La «incomprensión» del pueblo cubano
Para justificar los inevitables cortes del servicio eléctrico en la capital en medio de los apagones que agobian principalmente a las ciudades del interior, se ha apelado a "la solidaridad" de los habaneros
Todavía Fidel Castro no había asaltado el cuartel Moncada en Santiago de Cuba cuando en la Alemania comunista, el 17 de junio de 1953, el pueblo se lanzó a las calles para protestar contra el sistema que ocho años después aquel asaltante implantó en Cuba.
Los alemanes que rechazaban el socialismo no eran capitalistas expropiados ni pequeños burgueses, sino obreros de la construcción. El poeta y dramaturgo Bertolt Brecht, luego de leer los folletos que la Unión de Escritores repartió en la Avenida de Stalin indicando que el pueblo había perdido la confianza del Gobierno y que solo podía ganarla de nuevo «con esfuerzos redoblados», se preguntó irónicamente lo siguiente en los últimos versos de su poema La Solución.
«¿No sería más simple
en ese caso para el Gobierno
disolver el pueblo
y elegir otro?»
Obviamente, la solución a las desavenencias de los gobernados con las medidas de los gobernantes no se encuentra en que los que mandan se busquen nuevos súbditos, sino en que se proclamen nuevas políticas y, mejor aún, en que sean otros quienes las dicten.
Los pueblos no tienen porqué ser comprensivos con sus gobernantes, sean estos elegidos democráticamente o designados a dedo por el único partido permitido.
Se pretende convencer a los cubanos de que pueblo, Partido y Gobierno conforman una Santísima Trinidad indisoluble y cualquier fisura constituye una contribución al enemigo
Si las políticas trazadas por quienes ocupan cargos gubernamentales ocasionan enemigos en las relaciones con otras naciones, si como consecuencia de esas malas relaciones se dificulta la comercialización de lo que el país puede vender y la adquisición de lo que necesita comprar, si las leyes se convierten en dificultades para prosperar y asfixian a los emprendedores y si, para colmo, discrepar se convierte en un delito, ser comprensivo se convierte en un acto de complicidad.
Se pretende convencer a los cubanos de que pueblo, Partido y Gobierno conforman una Santísima Trinidad indisoluble y cualquier fisura constituye una contribución al enemigo. Por eso, a los que mandan no les basta con la comprensión: reclaman el aplauso y pretenden que sea entusiasta.
En el clímax de esa pretensión, para justificar los inevitables cortes del servicio eléctrico en la capital en medio de los apagones que agobian principalmente a las ciudades del interior, se ha apelado a «la solidaridad» de los habaneros quienes deberán aceptar, casi celebrar, la ausencia de electricidad para que los provincianos sufran menos.
La solidaridad capitalina podría tener otro rostro menos comprensivo para que los habitantes del interior no se queden solos a la hora de protestar. Pero entonces, ese sería el pueblo que el Gobierno quisiera disolver.