En un artículo lleno de secretos que envía al público Laureano Márquez nos da cuenta de que las “deposiciones líquidas o sólidas” de Vladimir Putin son recogidas por unos subalternos cuyo trabajo u oficio consiste precisamente en eso: Recogerlas. Por vía de otra fuente, nos cita que así ocurrió en las visitas de Putin a Francia y a Arabia Saudita, aunque de acuerdo con la información que nos da Laureano no es con el objeto de preservarlas, porque que otro sentido puede tener el impedir que las “secreciones” tenga el mismo destino que la de millones de rusos y miles de millones de no rusos.
Laureano nos lo explica. Es para evitar “el espionaje”. Lo más resaltante de la información que nos transmite es que tal práctica se remonta a los tiempos de Stalin, quien personalmente (Laureano dixit) tenía entre sus costumbres la de examinar las deposiciones de sus visitantes entre los cuales, -digo yo y no Laureano- estuvieron nada menos y nada más que el propio Mao y Sir Winston Churchill , desprendiéndose de la afirmación de Laureano que se trata de una práctica de larga data en la Rusia Soviética que desde luego, también concluyo yo, al hacerse parte de una “política de Estado” a pesar de haber sido el propio Stalin quien la introdujo, cuando los visitantes se incrementaron, para imposibilitar que eso fuera trabajo para un solo hombre pasó a ser el trabajo de la KGB con lo cual, por haber sido su último jefe antes de la desintegración de la Unión Soviética, está familiarizado Putin, quien seguramente imitando la praxis del “padrecito” la debe haber practicado personalmente más de una vez.
Lo cierto es que esa praxis, por originarse en un concepto político, aunque pudiera haber nacido como rusa, se extendió como política de espionaje a los países integrantes de la Unión Soviética y luego, transmitida a los países que sin integrar esa unión sufrieron el control soviético hasta la caída del “muro de Berlín”, lo que significaría el regreso a su autonomía como naciones de Hungría, Checoeslovaquia, Polonia y sobretodo la llamada, o más bien mal llamada “República Democrática Alemana”; ya que es, o sería inconcebible, que la Stasi no hubiera adoptado las prácticas de la Unión Soviética, tanto expiatorias, como “espiatorias”.
No me atrevo a afirmar que en la Yugoslavia de Tito se reprodujera la “técnica espiatoria” de Stalin, porque aunque se profesara comunista creo poder afirmar, sin temor a ser calificado de “ignorante”, que su sentido “nacional” chocaba frente a la vocación “imperial” del padrecito.
Desde luego, la situación de Yugoslavia no es asimilable a la de Bulgaria o a la de Rumania, pero carezco de información acerca de si esa práctica se desarrolló en esos dos países.
En donde sí se desarrolló ese sistema policial, más calcado de la Stasi alemana que de la KGB soviética, fue en la Cuba castrista, quizá porque a la muerte de Stalin la fiereza del sistema soviético amainó; y porque desde luego una cosa era exportar para el vecino de al lado las prácticas que podían hacerse visibles con un paseo de un día e inadvertido por los “enemigos”, situados todos al oeste de los colonizados, que tener que atravesar un océano y el territorio de los países de la OTAN para iniciar el adiestramiento del nuevo socio, donde el país entero era locuaz, como lo era el jefe de la revolución; y aunque recibieron entrenamiento en todas las prácticas que llevaba a cabo tanto la KGB como la Stasi, la cuestión relacionada con el espionaje a partir de las heces cayó en un enorme desprestigio, porque a pesar de la ferocidad que contra todos aquellos llamados “contrarrevolucionarios” desataba el régimen castrista, la sola mención de las prácticas con las heces, hizo surgir una contra que afectaría las raíces mismas de la revolución, porque serían llamados “come miedda”, así sin la erre y con la doble “D”.