Highsmith, desnuda
Si no hubiera sufrido tanto, tal vez su obra hubiera sido mediocre
Sumido en la lectura de los ‘Diarios’ de Patricia Highsmith, encuentro verdaderas joyas que subrayo en el libro. Anota en uno de sus cuadernos: «Escribir, claro está, es un sustitutivo de la vida que no puedo vivir, que soy incapaz de vivir».
La escritora tejana, fallecida en 1995, era misógina, histérica, alcohólica, lesbiana, recelaba de su madre y era amante de los gatos. Dejo en un armario 8.000 páginas de confidencias que ahora salen parcialmente a la luz en nuestro país.
Highsmith no concedía entrevistas y era muy reacia a mostrar su intimidad. Era tacaña, introvertida y maltrataba a las mujeres a las que amó. Esto quedaba velado en sus novelas de intriga, caracterizadas por un prodigioso retrato psicológico de los personajes.
No hay duda al leer los ‘Diarios’ que la escritora tenía un fuerte sentimiento de culpa que provenía de su infancia tras ser abandonada por su padre y del sentimiento de vergüenza por su homosexualidad en una sociedad puritana. Cumplidos los 20 años, se liberó en el ambiente promiscuo del Village neoyorkino.
Lo que me fascina de sus confesiones es que ponen de relieve los secretos más ocultos de una existencia atormentada que disimulaba bajo una máscara de mujer dura e insensible. Y lo hace sin complacencia, sin piedad alguna hacia sus propias debilidades.
En una ocasión mi amiga Maj Sjöwall, la autora sueca de novela negra, me contó que solía reunirse en Copenhague con Highsmith para tomar unas copas. Era seductora y simpática cuando quería. Sjöwall me dijo que le confesó que sentía verdadero miedo físico ante la presencia de Simenon y que daba la impresión de ser una mujer frágil.
No se parecía en nada a Tom Ripley, un aventurero sin escrúpulos que se enriquece mediante el asesinato de su amigo y que comercializa cuadros falsificados. Tal vez Ripley era la expresión de sus demonios interiores, como recoge la solapa del libro.
En cualquier caso, tengo la sensación de ser como el personaje de ‘La ventana indiscreta’ que penetra en la intimidad de otra persona. Transcurridos 27 años de su muerte, no puedo evitar la molesta percepción de estar violando los sentimientos que se llevó a la tumba, aunque ella sabía que, tarde o temprano, sus anotaciones serían publicadas.
No hay nadie que sea transparente. Todos guardamos nuestros secretos y las miserias más inconfesables. Por ello, me parece especialmente valioso este ejercicio de sinceridad en el que se desnuda ante sus lectores. Y lo que aparece entre líneas es que Patricia Highsmith tenía un miedo a la vida que sublimó en la literatura.
Si no hubiera sufrido tanto, tal vez su obra hubiera sido mediocre. Pero llevó hasta el extremo su coherencia al desvestirse en estas páginas íntimas en las que se muestra inclemente y cruel consigo misma. Que descanse en paz.