Manifestantes celebran, afuera del palacio presidencial, la renuncia del presidente de Sri Lanka, Gotabaya Rajapaksa. Foto: Efe
“Aquí lo que hace falta es un Sri Lanka”, “acuérdate de Sri Lanka” o “nos vemos en la piscina… como en Sri Lanka”, son algunas de las frases que, por estos días, los cubanos usan para saludar a sus amigos. La mención a la nación asiática no es casual: tras varias semanas de protestas, miles de personas entraron a la lujosa residencia del presidente Gotabaya Rajapaksa y forzaron su huida del país.
Durante meses, los manifestantes denunciaron la mala gestión que hizo el Ejecutivo ceilandés de la crisis económica, los largos cortes eléctricos y la inflación, tres males que también alimentan la indignación en esta isla. Basta leer los reportajes de las agencias de prensa extranjeras acreditadas en la ciudad de Colombo, para encontrar fácilmente las coincidencias entre el malestar de sus residentes y el hartazgo que se escucha en cada esquina cubana.
En nuestro caso, las alusiones a Sri Lanka también son una forma de autocrítica social, al reconocer que ante la ineficiencia y la crisis hay pueblos que optan por hacer las maletas y callarse, mientras otros llegan hasta la casa de los responsables de tanto desastre y los obligan a dimitir. Tampoco es la primera vez que los cubanos echamos mano de los paralelismos que nos ofrecen otras geografías para denunciar nuestra situación y evadir, de paso, la censura.
Hace algunos años, el monólogo Los problemas en Chipre, interpretado por el humorista Nelson Gudín, alias El Bacán de la Vida, se convirtió en una aguda metáfora de nuestra isla. Tomando los titulares de la prensa oficialista, dada a reportar los problemas políticos y económicos en otras latitudes mientras silencia los nacionales, el artista usó aquel punto en el Mediterráneo oriental como un sinónimo de “Cuba”.
Tras su excelente actuación, que le pedían allí donde quiera que se presentaba, bastaba decir “lo mala que está la cosa en Chipre” para que todos entendiéramos que se hablaba de nuestra propia realidad. Hasta el día de hoy, en el habla popular de esta isla se han quedado varias frases que aluden a la situación chipriota y que alimentan la sorpresa de algunos estudiantes extranjeros que llegan a practicar el español en nuestro país y no entienden el porqué de esa cercanía con Nicosia.
Ahora se ha asumido a Sri Lanka como un espejo soñado, como un símbolo del poder de un pueblo cuando se une y también como una broma verbal para advertir a los jerarcas de verde olivo que ningún palacio lleno de comodidades es seguro cuando la ira ciudadana se desborda. Ni el agua de la piscina presidencial alcanza para apagar la molestia acumulada por décadas ni las señoriales camas, con sus suaves almohadas, calman una protesta masiva.
“Nos vemos en Sri Lanka”, me gritó ayer un vecino desde la otra acera. “Todos somos Sri Lanka”, le respondí, mientras unos chiquillos que pasaban en bicicleta repetían también el nombre de un país que hace unas semanas apenas se mencionaba en Cuba.
*Artículo publicado originalmente en 14ymedio.