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José Antonio Viera-Gallo: Horizonte borrascoso

Una visión catastrofista sobre el presente puede redundar en la inacción y el fatalismo; o bien, por el contrario, encender un irracional rechazo a cuanto existe que puede conducir a la ira y la destrucción.

Al ojear el diario uno queda abrumado por las malas noticias. Lee a los analistas cómo escudriñan con bisturí los males de la sociedad y a los líderes políticos aprovechar cualquier detalle para emplazar al adversario; se asoma a las redes sociales y la avalancha de críticas y descalificaciones completa un cuadro tóxico. La centroizquierda se dispersa y crecen Republicanos y el Partido de la Gente anunciando un nuevo populismo criollo. En América Latina los gobiernos se debilitan y Bolsonaro puede reelegirse, mientras Haití vuelve a la anarquía y Cuba se apaga. Ni hablemos de Venezuela o Nicaragua o de los nuevos gobiernos de extrema derecha en Italia y Suecia.

Efectivamente, no son tiempos fáciles para nadie. Una diputada inglesa, frente a la renuncia intempestiva de la primera ministra Liz Truss, afirmaba que su país estaba sumido en una crisis profunda. Parecía escuchar a algún político nacional.

¿Cómo empezar el día?  Mucho depende del espíritu con que procesemos los datos y de la actitud que adoptemos.

Hace 60 años el papa Juan XXIII inauguraba el Concilio Vaticano II con el propósito de renovar una institución milenaria. En esa ocasión solemne advertía contra quienes “ven en los tiempos modernos solo prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época comparada con las pasadas ha ido empeorando, y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la vida”, y tomaba distancia frente a esa visión negativa en términos que se han vuelto famosos: “Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos…”

Estas advertencias adquieren hoy una nueva actualidad cuando a los problemas nacionales se suman los globales, que escapan a nuestra capacidad decisoria.

Una visión catastrofista sobre el presente puede redundar en la inacción y el fatalismo; o bien, por el contrario, encender un irracional rechazo a cuanto existe que puede conducir a la ira y la destrucción. La consultora CADEM advertía en las nuevas generaciones una postura de disfrutar el momento: carpe diem, afirmaba Horacio siguiendo a Epicuro, es decir, vive el presente sin preocuparte del futuro.

Gramsci señalaba en una sentencia que se repite con frecuencia, que al pesimismo de la inteligencia hay que añadir el optimismo de la voluntad. Pero para que ello se traduzca en acción eficaz es necesario que el diagnóstico de la situación que nos toca enfrentar sea equilibrado, que consigne igualmente las luces y las sombras, las dificultades y las fortalezas, y no lo confundamos con la proyección de nuestros prejuicios en un juego de espejos.

La demagogia se alimenta de la simplificación. ¿No oímos a diario que los males de nuestra sociedad vienen del neoliberalismo o de la amenaza comunista? ¿O que la violencia terminaría si fuera condenada al unísono? Se discute sobre el octubrismo como si fuera un cuerpo consolidado de ideas y no la expresión de una revuelta. O de la Araucanía como si la crisis fuera sólo un asunto de transgresión reiterada de la ley. Y frente a la migración ilegal, ¿caemos presa de la xenofobia?

La deliberación y la contraposición de visiones e intereses no puede perder de vista el marco cultural y jurídico común que da sustento a la democracia, lo que los clásicos llamaban la amistad cívica. La polarización nos conduce a un callejón sin salida: la lógica de unos contra otros se reproduce cuando no se vislumbra una salida a la crisis.

Se afirma, por ejemplo, que nada se ha avanzado en dar respuesta a las demandas del estallido social, pasando por alto los años de la pandemia y sus efectos en la economía y desconociendo que se han aprobado con una amplia votación en el Parlamento la Pensión Garantizada Universal y un alza importante del salario mínimo, entre otras medidas. Es de esperar que el Parlamento debata con igual espíritu constructivo la Ley de Presupuesto para el 2023, la reforma tributaria y las que se han anunciado al sistema de pensiones y a la salud, sabiendo que no hay fórmulas fáciles para hacer frente a la inflación y reducir las desigualdades arbitrarias.

Asimismo, las principales fuerzas políticas deben alcanzar prontamente un acuerdo sobre la continuación del proceso constituyente. Requerimos un marco constitucional a la altura de las tareas que debemos enfrentar como sociedad: amplio, flexible y democrático.

Por su parte el Gobierno tiene que terminar de ajustar la ecuación entre sus propósitos programáticos originales y la realidad del país. Sería aconsejable en algunos de sus representantes que el empeño que ponen en reafirmar sus visiones ideológicas lo pusieran más bien en resolver los problemas de la gente.

La ciudadanía debe hacer oídos sordos a los profetas de calamidades, y como dice el refrán popular: al mal tiempo, buena cara. Y sobre todo desconfiar de los que a diario ofrecen atajos para alcanzar sus aspiraciones, a veces sin siquiera vivir en Chile. 

Juan XXIII invitaba a valorar “el admirable progreso de los descubrimientos del ingenio humano” cuando “en el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres, pero más aun por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados”.

Los horizontes borrascosos terminan disipándose.

*José Antonio Viera-Gallo es abogado y ex ministro.

 

 

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