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Sorman: Nunca pactes con el diablo

No estoy seguro de que los europeos y los estadounidenses hayan entendido realmente quién es Putin y lo que está en juego en el conflicto. El diablo siempre avanza oculto, Putin es diabólico. ¿Negociar? Como si se pudiera negociar con el diablo

La guerra contra Ucrania será larga. Putin la prolongará el mayor tiempo posible con la esperanza de agotar a los occidentales y crear disensiones entre Europa y Estados Unidos. La OTAN, entonces, podría hacerse añicos y nada impediría que el Ejército ruso se apoderara, además de Ucrania, de los países bálticos y Moldavia; me parece que sus intenciones y su estrategia están perfectamente claras. Plantarle cara ahora y apoyar la lucha heroica de los ucranianos por salvar su civilización y su democracia es, por lo tanto, el deber y redunda en interés de todas las democracias occidentales.

Sin duda, es necesario recordar algunos hechos históricos para no desviar la atención del peor flagelo que ha conocido Europa desde Hitler. Se objetará que, al fin y al cabo, Putin no es Hitler.

Pero sí, es tan peligroso y megalómano como lo fue Hitler. Prueba de ello es que, durante los veinte años que lleva en el poder, Putin no ha dejado de hacer la guerra contra los chechenos, contra Georgia y contra Ucrania, a lo que hay que sumar incursiones militares en Siria y ahora en el Sahel africano. Igual que Hitler estaba convencido de la superioridad de la raza aria, Putin está convencido de la superioridad de la raza eslava y de la Iglesia Ortodoxa rusa frente a Occidente, al que califica de «degenerado». También al igual que Hitler, Putin está convencido de que posee algunas armas secretas e «hipersónicas» que le darán la victoria final frente a Europa y Estados Unidos. Hitler tenía a Japón como aliado, Putin tiene a China. En el momento en que admitimos, si no una simetría perfecta, al menos alguna semejanza, despertamos aún más nuestros recuerdos históricos. Citaré tres momentos, tres lugares, en los que se podría haber detenido a Hitler y no se hizo. En primer lugar, en Múnich, el 30 de septiembre de 1938, la mayor vergüenza y derrota de los demócratas frente al nazismo en ascenso. Ese día, en presencia de Benito Mussolini, Édouard Daladier por Francia y Neville Chamberlain por Gran Bretaña, entregaron la Bohemia checa a Hitler a cambio de una promesa: Hitler no exigiría nada más. A los checos no se les consultó, fueron esclavizados y expulsados antes de que Hitler se apoderara de todo el país. Llegó a la conclusión de que los europeos eran ya demasiado débiles para luchar contra él y que a partir de entonces todas las conquistas serían posibles: y lo hizo. Otra fecha y lugar impregnados de enseñanzas, por poco que se recuerden: Montoire, en el centro de Francia, 24 de octubre de 1940. Hitler mantuvo un encuentro con el mariscal Pétain, jefe del Estado francés, o más bien de lo que quedaba de él tras la victoria militar alemana de 1940. Pétain prometió a Hitler su total «colaboración». Esta palabra infame aparece ese día como una mancha indeleble en la historia de Francia. Pétain simpatizaba con la ideología nazi, a la que consideraba más «viril» que la «degenerada» democracia francesa. Un año más tarde, el Ejército alemán invadió el sur de Francia que, hasta Montoire, había permanecido como zona no ocupada. Otra fecha, otro lugar: Hendaya, 23 de octubre de 1940, víspera de Montoire, dos estaciones de ferrocarril. Por primera y única vez, Hitler se reúne con Francisco Franco; le pide que entre en guerra junto a Alemania. Pero Franco, un católico devoto, no simpatizaba con el nazismo ateo, y con razón siente que su país está desangrado. Exige a Hitler compensaciones excesivas -Marruecos, Guinea, Gibraltar- que no puede concederle. Cualquiera que sea la interpretación que ofrezcan los historiadores de lo que sucedió exactamente en Hendaya, el resultado es indiscutible: España permaneció neutral, lo que demuestra que se podía decir que no a Hitler. Este conocía lo bastante bien la historia de las guerras napoleónicas como para emprender la conquista de España.

Por lo tanto, debemos decir no a Putin, ahora que todavía estamos a tiempo. ¿No es eso lo que hacen los europeos y los estadounidenses? Sí, por ahora. Pero este frente de rechazo es frágil. ¿Qué hará Estados Unidos tras las elecciones legislativas de noviembre si Joe Biden pierde la mayoría? ¿No se verán tentados los estadounidenses de volver a su mística aislacionista? ¿No abandonaron Afganistán sin previo aviso, como hicieron antes, en Vietnam? ¿Qué harán los europeos? La propaganda rusa se infiltra ahora a través de las redes sociales y también comprando a algunos periodistas, empresarios y notables. Los oigo en París, en los medios de comunicación y en cenas mundanas haciéndose eco de Putin, explicándonos que Ucrania no es un país real, sino que siempre ha sido una provincia rusa. Putin también manipula la opinión pública jugando con los precios de la gasolina. Cuando llegue el invierno y los alemanes y franceses se den cuenta de cuánto ha aumentado la factura de la calefacción, los intermediarios de Putin les explicarán cuáles son las consecuencias de nuestro apoyo a Ucrania.

También observamos que, en toda Europa, los partidos de extrema derecha y extrema izquierda se inclinan más hacia Rusia que hacia Ucrania. Podemos explicarlo: estos partidos odian a Estados Unidos y aman los regímenes autoritarios. Insinúan que Putin está siendo atacado por el imperialismo estadounidense y que Europa es un mercenario manipulado por el ‘lobby’ militar estadounidense. Estos argumentos de carácter conspirativo se sostienen. El resultado del conflicto en Ucrania es, por tanto, incierto, no tanto por razones militares como por la volatilidad de la opinión pública en las democracias occidentales. No estoy seguro de que los europeos y los estadounidenses hayan entendido realmente quién es Putin y lo que está en juego en el conflicto. El diablo siempre avanza oculto, Putin es diabólico. ¿Negociar? Como si se pudiera negociar con el diablo.

 

 

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