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Carrascal: El llanto de la izquierda

Giorgia Meloni no va a ser la desgracia que predice la progresía, excepto para ella, a la que se le acaban las bicocas

Tengo la impresión de que si el Vesuvio y el Etna se hubiesen puesto a vomitar lava con la misma furia que lo hizo el volcán de Cumbre Vieja de La Palma no hubiera visto ni oído tantas lágrimas y llantos como los que estoy viendo, y no sólo por Italia, sino por Europa en su conjunto. Desde luego, la invasión de una de sus naciones medianas, Ucrania, por la más grande de todas, la Rusia de Vladímir Putin, acompañada de los crímenes contra la humanidad que suelen darse en este tipo de episodios bélicos, no produjo ni la décima parte de esta conmoción. Y todo ¿por qué? Pues porque en Italia la extrema derecha ha ganado las elecciones legislativas. Ni que el proyectil con que los científicos intentan desviar el curso de un meteorito que amenaza la Tierra hubiese fallado su blanco y viéramos en peligro nuestro planeta. Cuando el resultado de esas elecciones estaba previsto, e incluso hay quien dice que, viendo lo que se nos viene encima, la izquierda las perdió a posta para culpar a la derecha del trompazo que nos espera. No lo creo. Primero, porque la izquierda nunca soltará el poder si puede retenerlo, porque es su única forma de sobrevivir (del Estado). Segundo, porque teme que lo de Italia no sea coyuntural, sino esencial, apuntando a un cambio no ya de ciclo sino de edad, sin que nos hayamos dado cuenta.

El mundo ya no es el que era y la mejor prueba es que las mayores disputas se están dando dentro de la derecha y dentro de la izquierda, entre otras cosas por haber cambiado una y otra. Sostener que la economía se mueve por la lucha de ricos contra pobres, como sostiene esa calamidad que tenemos como ministra de Hacienda, es ir derecho al precipicio. El mundo se mueve gracias a los que crean, empujan, inventan –«el gato que caza ratones», le dijo Deng Xiao-ping a Felipe González–, y el resto, que somos todos los demás, los que consumimos, trabajamos o pasamos hambre.

Los italianos, que con los chinos son los más inteligentes, se han dado cuenta de que la llamada progresía es, en el mejor de los casos, una ilusión, y en el peor, un engaño. De ahí que no busquen nuevos territorios, sino nuevos mercados y hacerse ricos.

Lo que se desprende del panorama que he descrito es que Giorgia Meloni no va a ser la desgracia que predice la progresía, excepto para ella, a la que se le acaban las bicocas. De entrada, cuidará de que sigan llegándole los fondos europeos y se apliquen como deben. Luego, comunistas y socialistas pasarán a la irrelevancia y sus propios compañeros de Gobierno, Matteo Salvini y Silvio Berlusconi, tendrán que ser comparsas si quieren ser algo. Por último, el golpe de gracia a la izquierda se lo ha dado Vladímir Putin con su salvajada militar Ucrania.

 

 

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