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Ignacio Camacho: Sanchoperonismo

Sánchez ha asumido no sólo las propuestas sino la retórica del populismo: la invención de enemigos ficticios

Pedro Sánchez: Alto y agraciado, por Mercedes Cebrián

 

El debate sobre el estado de la nación –va haciendo falta otro sobre el estado del Estado– no ha sido un giro a la izquierda de Sánchez, como venden sus turiferarios de cabecera, por la sencilla razón de que jamás se ha movido de ella. Lo que sí ha significado es un decidido avance hacia el populismo, una consolidación de la táctica de radicalidad demagógica en el que basó su campaña de reconquista del partido. Y el principal rasgo de ese estilo no consiste tanto en la asunción de algunas propuestas de Podemos como en la clásica invención de un enemigo, identificado con significantes y símbolos como ‘los poderosos’, la banca, las compañías energéticas y, de un modo genérico, los ricos. El señalamiento de una supuesta casta dirigente y su conversión en adversario ficticio es uno de los ingredientes elementales de los discursos populistas de todo signo, y cuando se practica desde el Gobierno para encubrir un caudillaje intervencionista o un monopolio de privilegios abusivos se llama peronismo.

En su intento de revertir el desgaste patente en los resultados electorales y las encuestas, el presidente ha rescatado la estrategia argumental –operativa no tiene– con la que abordó la pandemia. El enfoque de la crisis como oportunidad de relanzamiento o el concepto de resiliencia son propios de manuales de autoayuda mostrenca, pero el equipaje intelectual del sanchismo es más bien liviano de ideas y sus asesores deben de haber encontrado las notas de Iván Redondo en alguna gaveta: en caso de apuro rómpase el cristal tras el que se guarda la manguera de las subvenciones, sáquese del baúl el uniforme de estética guerrillera y anúnciese a todo bombo la expropiación por la fuerza de los beneficios de las eléctricas. La retórica de la mayoría social contra las élites y el reparto de la riqueza siempre es bien recibida en tiempos de zozobra financiera, y con suerte puede sacar de quicio a la derecha.

Pero existe un problema, y es la posibilidad muy verosímil de que las medidas no surtan efecto. Este Ejecutivo es poco ducho en soluciones prácticas y el alza del coste de la vida no es la clase de contratiempos que admitan remedios-placebo ni responsabilidades diluidas en el criterio de inexistentes comités de expertos. De hecho no hace apenas un mes que promulgó el primer decreto contra la inflación y se ha quedado viejo antes de que esta semana lo convalidara el Congreso. Aunque la derrama subsidial y los nuevos impuestos puedan servirle para retomar la iniciativa de momento, el invierno va a exigir políticas eficaces y sacrificios serios. En ese compromiso tendrá que medirse este Sánchez tan autosatisfecho de haber recompuesto ciertos equilibrios internos, como si para embridar la escalada de precios bastase con que los socios de la investidura estén más o menos contentos. Ninguna impostura populista ha superado nunca la prueba del éxito.

 

 

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