Ética y MoralPolítica

Carmen Posadas: ¿Pero de qué se ríen?

Isabel Rodríguez, una socialista de cuna curtida en la política local y autonómica

Isabel Rodríguez

 

Jesús Sainz, gran amigo, me señaló el otro día un fenómeno asociado a nuestros responsables políticos que amenaza con convertirse en norma, por no decir epidemia. Supongo que la idea genial será de gurús de la comunicación, pero, a medida que la situación del país se hace más peliaguda, ellos comparecen ante los medios cada día más sonrientes, cuando no a carcajada limpia. Sonrisa Profidén al anunciar que el IPC está por las nubes, otra aún más dentífrica al explicar que el Gobierno no planea bajar los impuestos, y así con lo que surja: cuanto más tenebroso el panorama, más «dientes, dientes», según receta recomendada por Isabel Pantoja.

Tres ministras son especialmente adictas a esta práctica. La primera es la portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, a la que algunos malvados llaman ya ‘la sonrisa del régimen’; la segunda es María Jesús Montero, que, a juzgar por su actitud, encuentra todo chistosísimo; y la tercera es Yolanda Díaz, que solo prescinde de su perenne sonrisa meliflua para troncharse por cualquier nadería.

¿Son ellos, los políticos, los tontos o lo somos nosotros? No crean que es una pregunta fácil de responder

En esa misma línea es interesante observar cómo, cuando un político se ve obligado a dimitir tras un error garrafal y/o al ser imputado por algún presunto delito (léase Mónica Oltra, Laura Borrás o Boris Johnson), todos se comportan de idéntico modo. Para empezar, impasible el ademán, se apalancan en su puesto. Después, cuando la situación se hace insostenible y hasta los suyos les piden que se vayan, primero se presentan como víctimas del sistema, bla, bla, de oscuras y siniestras fuerzas, bla, bla, bla, y después, directamente, pasan a la risa. En el caso de Oltra, el modus operandi consistió en ponerse un sombrerito naranja en la cabeza y desternillarse y bailar, a todo frenesí, en un acto de su partido. Laura Borrás, más comedida ella, optó por llegar con sonrisa de Gioconda y rodeada de fieles al Parlament el día que iba a ser cesada para salir después de la ‘defenestración’ aún más exultante, darse otro baño de masas a las puertas e irse tal como había venido, en coche oficial. En cuanto a Boris, su despedida ante la Cámara de los Comunes fue digamos que más british. Enarboló su sonrisa más oxoniense mientras desgranaba todos los, según él, incontestables logros de su gestión y luego la ensanchó considerablemente antes de exclamar: «¡Hasta la vista, baby!».

Todas estas muestras de regocijo, jolgorio e hilaridad son dignas de estudio, pero si hay una más asombrosa que el resto es la que podríamos llamar la ‘risalla de los juzgados’. Siempre que un político, del partido que sea, es llamado a declarar ante la Justicia –sea por el delito que sea: malversación, fraude o algo aun peor–, sonrisa indesmayable en ristre, repite el mismo mantra: «Estoy muy tranquilo, soy inocente». A mí esta actitud me llama especialmente la atención porque, si me viera en ese trance, acusada de algo que no he hecho, estaría perpleja, angustiada, insomne, preocupada, impotente, furiosa, patidifusa, cualquier cosa menos tranquila. Pero no. Los políticos deben de estar hechos de otra pasta porque ellos todo lo arreglan (y santifican) con una sonrisa y un ‘aquí no pasa nada’. Y yo me pregunto: ¿son ellos los tontos o lo somos nosotros? No, no crean que es una pregunta fácil de responder. Que ellos no son lumbreras es evidente, pero ¿no será que a nosotros también se nos están reblandeciendo las meninges y acabamos comprando lo que, en este mundo nuestro hecho de imágenes y gestos prefabricados, se nos vende como auténtico? Antes de que todos viéramos la Realidad a través de la tele, las imágenes gráficas e Internet, una sonrisa falsa o incongruente en determinado contexto no engañaba a nadie. La gente sabía discernir, leer entre líneas, intuir cuando una sonrisa era más falsa que un euro de hojalata. Ahora no. Quizá porque todavía seguimos pensando que lo que vemos a través de los medios de comunicación tiene un plus de verosimilitud, nos tragamos cualquier impostura. No sé, es un tema que da para mucho, pero se me ocurre que nos hemos vuelto crédulos, elementales, acríticos, incluso con respecto a lo más evidente. Y de eso se aprovechan los políticos; de ahí sus risas de hiena. «Sonríe que algo queda», dirán ellos, y quizá no les falte razón…

 

 

Botón volver arriba