El fin de la autocomplacencia sueca
El mito del paraíso socialdemócrata, una comunidad fuerte, socialmente justa y pacífica, se derrumba tras el giro electoral hacia el bloque de derechas
Quien haya visitado tiempo atrás Estocolmo y vuelva a hacerlo estos días comprobará que la principal diferencia es que, en las calles y mercados, se habla de política. Una parte de la población se manifiesta presa de profunda conmoción por el resultado electoral logrado por la extrema derecha de Jimmie Åkesson, que obtuvo el 20,7% de los votos en las elecciones del pasado domingo, mientras otros parecen triunfantes y eufóricos, por la formación de un gobierno de coalición de derechas que estará sin embargo liderado por el conservador moderado Ulf Kristersson. Los primeros repiten que el Partido Socialdemócrata sigue siendo el partido más votado, con el 30% de los votos, e incluso se aferran a la posibilidad de que la escasa mayoría del bloque conservador, 176 contra 173 escaños, permita en algún momento de la legislatura «darle la vuelta al salmón». Los segundos hablan de «esperanza» y de «descanso». «Por fin se van a arreglar las cosas», dice Per Winnberg, camino al trabajo en Stadsgården , «lo que ha estado pasando estos últimos años, los constantes tiroteos, el miedo… creo que el nuevo Gobierno va a cambiar eso». Se refiere sin citar la estadística a que cada semana, desde principios de año, al menos una persona ha sido asesinada en Suecia y los perpetradores son a menudo menores de edad. Incluso la hasta ahora primera ministra, la socialdemócrata Magdalena Andersson, ha calificado de «epidemia» los tiroteos y el portavoz de la policía Christer Fuxborg los atribuye a los nuevos clanes que compiten por el comercio de la droga. En la campaña, todos los partidos han admitido que Suecia tiene un serio problema de integración que rompe su tradicional paz social y el crecimiento de una peligrosa brecha entre la Suecia rica y las áreas con alto desempleo, bajo nivel educativo y una sociedad paralela. Y el beneficiario de todo ese consenso ha sido Åkesson.
Algunos medios internacionales se muestran perplejos ante este éxito de los Demócratas de Suecia (SD), un partido con raíces en el movimiento neonazi y vínculos de 214 de sus candidatos con el violento Movimiento de Resistencia Nórdica, además de otras organizaciones dudosas. Lamentan que este triunfo de nuevas alas, además, a partidos populistas de derecha en el resto de Europa. Otros medios presentan el resultado como una expresión de normalidad europea, en la que se van estableciendo voces de extrema derecha incluso en Austria, Italia y Francia, en la que los extremistas van involucrándose en los gobiernos de vez en cuando, cuentan con grupos parlamentarios cada vez mayores y ocupan más y más alcaldías. En todo caso, Åkesson ha roto los esquemas del estereotipo satisfactorio del estado de bienestar sueco, gobernado por los socialdemócratas ininterrumpidamente desde 1932 hasta 1973 y que desde entonces se ha ido alternando en el poder con una oposición moderada de centro. Pero no puede decirse que se trate de una sorpresa. El partido populista SD ha crecido a lo largo cuatro elecciones consecutivas desde que ingresó en el parlamento en 2006 y durante la campaña se centró en dar respuesta a las grandes preocupaciones de los suecos, mientras el resto de partidos las evitaba.
«Escandinavia nunca volverá a ser la misma», ha sido un popular hashtag postelectoral. Pero, ¿cómo era o es Escandinavia? La imagen del «paraíso socialdemócrata», una comunidad fuerte y pacífica, socialmente justa y sin clases ya no encaja con la autoimagen sueca. Durante la campaña prevaleció un panorama sombrío, una realidad moldeada por la guerra, la crisis energética, la inflación y la recesión, por temores reales de declive social y aumento de la desigualdad, por altas tasas diarias de delincuencia, la falta de acceso a la educación, los espantosos costes del dentista, la atención médica y la deficitaria enfermería. En el país de Greta Thuberg, nadie habló de cambio climático. Ante la visión de los barrios de inmigrantes marginados y de bajos o nulos ingresos, prevaleció la idea de que el gobierno no estaba haciendo lo correcto. Sorprendentemente, todos los partidos coincidieron en sus discursos en que el futuro se veía más negro si se mantenía el statu quo. Pero el reservorio de todo ese miedo e insatisfacción ha sido, muy por delante de los demás, Demócratas de Suecia.
Según Nassreddin Taibi, analista de Erurope Elects y experto en Suecia, otra de las razones de este «realineamiento histórico» ha sido la decisión del líder del Partido de la Coalición Moderada y probable futuro primer ministro sueco, Ulf Kristersson, de eliminar el cordón sanitario al que venía estando sometido SD. «Los moderados han perdido muchos votantes progresistas y urbanos, que preferían votar socialdemócrata ante el temor de una alianza con la extrema derecha», dice. Kristersson, de momento, ha comenzado ya las conversaciones de coalición. Según anteriores declaraciones, los moderados, cristianodemócratas y liberales formarán un gobierno conjunto, apoyado por SD pero sin dejar que ocupe ministerios. Ofrecerán a Åkesson algún puesto de prestigio simbólico a cambio del voto de su grupo parlamentario para asuntos de presupuesto, inmigración e integración. Está por ver si se contenta con eso, aunque en campaña se mostró dispuesto a asumir ese papel en segundo plano, que por lo demás le permitiría seguir haciendo su discurso de oposición sin responsabilidades de gobierno, clave en el mantenimiento de cualquier partido populista.