Democracia y Política

Carmen Posadas: Pasiones tristes

A raíz del inquietante triunfo de Giorgia Meloni en Italia, me interesó ver que Antonio Scurati, autor de una reciente y muy celebrada trilogía sobre Mussolini, relacionaba tal circunstancia con el auge de las pasiones tristes. Por mi enciclopédica ignorancia, hasta ese momento no tenía la menor idea de qué eran estas desencantadas pasiones. Ahora, Google mediante, sé que se trata de un concepto acuñado por el sociólogo francés François Dubet, que intenta explicar cómo en las sociedades ricas y avanzadas se ha gestado, desde finales del siglo pasado, un curioso fenómeno.

Según él, a pesar de que los europeos occidentales son las personas más privilegiadas que jamás hayan pisado la tierra, se han entregado a pasiones tristes como el resentimiento, la indignación, el miedo, la frustración o el victimismo… Estos sentimientos –afirma Dubet– antes se explicaban por las desigualdades sociales. Ahora, en cambio –argumenta él (que, por cierto, es un intelectual de izquierdas)–, al ser la sociedad menos rígida y jerarquizada y al existir más movilidad social e igualdad de oportunidades ya no pueden achacarse el éxito de unos y el estancamiento de otros al rol que antes jugaba el sistema de clases y, por tanto, se buscan otras razones, otros culpables.

 

En Francia, en las últimas elecciones, el 64 por ciento de los parados y de los obreros votó por Marine Le Pen

 

En países como Italia, Francia o Inglaterra, por ejemplo, el causante de todos los males es el inmigrante, que no solo usurpa puestos de trabajo y trae consigo nuevas y problemáticas costumbres sociales y religiosas, sino que también se le hace responsable del aumento de la inseguridad ciudadana y de la delincuencia. En palabras de Antonio Scurati, «ha sido una gran irresponsabilidad por parte de la izquierda ignorar el peso de este fenómeno y entregar tan útil arma electoral a la derecha extrema (en Francia, por ejemplo, en las últimas elecciones el 64 por ciento de los parados y de los obreros votó por Marine Le Pen). Según argumenta también Scurati, «la gran paradoja es que los inmigrantes son necesarios en las sociedades avanzadas, pero crean problemas de seguridad, de presión sobre el estado de bienestar, de conflicto cultural, y todas estas circunstancias facilitan el terreno a aquellos que, simplificando brutalmente la realidad y apelando a las pasiones tristes, señalan a los inmigrantes como el problema y, por tanto, como el enemigo».

Me interesó leer las opiniones de Dubet y Scurati sobre el auge de la ultraderecha y de cómo esta acaba de triunfar no solo en Italia, sino también en la hasta ahora míticamente socialista, progresista y avanzada Suecia. En España, hasta hace muy poco, Vox parecía también una fuerza en irresistible ascensión. Por fortuna, para los que nos gusta la moderación, parece que la formación verde empieza a ser víctima de ese ‘gen caníbal’ que hace que, cuando en un partido político todo va bien para sus intereses, de pronto, y vaya usted a saber por qué, a sus miembros les da por merendarse los unos a los otros en plan antropófago. Aun así, creo, no está de más prestar atención a las pasiones tristes y a cómo políticos extremistas y demagógicos, tanto de izquierdas como de derechas, se sirven de ellas con fines electorales.

Según Scurati, que lleva años estudiando el fenómeno de los populismos de uno u otro signo, el primer principio de un líder de estas características es saber sintonizar con el sentir del pueblo. El segundo no es intentar convencer a sus potenciales votantes de sus ideas y principios (posiblemente no tenga ni unas ni otros), sino olfatear el humor popular y apelar no a los sentimientos positivos, sino a los más bajos: el miedo, el resentimiento, el victimismo y el odio para, primero, alimentarlos y, más tarde, tranquilizar a sus adeptos asegurándoles que solo él o ella los sacará de situación tan terrible e injusta. Por fin, y siempre según Scurati, los líderes populistas saben reducir la complejidad de la vida actual a un único problema: un enemigo común. En el caso de Mussolini fueron los socialistas; en el de Hitler, los judíos; y ahora en gran parte de Europa son los inmigrantes. ¿Y en España? España es mucho menos racista y xenófoba que Inglaterra, Francia o incluso que Suecia o Italia, pero aun así las pasiones tristes son poderosas. Y lo que es aún peor, hasta un tuercebotas  es capaz de manipularlas.

 

 

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