El Gobierno de Cuba, en su hora más oscura
El castrismo se quedó sin nada que ofrecer y, sin ideología ni 'logros de la revolución', su única salida sería mejorar la economía del país.
Para los griegos clásicos, una crisis (krinein) era una situación de cambios profundos, inciertos, súbitos y violentos, con consecuencias difícilmente reversibles que trascienden lo coyuntural. El 1959 comenzó en Cuba la Revolución, que es crisis y es tragedia.
Pero en ese periodo crónicamente difícil, ha habido momentos de extremo agravamiento, como los primeros años de la Revolución, el último lustro de los 70, y principalmente, los años 90. Ahora, desde 2017, esa crisis perpetua se está agudizando nuevamente.
Y sí, aún se está lejos del agujero que, cínicamente, Fidel Castro denominó«Periodo Especial», pues comparativamente, hoy se nada en abundancia con respecto a aquellos años donde no existía transporte, los alumbrones eran la norma y la gente, literalmente, quedaba ciega del hambre.
Sin embargo, aun cuando la situación no se ha degradado tanto como hace 30 años, ya ha habido más y mayores protestas que en los años 90, así que se puede afirmar, categóricamente, que el castrismo está en su hora más oscura. Veamos por qué.
Velocidad del empeoramiento
Como Fidel Castro apuntaló su reinado convirtiendo Cuba en un portaaviones soviético, el reajuste geoestratégico después de Gorbachov provocó que la crisis de los 90 cayera de sopetón, a diferencia de la presente, que es un lento declinar.
Recuérdese que las peores torturas no son las que provocan el mayor dolor inmediato, sino las que se regodean en un sádico sufrimiento creciente e inexorable. Un evento rápido, por duro que sea, permite, tras la aceptación, una acomodación sicológica; mientras que un evento progresivo dificulta tal ajuste sicológico, pues cada vez parece que se está en lo peor, se empeora aun más, impidiendo evitar, aparte de la crisis en sí, la frustración constante.
Esta recesión en cámara lenta, como el martirio de la gota china, irrita al pueblo más que aquella abrupta depresión que entonces sucedió.
Trauma
En los 90, aun los que vivieron las crisis previas a la artificial bonanza de la segunda mitad de los 80, no imaginaban cuánto podría empeorar el país, nadie previó los niveles de depauperación a los que se llegaría. La emoción predominante fue la sorpresa.
Hoy, una mayoría de cubanos traumatizados por el Periodo Especial, saben hasta donde podría deteriorarse la economía… y eso les asusta. Ya no hay sorpresa, la emoción predominante es el miedo a regresar a aquello, un miedo que, ocasionalmente, supera al engendrado por los órganos represivos.
Vorágine de cambios
Las reformas políticas y económicas durante el Periodo Especial, aunque grandes, fueron mucho más lentas, de menor calado y más reversibles que las actuales.
Los cambios de hoy, aun lentos en comparación a lo hecho en los 90, son una vorágine, y recuérdese que, la vorágine de reformas en la URSS, que a priori parecía controlable por el PCUS, desató una cascada de transformaciones sociales y económicas que escaparon del control de aquel partido mafioso y opresivo.
El PCC sabe que está caminando por el filo de una navaja, ni ellos mismo podrían decir hasta dónde pueden transformar el modelo sin perder el control, por eso van a tientas, y cuando uno va a tientas… puede caerse.
Desgaste propagandístico
Si entonces se pudo justificar la debacle interna como efecto del derrumbe soviético, un suceso aparentemente exógeno al modelo castrista, las excusas de hoy con el «bloqueo» de EEUU a la cabeza, son cuestionadas por un consenso generalizado —que ya ni los propios administradores de Raúl Castro pueden esconder— sobre la insostenibilidad congénita del modelo castrista. La gente no cree.
Sin ideología
En los 90, el sacrificio era para «salvar el socialismo», que era salvar a Fidel, pero hoy el modelo, a todas luces, evoluciona hacia un capitalismo de compadres totalmente alejado de los principios marxista-estalinistas que conformaron el castrismo.
