Estas líneas son tomadas del libro «EL ARTE DE ENSAYAR – Pensadores imprescindibles del siglo XX«, publicado por FERNANDO SAVATER, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2008.
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Pregunten a cualquier persona de instrucción media o alta, aunque sin especiales conocimientos de historia política, cuándo conquistaron las mujeres efectivamente su derecho a votar en nuestras democracias europeas. El noventa por ciento responderá que fue a mediados del siglo pasado, todo lo más su última década. Y se sorprenderán al saber que el primer país en incorporar tal derecho (¡como tantos otros!), Inglaterra, no lo hizo hasta bien avanzado el siglo XX. Aún viven entre nosotros muchas personas que nacieron antes de lo que hoy se considera un requisito básico de cualquier democracia mínimamente decente. Recordémoslo antes de indignarnos virtuosamente contra los intolerables abusos machistas de ciertos países islámicos o del Oriente profundo…
En el plano de la educación superior, la docencia universitaria o la creación intelectual, la novedad que representa la plena aceptación de mujeres -¡allí donde afortunadamente se da!- en tales desempeños no es mucho menor. Lo que hoy es cuestión de sentido común era común sinsentido hace poquísimo. Disculpemos pues, cuando los haya, los excesos de énfasis de las feministas y no perdamos la perspectiva histórica que sirve para sustentar la vigilancia antidiscriminatoria. No se trata de «corrección política», sino de mera precisión cultural y equidad humana.
Esto precedentes explican en parte la escasez de ensayos firmados por mujeres en esta colección. En tal penuria interviene también otro factor: la más pronta y destacada incorporación femenina a la creación propiamente literaria que a la producción ensayística. Los casos indiscutibles de Jane Austen, George Sand, Emily Bronte, Emily Dickinson, etcétera, tardan más en aparecer -a mi juicio- en el campo del ensayo, pese a excelentes pioneras como Mary Wollstonecraft y alguna otra. Aunque quizá sea cuestión de ir recuperando lo hasta ahora sectariamente minusvalorado. En nuestro siglo, los más obvios ensayos escritos por mujeres candidatos a selección creo que serían Una habitación propia de Virginia Woolf y sobre todo El segundo sexo de Simone de Beauvoir. Si hemos preferido otros de Hannah Arendt o María Zambrano no ha sido por potenciar obras que no versaran prioritariamente sobre la condición femenina. Una de las formas más habituales -y sutiles- del menosprecio cultural es reconocer a los miembros de un grupo hasta hace poco discriminado solamente la capacidad de teorizar sobre sí mismos, pero no sobre lo común a todos o lo universal. Por eso me ha parecido digno de la más elemental justicia poética -y filosófica!- empezar aquí por la inclusión de un libro espléndido significativamente titulado La condición humana.
A Hannah Arendt le debemos la reflexión filosófica sobre política más genuina de este siglo. Digo «genuina», no simplemente acertada o sugerente. Por supuesto, su gran libro sobre los orígenes del fenómeno totalitario, su comparación entre la revolución americana y la francesa a la luz de las libertades públicas, sus esbozos sobre la violencia o sobre la crisis de la educación, están siempre llenos de originalidad inspiradora incluso para quienes menos comparten sus análisis (¡con la posible excepción de sir Isaiah Berlin, que siempre le tuvo una ojeriza teórica sin desmayo!). Pero su filosofía política es genuina porque no aspira al final de la política, sino a su esclarecimiento y prolongación.
Me explico: el filósofo que se dedica a la epistemología no ansía llegar a una visión del conocimiento capaz de cancelar su progreso ulterior, ni el que piensa sobre moral pretende que llegue el momento feliz en que la moral sea cosa del bárbara pasado…¡aunque fuese gracias a la victoria definitiva del Bien!