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José Ignacio Moreno León: Un compromiso educativo

Ante el nuevo panorama global que caracteriza a la sociedad del siglo XXI, no hay dudas que los valores del capital social al facilitar el enfoque holístico del desarrollo, incorporando una visión humana, solidaria y ética del proceso de la globalización contemporánea

 

El concepto de desarrollo humano ha sido propuesto por el  Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), como un enfoque integral del desarrollo que va más allá del criterio economicista que mide el avance de este proceso  en base a cifras de ingreso per cápita, crecimiento del producto interno, etc., pero que no toma en consideración el impacto humano del proceso en términos de calidad de vida.

El PNUD ha elaborado desde 1990 indicadores anuales del desarrollo humano (IDH), basados en la evolución de factores tales como las oportunidades de educación, la expansión de los servicios de salud, la seguridad alimentaria, la generación de empleo estable, el incremento del ingreso individual, e inclusive aspectos políticos tales como las libertades públicas y el entorno favorable a los negocios. Son criterios de progreso que responden al enfoque holística que del concepto de desarrollo plantea el premio Nobel de economía Amartya Sen, cuando nos habla del desarrollo como libertad, al ubicar al ser humano como protagonista y beneficiario del proceso en el cual el Estado y la sociedad  promueven activamente el fortalecimiento y salvaguarda de las capacidades humanas,  a través de la educación y la cultura y se tiene como meta remover los factores que restringen la libertad del individuo para desempeñarse satisfactoriamente en sociedad, como son la pobreza, la tiranía, la exclusión económica, la privación de asistencia social, la negación de las facilidades públicas, las intolerancias y el autoritarismo estatal.(1)

Dentro de esa concepción integral y humanista del desarrollo surge el concepto del capital social y sus valores constitutivos como una herramienta y condición fundamental para lograr ese desarrollo con sentido humano. Por ello se establece una estrecha correlación -y así lo comprueban las estadísticas-, entre el nivel de activos de capital social y el nivel de los indicadores de desarrollo humano, que para ser sustentable  incorpora no solo resultados positivos en temas económicos, sociales y políticos, sino además las consideraciones medioambientales. Y se plantea además el compromiso educativo, como estrategia fundamental para promover el capital social y así lograr el desarrollo humano sustentable.

Conviene entender que el capital social es más que capital humano, entendido este como conocimiento, habilidades y otras capacidades productivas incorporadas en las personas y el cual se identifica con la capacidad de producción de bienes y servicios; o la capacidad humana, que es una capacidad para escoger o la habilidad para mejorar la calidad de vida individual; o el capital físico, producto de la actividad humana para producir más bienes y servicios.

Para Robert Putnam, científico social de Harvard y uno de los más estudiosos del tema, el capital social se expresa a través de la confianza presente en los diversos actores sociales, el grado de asociatividad prevaleciente entre los mismos y el respeto a las normas de comportamiento cívico, tales como la cultura tributaria, el cuidado de los bienes y servicios públicos, todo lo cual contribuye al mantenimiento del bienestar colectivo (2).

El capital social puede entenderse entonces como un recurso natural que se incrementa cuando se usa y que, como bien de un conjunto social o de un país, contribuye a crear valor social y a optimizar los beneficios del capital físico, del capital humano y de la capacidad humana. Es por tanto un factor clave del desarrollo humano y de la gobernabilidad democrática. Por ello el Banco Mundial lo define como la moneda inagotable que permite que una sociedad opere efectivamente.

Para Francis Fukuyama el capital social se asimila  igualmente al  concepto de confianza como valor económico amplio y la única y penetrante característica  cultural que condiciona el bienestar de una nación y su capacidad para competir. La confianza deriva a su vez de la capacidad de los seres humanos para compartir normas y valores, subordinando intereses individuales a los más amplios del grupo. “Es la expectativa que surge dentro de un comunidad de comportamiento normal, honesto y cooperativo, basado en normas comunes, compartidas por todos los miembros de dicha comunidad (3).

Esas normas están identificadas con los valores de la asociatividad, la conciencia cívica, la ética y el consenso moral que deben descansar, en primer lugar, en la estructura familiar como célula social básica y en el tejido social de un conglomerado humano, incluyendo una nación. Dichos valores contribuyen igualmente a la práctica de la solidaridad, como otro elemento constitutivo del capital social.

Ante el nuevo panorama global que caracteriza a la sociedad del siglo XXI, no hay dudas que los valores del capital social al facilitar el enfoque holístico del desarrollo, incorporando una visión humana, solidaria y ética  del proceso de la globalización contemporánea asegura  la viabilidad de dicho proceso en términos económicos, políticos, sociales y en armonía con la preservación adecuada del medio ambiente.

En diversos estudios que se han hecho sobre los problemas del desarrollo en América Latina se indica que la región acusa un sensible déficit de los valores representativos del capital social, lo cual explica en gran medida los bajos niveles que expresan los indicadores de desarrollo humano y por ende el pobre desempeño de la gran mayoría de sus países en su proceso de desarrollo, incluyendo a Venezuela. Por lo anterior no hay dudas que, como estrategia para superar esas circunstancias y fortalecer las endebles democracias de estos países,  se requiere promover la enseñanza y práctica del capital social en forma institucionalizada, es decir como política pública que oriente el sistema educativo, en todos sus niveles como soporte del crecimiento económico, de la libertad y de la democracia. Se requiere entonces impulsar un nuevo paradigma educativo,  asegurando apropiadas condiciones y el reconocimiento social  a los docentes para que el mismo  responda adecuadamente a las demandas de la sociedad global y del conocimiento que se está configurando como característica del presente siglo.

Ese compromiso educativo implica incorporar en la escuela, desde el preescolar hasta las instituciones de educación superior la pedagogía de educación en valores,  fomentando la cultura cívica y la responsabilidad social como elementos esenciales,  impulsando además la enseñanza y práctica del capital social, mediante el desarrollo de la sociabilidad, la solidaridad, la cooperación y la cultura democrática como soportes fundamentales de una democracia de ciudadanos, para asegurar en libertad el desarrollo humano sustentable.

Fernando Savater, uno de los filósofos de mayor renombre en la España actual, sentencia que en democracia somos políticos todos y no podemos dejar de serlo. Por ello, en el caso específico de Venezuela -un país sumido en una profunda crisis que no solo se  expresa en términos económicos , sino igualmente se revela en términos políticos, sociales y déficit de valores-, el compromiso educativo para promover el capital social como estrategia para fortalecer la democracia y garantizar la libertad debe entenderse como un acuerdo patriótico de toda la colectividad nacional, incluyendo los sectores productivos, laborales, las Iglesias y especialmente los medios de comunicación social que, como desempeño ético, deben asumir un papel protagónico en la promoción de ese compromiso histórico.-

1- Amartya Sen, “Development as Freedom”, Random House Inc, New York, 1999.

2- Robert Putnam, “Making Democracy Work”, Princeton University, Princeton, N.J. 1993.

3- Francis Fukuyama, “Confianza”, Editorial Atlántida, Buenos Aires, Mexico, 1996.

 

 

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