Hay una transición de un régimen muy ideológico —en imagen— que solo tenía que mostrarse dueño de la doctrina, a uno pragmático, que necesita demostrar su valía mediante resultados palpables, o imponerse por la fuerza, que es siempre una debilidad.
Factor Fidel
La mayoría de los cubanos —incluso entre quienes lo adversaron— admiraron a Fidel, muchísimos lo adoraron y lo exculparon de todo. Fidel era un líder. Si sumamos el liderazgo de todos los gobernantes actuales, incluyendo al heredero Raúl, no se llega a la mitad del que, toda su vida, mantuvo el dictador fundacional. Los cubanos sin Fidel «aguantan» mucho menos.
Descapitalización
Al Periodo Especial se llegó con una acumulación inmensa de capital productivo (maquinaria, infraestructura, industria), pues la etapa soviética dejó camiones, tractores, termoeléctricas, trenes, barcos, maquinaria agrícola, regadíos, presas, fábricas y demás bienes de capital, en un país que aún conservaba calles transitables y casas sin grietas.
De aquello queda muy poco, la inmensa mayoría —comenzando por la industria azucarera, la flota de pesca y la industria y agricultura en general— está diezmada por 30 años de uso sin adecuada amortización o sustitución.
Aun suponiendo que el castrismo mute hacia un sistema eficiente (¡que es mucho suponer!) en Cuba existe muy poco con qué trabajar y producir, y lo que hay es viejo y obsoleto.
Inversión extranjera
En estos 30 años, el castrismo se ha quitado varias veces la careta de socio confiable. Cientos de inversores dejaron la Isla con deudas mal pagadas, y miles de proyectos no prosperaron porque el Gobierno siempre supedita la economía a sus intereses particulares.
Cada vez menos capitalistas extranjeros atienden, cuando el castrismo promete «seguridad jurídica». ¿Quién quiere invertir en un país con semejante historial de impunidad y arbitrariedades, que además, sigue fomentando su enemistad con EEUU?
Diáspora
A diferencia de los 90, y cada vez más, los emigrados son conscientes de estar, con sus dineros, alimentando al monstruo que los expulsó de Cuba y mantiene como rehenes a sus familiares, y aunque solo una ínfima minoría se abstendrá de socorrer a sus seres queridos, muchos ya limitan o condicionan su ayuda y se niegan a invertir en la Isla.
El pueblo
El totalitarismo que Fidel implantó con premeditación, alevosía y apoyo de masas inconscientes, anuló completamente una anteriormente viva sociedad civil. Los innumerables panteones funerarios de sociedades fraternales, profesionales, regionales, religiosas, estudiantiles, obreras, sindicales o políticas que hay en el cementerio de Colón, hablan de aquel civismo que quedó trunco, y hasta hace muy poco sumido en la paranoia. Pero ese policía que cada cubano lleva dentro está achicándose, y el pueblo hoy, como jamás lo fue en los 90, es un actor político, aun diminuto, pero en efervescencia.
Los diez puntos anteriores, entre otros, apuntan a que, aunque como dice un comentarista apodado Capitán Nemo, antes «vivimos un periodo especial brutal, y lo aguantamos»… Hoy es diferente.
El castrismo se quedó sin nada que ofrecer. El «contrato social» que cimenta su futuro ya no está basado en ideología o en los «logros» de la revolución, sino en su capacidad para mejorar la economía, y si no lo hace rápido, el pueblo se hartará, aún más, de un liderazgo hueco, ejercido por hombres obesos a quienes no se les va la luz, cuyos hijos alardean lujos impensables para los cubanos comunes.
Pero por muy oscura que esté su hora, el castrismo es una yerba mala, y la yerba mala no sucumbe sola, para erradicarla, hay que arrancarla de raíz, fumigar sus restos y quemar los despojos. Ese desyerbe —proceso político nunca violento— todavía no ha comenzado, pero mientras siga agudizándose esta crisis, más deseos tendrán los cubanos de aclarar la maleza para sembrar un nuevo futuro.