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Héctor Abad Faciolince: Que le vaya bien

 

Vivimos días de súbitas conversiones al petrismo. La más simpática y patética es la de César Gaviria y una parte del Partido Liberal, que hicieron la voltereta completa desde las huestes de Rodolfo hasta las de Gustavo. Más que liberal, ese partido parece politeísta y veleta: con tal de no quedarse sin puestos cambia de ídolo según cambien los vientos. En tiempos así, no seré yo quien de repente se convierta a las tesis de la política del amor y del vivir sabroso. Sigo desconfiando de todo ese buenismo retórico y meloso. Sin embargo, estoy dispuesto a repetir lo que dije cuando Duque ganó las elecciones. Es sencillo, basta escoger un párrafo de 2018, hacerle copy-paste y cambiar un detalle.

Escribí lo siguiente hace cuatro años; les pido que sustituyan a Iván por Gustavo y a Duque por Petro: “No voté por Iván Duque (y si mañana fueran las elecciones volvería a no votar por él), pero creo que si a él le va bien y hace un buen gobierno, también a Colombia le irá bien. Así que lo único que le deseo, por el bien de todos, es que le vaya bien”. Como no me sobra plata, no tengo ni una acción invertida en Ecopetrol ni en ninguna otra empresa colombiana, pero me parece absurdo que se celebre como un triunfo de la oposición que algunas acciones caigan en la bolsa de Colombia o que el peso sufra devaluaciones diarias frente al dólar. Ni Ecopetrol se volvió más pobre de la noche a la mañana porque haya ganado Petro, ni el peso tiene por qué comprar menos productos de otras partes sin que el presidente electo haya siquiera dicho exactamente cuál será su política económica o cambiaria. Por el bien de todos, los que ahora celebran y hasta incitan esas caídas deberían calmarse. Lo más conveniente para todo el mundo en este país no es que a Petro le vaya mal, sino bien.

Hace cuatro años, cuando escribí esos buenos deseos sobre Duque, recuerdo que una politóloga (entonces gran abanderada petrista) se enfureció conmigo por el solo hecho de desearle buena suerte al presidente escogido por la derecha. Espero que ahora, cuando escribo estos mismos buenos deseos simétricos para el presidente escogido por la izquierda, no piense lo mismo. Sigo creyendo que si a un gobierno le va bien, sin importar su ideología, al país le va bien.

Frente a un tipo de gobierno que no elegimos porque no nos gustaban sus propuestas, la actitud cerrada y fanática es negarle cualquier posibilidad de hacer algo bueno. La actitud resentida es pensar que la mayoría es bruta y se equivoca, y que nosotros tenemos la verdad revelada. Pues no: habrá que ver qué hacen, y cómo, y con quiénes. Si nos dan la sorpresa de un buen gobierno, serio y responsable, que consigue cosas buenas para la gran mayoría de la población, magnífico. Lo peor es profetizar desgracias y dedicarnos a hacer daño con el único fin de que se cumplan nuestras profecías. Incluso si Petro se parece a Chávez, o a Ortega, o a Putin, Colombia no es Venezuela, ni Nicaragua, ni Rusia. Habrá que ver qué pasa aquí.

Si uno concibe la política como una guerra, (y no como lo que es, precisamente lo contrario: el debate de ideas y la ausencia de guerra) es natural que piense que si al enemigo le va mal, a uno le va bien. En una democracia la política no es una guerra sino una competencia de propuestas de toda índole. Lo que interesa en ellas no son las buenas intenciones (pues todos los políticos dicen tenerlas), sino los resultados. Ante un gobierno que no escogimos, nuestro deber es una expectativa vigilante, escéptica pero optimista, que celebra lo que sale bien y critica lo que va por mal camino.

Todo esto sin llegar al extremo ridículo de pensar que este o aquel es “nuestro” presidente. Un presidente no lo es de las personas (faltaba más que uno tuviera un presidente en la casa), sino de los gobiernos. Petro preside un gobierno, el que ganó las últimas elecciones. Que se dedique a presidir este gobierno los próximos cuatro años, ni más ni menos, y ojalá le vaya bien.

 

 

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