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Dagoberto Valdés: Aprender a decir que no

Por no haber enseñado a decir No a las nuevas generaciones, estamos como estamos. Un síntoma del daño antropológico que sufrimos

 

Es muy bueno que seamos positivos. Generalmente a los niños se les enseña a dejar el No en todas las cosas y a salir de su egoísmo. De Síes grandes y pequeños está hecha la historia de generosidad y entrega de este mundo. Sin embargo, en Cuba, a veces, ocurre lo contrario. Como en otros países que han sido víctimas del totalitarismo y de regímenes autoritarios, se ha dado un fenómeno psicológico-social de complacencia, de genuflexión ideológica, de falsa creencia en que cuando decimos Sí nos ganamos el favor de la autoridad, o nos libramos de la represión o vivimos más tranquilos.

En efecto, en Cuba se ha creado una cultura del fácil Sí. Una costumbre de no ir a la contraria, de no oponerse a nada, pensando que así se podrá vivir mejor, estar tranquilo y sobrevivir… Nada más falso. “Esa tranquilidad viene de tranca”, no de la paz interior. Ese sobrevivir es solo por un tiempo determinado que se está agotando rápidamente. Ese vivir mejor se acabó para la inmensa mayoría de los cubanos. El trueque del Sí por el “te dejo tranquilo para que puedas vivir tu vida” se acabó. Ahora todos los cubanos vivimos mal, no vivimos en paz, la vida es una agonía creciente, solo un grupúsculo vive aún bien en este final de la era de la simulación.

Por decir Sí a todo, estamos como estamos. Por no haber enseñado a decir No a las nuevas generaciones, estamos como estamos. Un síntoma del daño antropológico que sufrimos los cubanos es asentir a todo por miedo. Decir que Sí por fuera, aunque por dentro resuene el No. Por decir siempre Sí, sin discernir el bien del mal, estamos en Cuba al borde de un abismo.

El relativismo moral del “todo vale” es la enfermedad profunda de esa cultura del Sí incondicional, no pensado, no discernido; del Sí negociado por nada y para nada. El “Para lo que sea” es el lema que mejor refleja ese sometimiento personal a la voluntad totalitaria del otro. Por eso los creyentes reservamos minuciosamente el “Para lo que sea” solo para Dios. Entonces la religión ayuda a no doblar la rodilla. Creer en Dios evita dar el Sí complaciente e incondicional a ningún hombre, ideología o sistema. Nadie puede pedir, y menos legalizar, esa incondicionalidad reservada solo para el Absoluto.

Por decir Sí, creyendo que nuestro No es insignificante, no va a ser tenido en cuenta, no vale, es que se ha consentido el control total del Estado sobre el ciudadano, se ha legalizado la dictadura de un solo partido, se ha aprobado una Constitución que, por conservar una sola ideología, aunque fuera en una máscara, legalizó el enfrentamiento entre cubanos hasta el “uso de la lucha armada” en una guerra civil fratricida.

Por no aprender a decir No, podremos tener un nuevo Código de Familia que es una mezcolanza entre legítimos derechos civiles, individuales o sociales, en total revoltijo y confusión, con la pérdida de la patria potestad o autoridad paterna; mezclado con el relativo concepto de autonomía progresiva que desdibuja la mayoría de edad y mantiene la violación por parte del Estado del derecho de los padres de escoger el tipo de educación que desean darle a sus hijos. Por la confusión intencionada de mezclar derechos con violaciones en un solo paquete, es por lo que Cuba ha devenido en este desastre. Por no aprender a decir firme y argumentadamente que No, Cuba está así. Y todos sabemos lo que pasó con los que han entregado su vida, ayer y hoy, cruenta o incruentamente, por decir No a la maldad.

“Que su Sí sea sí y su No sea no” (Mateo 5, 37)

La milenaria sabiduría conservada en la Biblia y otros libros sagrados, patrimonio de la Humanidad, verifica una actitud ante la vida que es resumida en una frase aparentemente llena de obviedad: “Que su Sí sea sí y su No sea no, todo lo demás viene del mal” (Jesucristo en Mateo 5, 37).

Cristo se refería a aquellos que aparentan cumplir con la ley escrita, pero violan el espíritu de la ley, su principio, el derecho que la ley defiende. Lo dice también contra los que prometen y no cumplen, contra los que juran e incumplen. Contra los que aparentan y no sienten lo que dicen. Nada más vigente para la Cuba de hoy. En este aforismo está el equilibrio entre aprender a decir Sí cuando nuestra conciencia bien formada nos diga que sí, y aprender a decir No cuando nuestra recta conciencia nos indique que debemos rechazar algo que no es coherente con la vida, con nuestra filosofía, con nuestra religión, con nuestra responsabilidad, con la libertad, con la dignidad de la persona humana, con el bien común.

La autoridad moral de una persona se gana cuando es capaz de ser coherente cuando dice Sí y también al ser coherente cuando dice No. El miedo es incoherente. El miedo es el aliado principal del relativismo moral. No aprendemos a decir que No cuando es no, porque el miedo es nuestro dictador. Y porque hay otros seres humanos que fomentan el miedo como el último recurso para arrancarnos el Sí.

En efecto, cuando una sociedad, o sus autoridades, solo pueden lograr someter a los ciudadanos sembrando el miedo con manifestaciones cada vez más visibles de represión es porque se agotó el arsenal de las ideas, se volvieron obsoletos los razonamientos, es porque han desembocado en esa área descompuesta y terminal de todo lo que está fuera del Sí o del No y que pertenece al Mal. Cuando esto ocurre cada ser humano, cada ciudadano, está en la obligación de oponerse el mal y decir No.

