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Armando Durán / Laberintos: La oscura noche de la oposición venezolana

   La noticia pasó desapercibida. Nos llegó, como sucede en esta Venezuela del silencio y la desinformación, gracias a un medio de comunicación extranjero. En este caso, al diario español El País, que nos informó, en su edición del pasado lunes 27 de junio, que altos funcionarios de la Administración de Joe Biden estaban de nuevo en Venezuela. La información la confirmaría esa misma noche Maduro, al aclarar, sin entrar en detalles, que el propósito de este segundo encuentro era “darle continuidad a las comunicaciones que se iniciaron el 5 de marzo.”

   Nada más sabemos de lo que negociaron entonces, apenas dos semanas después que las divisiones blindadas de Vladimir Putin invadieron Ucrania, ni lo que significa darle ahora “continuidad” a lo que se negoció en marzo, excepto lo más evidente: que en vista de la gravedad de la guerra de Putin en Ucrania, un conflicto de grandes proporciones pero que hasta ahora se ha limitado al espacio geográfico de esa antigua república soviética, el gobierno de Estados Unidos tomó desde el primer momento previsiones para enfrentar las graves consecuencias políticas y materiales que han provocado en el resto del mundo y el temor a que la guerra se extienda a otras naciones europeas. Basta revisar la agenda de la Cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de países miembros de la OTAN, celebrada esta semana en Madrid, para percibir la magnitud de una situación que cada día se hace más inquietante.

    La razón de estas visitas recurrentes de representantes del presidente Biden a Caracas es llegar cuanto antes a un acuerdo directo con el gobierno de Venezuela, sin tener ya en cuenta que Estados Unidos desconoce su legitimidad desde enero de 2019, con la finalidad de eliminar los obstáculos que representan las sanciones adoptadas Estados Unidos para aislar política y económicamente a Venezuela, a cambio de incrementar substancialmente la producción petrolera venezolana y reorientar su comercialización. A esta emergencia internacional se debe que Washington, después de haber excluido hace más de un año el “problema venezolano” de su lista de prioridades, ahora, en aras de alcanzar con el gobierno “ilegal” de Venezuela acuerdos concretos en materia geopolítica y petrolera, esté dispuesta a pasar esa página.

    Como parte de esta nueva política de Washington con respecto a Venezuela, el martes pasado, James Story, miembro del grupo de funcionares norteamericanos de visita en Caracas y todavía embajador de Estados Unidos en Venezuela, pero con residencia en Bogotá, sostuvo una reunión privada con Juan Guaidó. Nadie ha explicado los temas tratados, pero puede presumirse que el encuentro no pasó de ser un saludo a la bandera. A lo sumo, oportunidad para que Story, diplomáticamente, le haya explicado a Guaidó dos hechos evidentes. El primero, que su Presidencia “interina” ya no tiene sentido; en segundo lugar, que se inicia un cambio de rumbo en las relaciones de Washington y Caracas, y del papel que para facilitar su aplicación debe desempeñar la supuesta oposición de Venezuela, conformada por 27 insignificantes partidos y organizaciones políticas, agrupada en lo que ahora han llamado Plataforma Unitaria de la oposición.

   Para completar esta tarea, el pasado jueves 30 de junio, Story, acompañado en esta ocasión del embajador francés Romain Nadal, se reunió en la residencia oficial de Nadal en Caracas, con un grupo de representantes de esa Plataforma Unitaria, sin la presencia de Guaidó. Según declaró al finalizar el encuentro Gerardo Blyde, jefe de la delegación opositora en las negociaciones de la Plataforma con el gobierno de Maduro que se inició el 23 de agosto de 2021 en Ciudad de México, suspendidas dos meses más tarde porque para volver a sentarse a esa mesa de negociaciones el régimen de Maduro puso como condición no transable la excarcelación de Alex Saab, detenido en una prisión federal de Miami acusado de múltiples cargos de lavado de dinero, el objetivo de esta reunión era analizar la reanudación en México de esa abandonada ronda de negociaciones suspendidas hace casi una año.

   En el marco de la incierta realidad de la guerra en Ucrania, estas reuniones caraqueñas debemos entenderlas como muestra de la brisa que ha comenzado a soplar sobre los techos de Caracas. Una corriente de aire fresco que le permite al aislado régimen venezolano dar los primeros pasos hacia la implementación de mecanismos de un “entendimiento” directo con Estados Unidos, suerte de modus vivendi, que por ahora incluye, sin contraparte política de importancia por parte de Caracas, el levantamiento gradual de las duras sanciones que se le aplican al gobierno de Maduro y a algunos de sus más destacadas jerarcas civiles y militares, acusados de corrupción y violación de derechos humanos. Sanciones que a su vez afectan de manera directa las relaciones comerciales internacionales de Venezuela, sobre todo las que tienen que ver con la producción y comercialización de petróleo.

   En el marco de esta nueva realidad, el sentido de la reunión de Story y Nadal con dirigentes de la llamada Plataforma Unitaria solo tendría el objetivo de facilitar que los negociadores de la Plataforma y de Maduro regresen a la mesa servida por el gobierno de Noruega en Ciudad de México; no para darle solución a la crisis política de Venezuela porque esa es una meta por ahora imposible, sino simplemente para formalizar ese entendimiento entre partes que no aspiran realmente a devolverle a Venezuela la democracia como sistema político, sino a garantizarle al mundo un régimen que sólo aspira a perpetuarse en el poder hasta el fin de los siglos.

   En este sentido, vale la pena recurrir a Jorge Domínguez, prestigioso profesor cubano de Harvard, quien en su libro sobre la política exterior de la revolución cubana (Cuba´s Foreign Policy, Harvard Press, 1989), al destacar el carácter de la hegemonía determinante en las relaciones entre La Habana y Moscú, señala que en el desarrollo de cualquier relación de carácter hegemónico debemos distinguir, por una parte, lo que él llama “hegemonía abierta”, como la que marcó la política exterior cubana con la Unión Soviética entre 1960 y 1968, o la de Estados Unidos con Cuba hasta 1959, y la “hegemonía cerrada”, como terminó siendo el vínculo entre La Habana y Moscú después de 1968, hasta la desintegración del imperio soviético. En el primer caso, la parte sumisa de la relación conserva cierta autonomía y la parte dominante se lo permite en beneficio de ambos. En el segundo caso, como ocurrió entre Cuba y la Unión Soviética después de la visita de 37 días de Fidel Castro a Moscú en 1968, la sumisión del sumiso pasa a ser total. A este tipo de relación la llama Domínguez “hegemonía cerrada.” En ambos casos, insiste Domínguez, para que la relación hegemónica, abierta o cerrada, sea útil y estable para ambas partes, se requiere que la parte sumisa acepte de buen grado el dominio de la otra.

   En el caso de Venezuela, la relación real entre el régimen y el sector más dialogante de la oposición ha evolucionado desde la relación de “hegemonía abierta” que le planteó Hugo Chávez a la oposición y que la dirigencia opositora aceptó de buen grado después de las derrotas del 11 de abril de 2002 y del llamado “paro petrolero” en diciembre de ese año. Ahora ha pasado a ser, tras la derrota  irrecuperable de Guaidó en todos los frentes como presidente interino, de “hegemonía cerrada”, que es lo que puede estar a punto de concretarse con los acuerdos secretos de Estados Unidos y Venezuela, y la próxima reanudación de las negociaciones en México para validarlos.

 

 

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