estar más de acuerdo con las palabras de María Teresa Gallego, ya que a medida que avanzas en la lectura del ensayo no dejas de apuntar referencias a todo tipo de libros: clásicos griegos y romanos, junto a otros modernos, de todo género: novelas, ensayos, poesía… Este libro despierta tu curiosidad y las ganas de sentarte a leer para no parar.
Traducir es aprender, descubrir, analizar e interpretar
En este caso he unido dos de las afirmaciones que componen el decálogo al que me he referido al principio, porque Irene Vallejo nos muestra algunos ejemplos en los que el traductor debe buscar las razones que llevaron al autor a emplear una determinada palabra y no otra, aunque también debe ser consciente de que quizá con el paso del tiempo haya adquirido connotaciones que no la hacen tan apropiada. Por ejemplo Vallejo menciona el caso de Huck Finn y la evolución de la palabra nigger hasta el día de hoy, que nos lleva a reflexionar sobre si queremos que las nuevas generaciones saquen sus propias conclusiones o censuramos ciertos términos que parecen resultar ofensivos.
Por otro lado, Vallejo nos muestra cómo la traducción ayuda a comprender un idioma que se daba por perdido, es decir, a descubrir, analizar, interpretar y aprenderlo, al igual que ocurrió en la época napoleónica al hallarse la piedra de Rosetta.
Además, la autora nos presenta otro factor muy importante a la hora de enfrentarnos a la traducción: tener cuidado con los significados en la lengua origen y en la de destino, porque, como nos decía el título de la conferencia impartida por María Teresa Gallego, «La línea recta no es el camino». Volviendo a Vallejo, es el caso de la palabra griega paideia, que con el paso de los años se convirtió en humanitas en latín, o del verbo latino edere y de cómo lo traducimos en español por editar.
Traducir es ser correa de transmisión
Irene Vallejo recalca en su ensayo la idea de que la industria del libro se puede describir como «una novela coral» (p. 402) en la que el traductor es una pieza de dicha correa de transmisión, como lo definió María Teresa Gallego. Vallejo menciona el papel de las letras a la hora de dar lugar a nuevas corrientes de pensamiento, es decir, el traductor crea imágenes e ideas a través de sus traducciones que influyen en asuntos tales como: la cultura, la multiculturalidad o el cosmopolitismo que ya buscaban Alejandro Magno, los griegos y los romanos.
También Vallejo nos hace considerar que el traductor en ocasiones será un detective que tendrá que estar atento a cualquier errata, repetición o falso amigo, como los escribas a la hora de copiar un texto o buscar duplicidades; otras, un bardo que analizará el encargo y se adaptará a él para reproducir la intencionalidad del autor y, por último, en ocasiones deberá actuar como un explicador de nuevas realidades, al igual que se hacía durante el tiempo del cine mudo.
Traducir es transgredir
Traducir es atreverse a transgredir. También en eso coinciden la conferenciante e Irene Vallejo en El infinito en un junco, gracias a las traducciones libres que realiza en algunos momentos del ensayo. Así, nos habla de algunos títulos que han mejorado por obra de las traducciones que se han despegado del original, como es el caso de la película Centauros del desierto, o de cómo algunos de los traductores de Salman Rushdie llegaron a pagar muy caro el haber decidido encargarse de la traducción de su obra.
Traducir es estar orgulloso de ser traductor
El último punto del decálogo, y quizá de los más importantes, es estar orgulloso de la profesión tan bonita que hemos elegido puesto que, a pesar de todos los vendavales, sigue ayudando a que autores que de otra manera no habrían llegado hasta nosotros nos hagan viajar sin salir de casa. A los traductores, entre otros profesionales como los libreros, los escritores y los bibliotecarios, dedica Irene Vallejo un emotivo epílogo que solo puede reforzar este último punto.
Para concluir, El infinito en un junco es un ensayo que a cualquier apasionado de la literatura o de los libros le hará disfrutar y olvidarse del mundanal ruido, pero a nosotros, traductores, nos interpela de forma directa en algunas de sus páginas, porque como dice Irene Vallejo, sin nosotros seguiríamos en esa Torre de Babel. Mientras que lo leía he reído, he llorado y he reafirmado mi pasión por la literatura y la traducción, así que no perdamos de vista que, como menciona la autora, la palabra «libro» en la mayoría de las culturas enlaza con los árboles que es de donde venimos y que para mí es sinónimo de libertad. Larga vida a los libros, a «la tribu del junco» y a los traductores.
Aroa Masa Corral. Polifacética al igual que toda traductora, Lectora con Rayos X, como se titula un artículo de la revista Librújula. Firme defensora del asociacionismo, forma parte de ACE Traductores, ASETRAD y ATRAE. Ha obtenido una mentoría en la cuarta edición del programa en ACE Traductores. Le interesan la traducción literaria, la científica, la gastronómica o la de moda, entre otras. Se acercó a la traducción a través de la carrera de Filología Inglesa, estudió un Máster en Traducción y Mediación intercultural, para compaginar ahora su Doctorado en Traducción de cómic con la traducción y la lectura.