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Isabel Coixet: Esquizofascismo

El ‘esquizofascismo’ es un término acuñado por Timothy Snyder en su libro sobre la tiranía. Snyder, en los últimos tiempos, ha escrito múltiples textos sobre la guerra de Ucrania. Según él, esta es una guerra donde el término ‘esquizofascismo’ tiene su eclosión: para Putin, la invasión de Ucrania está justificada porque hay un auge del fascismo en la zona y el Ejército ruso se está encargando de controlarlo. Snyder nos hace ver cómo las justificaciones de los gobiernos totalitarios, y por ende fascistas, atribuyen al que consideran su enemigo, en este caso un país democrático como Ucrania, los mismos defectos que no reconocerían en ellos mismos. En la Rusia de hoy, el antifascismo consiste en que Putin decide quiénes son los fascistas: de ahí lo de ‘esquizofascismo’ y de ahí su vínculo con las fake news, la tergiversación continuada e intencionada de los hechos y todos los condimentos con que se adorna y traviste la realidad o lo que sea que esté pasando. Para Putin, fascistas somos todos los que pensamos que la invasión de Ucrania es un acto calculado y cruel con trazos de genocidio. Las fosas llenas de cadáveres en Bucha y Mariúpol no son un acto de guerra: el ensañamiento con que las tropas rusas están actuando es puro fascismo en acción. Pero también lo es la manera en que desde muchos sectores se discuten estas matanzas con un tono de duda y descreimiento. Y empiezan discusiones que no llevan a ninguna parte en las que se justifican los actos de Putin «porque Europa le estaba provocando» y, además, Zelenski también, en el fondo, es ‘un fascista’, información que no sé de dónde han sacado, como no sea de su celebrada portada del Vanity Fair o Vogue. Me he hartado de decir, para evitar entrar en discusiones inútiles, que lo de las fotos de Annie Leibovitz no son asunto de nuestra incumbencia, que la estrategia en el exterior del presidente legítimamente escogido por el pueblo de Ucrania puede tener cosas discutibles, pero que poner el acento en cosas banales (su sempiterna camiseta de manga corta, sus portadas) en vez de en las barbaridades cometidas por el ejército de Putin no tiene punto de comparación. Pero hay ideas que permean las mentes más preclaras (y no digamos las no tan claras) y se quedan ahí enquistadas como piedras en el tacón de una bota y así estamos, a vueltas con el fascismo, un término y un manojo de ideas que nunca acaban de morir y que resucitan a las primeras de cambio, en momentos de crisis en los que se busca una cabeza de turco como demostración de poder.

 

En la Rusia de hoy, el antifascismo consiste en que Putin decide quiénes son los fascistas: de ahí lo de ‘esquizofascismo’ y de ahí su vínculo con las ‘fake news’

 

La sensación que dejan todas estas cosas es esquizoide también, como si los años treinta volvieran de alguna manera con sus manierismos, sus pensadores histriónicos y su arsenal de viejas ideas racistas, clasistas, mezquinas. La gran broma del fascismo italiano es que hoy millones de personas en Italia, como cuenta el historiador italiano Francesco Filippi, todavía creen a pies juntillas que Mussolini amaba a su pueblo e hizo muchísimas cosas buenas por él. Son como niños que necesitan creer que una figura autoritaria es lo que hace falta para mejorar las cosas. Y la historia nos enseña que ese nunca es el caso.

 

 

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