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Beatriz Pineda Sansone: El árbol de jugar

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Desde los tiempos más remotos se ha conferido al árbol una significación religiosa. Algunos pueblos han elegido su árbol sagrado: en la India, la higuera; entre los celtas, la encina; entre los germanos, el tilo; entre los escandinavos, el fresno. También en Grecia se le rindió culto al árbol, pues él era la morada de los dioses. En la mitología escandinava, por ejemplo, el árbol representa la vida del cosmos. La Biblia nos cuenta que en el centro del Paraíso había un árbol del bien y del mal o del conocimiento, y un árbol de la vida, cuya leyenda es en extremo interesante.

Con delicia y provecho he leído y releído El árbol de jugar, escrito por Cósimo Mandrillo y publicado por Monte Ávila Editores. El citado árbol viene a representar la figura central, predominante de un pequeño pueblo de la geografía nacional, cuyos habitantes amaban, porque lo veían como lugar de recreo adonde podían acudir después de haber trabajado durante todo el día. Ese árbol estaba ubicado en una plaza. Pero quienes realmente se divertían eran los niños. Ellos amaban el árbol aún más, porque constituía un seguro compañero de juego y un espacio mágico poblado de pájaros y de sombra. Hasta que un mal día llegaron unos hombres corpulentos con una inmensa máquina. Venían a talar el árbol. Esos hombres representaban una falsa idea de progreso y de bienestar colectivos. Pero los niños, sin decir una palabra, dieron una gran lección a los policías, al jefe civil y, por último, al Gobernador, quien no se cansó de ofrecer regalos a los niños si se bajaban del árbol. Era aberrante la destrucción del marco natural creado por la naturaleza en cientos de años. Era absurdo querer reemplazar, a gran costo, aquella maravilla que el tiempo y las fuerzas naturales habían creado para el disfrute de un pueblo amante del paisaje. Finalmente, los representantes del gobierno desistieron y se marcharon vencidos por la indoblegable determinación de un puñado de niños valientes, quienes se negaron a bajar del árbol para protegerlo.

Los niños estaban resguardando un símbolo de la vida en perpetua evolución en ascensión hacia el cielo, que evoca la imagen de la verticalidad. Las personas que llegaban al pueblo comentaban que, desde lejos, el árbol les había servido de guía.

El cuento resalta la importancia que, tanto para los niños como para los adultos, tiene este compañero de juego.

La inteligencia emocional demostrada por los niños al subir al árbol para que no lo tumbaran es ejemplar. El juego tiene en sí su sentido pleno. Nos permite reinventar la propia existencia, hacer las cosas por nosotros mismos. El juego, como expresó Huizinga, es voluntario, espontáneo. El juego constituye una función elemental de la vida humana. F. Schiller expresó que el hombre solo es totalmente hombre cuando juega.

 La actividad de los niños en el árbol pone de manifiesto que la racionalidad no se reduce a una lógica racional deductiva, sino que existen otros elementos que forman parte de lo que somos y que tienen igual papel o incluso de mayor importancia a la hora de desarrollar nuestro conocimiento y nuestra vida. La racionalidad del juego se encuentra libre de fines, expresó Gadamer.

La acción de los niños es un reflejo de la recta razón, orientada al crecimiento, a la razonabilidad a aquello que Charles S. Peirce denominó un fin en sí mismo. La acción contiene virtudes: nos hacemos justos logrando acciones convenientes y generosas, llevando a cabo tareas que requieran nuestra humanidad.

Los niños del cuento son descubridores y el descubrimiento es un arte creador, expreso K.R. Popper en su escrito titulado En busca de un mundo mejor.

Que este ejemplo llegue a miles de niños y hombres interesados en salvar y preservar la naturaleza de la sistemática destrucción y daño que nuestra civilización causa continuamente, con resultados cada vez más negativos y amenazantes.

 

 

Mi nombre es Beatriz Pineda Sansone. Nací en la ciudad de Maracaibo, Venezuela. De niña era inquieta, llena de arrojo. Admiraba a nuestro Arturo Uslar Pietri, quien conducía el programa televisivo Valores Humanos. Su ejemplo ha sido mi norte. Gracias a mis hijas he realizado grandes aventuras a favor de los niños. Creé el Taller Literario Infantil Manzanita que devino en Fundación en 1985. Más tarde, con motivo del nacimiento de un nuevo diario en Maracaibo, fundé Azulejo, el periódico de los niños del diario La Verdad –primera etapa-. Extendí el Programa La Hora del Cuento a centros de arte, museos, universidades, colegios y McDonald’s Padilla de la ciudad con el fin de cultivar en los niños el amor por la lectura, y todas sus destrezas cognitivas, afectivas y psicomotoras.

Más tarde, en 1996, obtuve el título en Filología Hispánica con el premio Summa Cum Laude en la Universidad del Zulia. Cursé estudios de postgrado (2000-2003). Me convertí en articulista de los diarios venezolanos Economía Hoy, Panorama y El Universal.

Soy autora de: Las Memorias del Maestro Ramiro (1979); Desde otro rayo (1992). Universidad del Zulia; Los ojos de la montaña (2011). Entrelíneas Editores, España; La Hora del Cuento. Enseñar a razonar a los niños a través de la lectura de cuentos (2015). Ediciones de la Torre, España; El Principito y los Ideales. Defensa de la libertad, del amor y del razonamiento (2017). Editorial Verbum, España; La Aventura nunca imaginada de un lápiz (2018). Fundación editorial el Perro y la Rana. Venezuela; Una niña de mi edad (2019). Editorial Tandaia, España. Malika, la más pequeña de la manada (2021). Europa ediciones. Roma.

En la actualidad desarrollo una intensa labor a favor de la lectura a través de las redes sociales: @beapinpaz.escritora, los chats Aventuras Literarias y Café Lectura. 

 

 

 

 

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