#Propuestas

En las familias: Los padres y abuelos deben cuidar la educación de sus hijos y nietos. No basta enseñarles a decir Sí, educarlos en el compartir, en el asentir. Es necesario equilibrar ese Sí con la enseñanza moral de que no todo vale. Educar bien es también enseñar a distinguir el bien del mal. Educar es aprender a decirle Sí al bien y decirle No al mal. Pero si los padres y abuelos son los primeros que dan el mal ejemplo de la simulación, del disimulo, del Sí incondicional… entonces están enseñando a sus hijos y nietos a vivir toda su vida con una máscara. Y luego decimos que queremos la felicidad de los hijos. Nadie que simula puede ser verdaderamente feliz. Nadie es feliz sometido a un Sí incondicional a lo largo de toda su existencia.

La mejor prueba de este fracaso educativo es que las nuevas generaciones en Cuba no aceptan el simulacro de sus mayores, se rebelan pacíficamente. Es que han descubierto, por sí mismos, que no son felices aquí. Es que aprendieron a decir No a la angustia como sistema. Y cuando ser coherentes con esa vida en la Verdad se reprime y persigue aquí entonces se largan de su propio país. El éxodo masivo es la confirmación del fracaso del modelo educativo que en lugar del hombre nuevo ha educado al hombre-fraude, al hombre-máscara y las nuevas generaciones de cubanos quieren “vivir de cara al Sol.”

En la escuela: Los padres son y deben ser los primeros y principales educadores de sus hijos. Todo lo que se oponga a eso debería recibir nuestro No. Los educadores son solo ayudantes de la educación familiar. Son facilitadores de la labor formativa de los padres. Por eso, es inadmisible que los maestros y profesores enseñen la cultura de la simulación y la mentira a sus alumnos. Los educadores deben enseñar, siempre junto a los padres y no contra ellos, a discernir el Bien del Mal. Educar para elegir. Educar para decidir. Educar para pensar con cabeza propia, sin lo cual no se puede ni discernir, ni elegir, ni decidir.

En las Iglesias y otras organizaciones de la sociedad civil: Creo que, con demasiada frecuencia, se nos cuela en nuestras Iglesias la cultura de la simulación. La permisividad y el asentimiento sin criterios de juicio y sin discernimiento previo han provenido de la cultura de la mundanidad. La primera cota de la calidad de los procesos de evangelización en Cuba debería ser medir el grado de transformación del discípulo para dejar fuera la cultura del disimulo, la cultura del Sí oportunista y trepador, para dejar fuera la cultura de la vida en la mentira, para convertirse, para virarse, a vivir en la Verdad. No dejemos que la mundanidad del Sí, del relativismo moral complaciente, sea la forma de vida “normal” en nuestras comunidades cristianas. Las Iglesias deberían ser escuelas fieles a su Fundador: “que vuestro Sí sea sí y vuestro No sea no”. En estas comunidades educativas debemos dejar fuera el Sí incondicional a los hombres y tributárselo solo a Dios.

En la sociedad: Cada ciudadano, cada cubano, tiene un enorme poder que, con frecuencia no estamos usando: el poder del No. El engaño y la trampa en la que caemos con mayor facilidad es aquella falacia que nos hace creer que nuestro No es insignificante, que no vale, que no cambiará nada. La trampa está en hacer creer a cada cubano que no significa nada y cuando esto se logra entonces el No pierde poder. Aprendamos a actuar por conciencia cívica. El civismo de quedar bien con nuestra conciencia es el primer poder del ciudadano. Es el poder interior de la convicción propia. Es el poder de pensar con independencia. Es el poder de aprender a discernir el bien del mal con conciencia bien formada según nuestra propia escala de valores.

Cuba necesita salir de la trampa de la masividad. Debemos creer en la fuerza de lo pequeño, en la eficacia de la semilla. El “tamaño” del óvulo y del espermatozoide desmiente las cuentas, las dimensiones y la masividad en la que nos han adoctrinado. De esas partículas invisibles, pero unidas entre sí, nace la vida humana que es lo más grande que existe en este mundo. Aprendamos y enseñemos a nuestros hijos y nietos la proporción verdadera de la semilla y el árbol, la dimensión trascendente entre el útero donde crece, se desarrolla y se complejiza la vida y el invaluable valor y dignidad de esa vida. El útero de la nueva república debe fecundar la inconmensurable fuerza de lo pequeño y de lo invisible de una vida nueva.

Se argumenta que un solo árbol no hace al monte… pero olvidamos que el monte comenzó por la siembra de cada árbol, uno a uno, cada cual “según su especie”, diferentes, a diferente ritmo de crecimiento, juntando sus ramas, tirando hacia el Sol.

Se argumenta que no hay que servirle de escaleras a nadie… pero olvidamos que el civismo y la vida en la verdad es la escalera para nuestro propio crecimiento personal y cívico. Cuidado con que evitando servirle de escaleras al otro, nos quedemos a ras de suelo en la vida, nos quedemos hundidos en el lodazal de la mentira. Cuidado con que algunos te hagan creer en eso para que solo exista su única escalera.

Cuba necesita que cada ciudadano construya su propia escalera de virtud y civismo, así podremos edificar la gran escalinata compartida de una República en la que cada uno pueda subir y tenderle la mano, desde arriba no desde el fango, a los que viven a otro ritmo o crecen más lentamente. Los hombres de talla mayor solo se salvan sirviendo de ejemplo, apoyo y mano firme para los que crecen menos. Los que crecemos menos podemos fortalecer nuestros hombros para sostener a los que no saben construir ni han aprendido a subir escaleras.

Que cada cubano aprenda a dar su Sí a todo lo bueno y aprendamos a dar nuestro No a todo lo malo. Así de sencillo y así de difícil y cotidianamente heroico.

 

 

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