La oportunidad perdida
El chavismo ha terminado. Culminó con la muerte de Hugo Chávez. Su presencia en el poder, bajo la conducción de Nicolás Maduro y de Diosdado Cabello, es el resultado de una inercia que deriva del férreo control de los poderes públicos logrado por la ambición desmedida de poder del comandante, con la asesoría malévola del dictador de la Habana, y afianzado por la fabulosa riqueza que los altos precios del petróleo le ofrecieron, para instaurar una autocracia fundada en la corrupción y en el populismo más brutal de que tengamos memoria.
Se trata de otro episodio de militarismo, caudillismo y autoritarismo de los tantos que han llenado de dolor y atraso nuestra historia republicana.
En pleno albor del siglo XXI, cuando la humanidad había superado los nefastos efectos de muerte y destrucción que las ideologías del socialismo real y del nacional socialismo habían esparcido por el mundo, caímos los venezolanos en manos de otro mesías, que esta vez inspirado en las obsoletas ideas de estas doctrinas, nos lanzó por el abismo de la división, la corrupción, la destrucción y la pobreza.
Dos décadas en las que no pudimos avanzar, en las que perdimos los logros en materia de civilidad, tolerancia, cultura y desarrollo. Dos décadas en las que despilfarramos y permitimos el asalto a la más fabulosa riqueza financiera que jamás habíamos tenido. Se trata de la mejor oportunidad de saltar a la modernidad, al desarrollo y a la justicia que habíamos tenido en toda nuestra historia.
Esta oportunidad, perdida de manera miserable, será recordada con pesar por las próximas generaciones. Debemos documentarla, enseñarla y analizarla en todas sus facetas, para vacunar a nuestra sociedad contra este modelo, a los fines de que más nunca en nuestra vida futura de nación, volvamos a ceder ante la atracción de un caudillo vengador, que viene a cobrar nuestras frustraciones y que ofrezca mágicamente redimir nuestros males.
Venezuela había logrado con el establecimiento de la democracia civilista y civilizadora, un avance sostenido a lo largo de más de cuatro décadas. Problemas, vicios, errores y fracasos se habían presentado. Y buscando cambiarlos, volvimos al pasado de odios, arbitrariedades, caudillos y reparto del botín.
Pero no hay duda, de que ese retroceso, nos alejó de los temas de la modernidad. Mientras otros pueblos buscan la forma de hacer más eficiente sus democracias, aquí nosotros luchamos agónicamente para impedir que termine de languidecer la poca luz del estado de derecho que habíamos logrado. Mientras otras patrias latinoamericanas trabajan por hacer más transparente el ejercicio de la función pública, aquí cada día crece la opacidad en los estamentos del poder. Hoy nadie conoce ni cifras, ni estadísticas respecto a ningún área de la vida nacional. No hay estadísticas de la economía, de la criminalidad, de la salud o de la educación. La política es ocultarlas, o no hacerlas. Así no se cuestionará el monumental fracaso del régimen, pero su solo ocultamiento revela, no solo ese fracaso, sino la inmoral conducta de su oscuridad.
Mientras en América Latina se busca promover la generación de riqueza, estimulando la iniciativa de los ciudadanos para la instauración de nuevos desarrollos, para la creación de nuevas empresas, para el desarrollo de la investigación y la ciencia; aquí se criminaliza, hostiga, y sanciona a los emprendedores, agricultores, criadores, industriales, comerciantes e investigadores. A todos se les considera enemigos de la sociedad, responsables de una supuesta “guerra económica”, a la que se responsabiliza de la escases de bienes y servicios, a la que se le atribuye la destrucción de nuestra moneda, y la pavorosa inflación que hace nugatorios nuestros ingresos.
Mientras en todas partes del mundo el gobierno de un país está atendiendo los grandes asuntos de sus pueblos, como la vigencia de sus instituciones, la salud de su economía, sus relaciones internacionales, temas como el medio ambiente global, la equidad o la seguridad supranacional; aquí nuestro gobierno anda pendiente de colocarle el precio a un producto, o gestionando una pequeña unidad de producción agropecuaria, un central azucarero, pero también de crear nuevos ejes de poder global, terminando de no poder ni vender alimentos en su red de supermercados, ni mucho menos incidiendo en la geopolítica mundial. Es decir ni atiende el menudeo, ni tampoco puede cambiar al mundo, como solía soñarlo el extinto comandante de Sabaneta, tan dado a la palabra suelta e inútil.
La oportunidad perdida se muestra en la destrucción de nuestra infraestructura para el desarrollo. No hemos sido capaces ni siquiera de mantener nuestra red vial, nuestra red hospitalaria ni educativa. Todas esas infraestructuras están colapsadas, mucho menos hemos sido capaces de modernizarlas, de construir nuevos desarrollos. Todo ello a pesar de haber contado en lo que va de siglo, como la más cuantiosa suma de recursos financieros de nuestra historia.
Al terminar este ciclo de la Revolución Bolivariana, estamos en el deber de reconstruir el país. No podemos perder otra nueva oportunidad que la providencia nos depare. Es hora de lanzarnos por la senda de un afanoso quehacer capaz de regenerar ética, política y económicamente a nuestra querida Venezuela.
Para lograr ese objetivo se requiere grandeza en el liderazgo, desprendimiento, amplitud y respeto entre los actores políticos, sociales y económicos. En este campo requerimos un autoexamen y un propósito de enmienda, si no queremos seguir perdiendo tiempo y oportunidades.