Brasil, aún país del futuro
Zweig llega a admitir en su libro póstumo que el dictador Getúlio Vargas era una especie de padre buenazo
Stefan Zweig se enamoró de él en su primera visita, camino de Argentina, donde daría unas conferencias, y lo bautizó como el país del futuro. Volvió fascinado por la exuberancia del mismo, así como por la vivacidad de sus habitantes. Y lo eligió para morir cuando, huyendo de las garras de Hitler, quiso pasar sus últimos días. No exageraba en absoluto. Brasil, el mayor país de Iberoamérica, no se parece a ninguno de sus vecinos. O parecía, aunque de eso hablaremos luego. Posee todo tipo de riquezas naturales, incluido el petróleo. De allí saldría el caucho con que se hicieron los primeros neumáticos al comenzar la era del automóvil, y es el gran pulmón del planeta, con su selva amazónica, donde se dan todo tipo de animales y plantas, aparte del oxígeno que nos permite vivir.
Pero la mayor riqueza de Brasil es su gente, la alegría que exhala, el gozo de vivir que transpira. Una mezcla de razas, costumbres y religiones que llevan siglos conviviendo pacíficamente, en vez de buscar la forma de fastidiar al otro, como ocurre en tantos lugares. Supongo que el poso dejado por los portugueses que primero llegaron dejó esa impronta y que los europeos que siguieron la conservaron. Uno de mis mejores amigos en Berlín era brasileño. Roberto se llamaba, y espero que siga llamándose. Estudiaba Ingeniería de Minas, la profesión de su padre, al mismo tiempo que aprendía a tocar el violín, y me contaba anécdotas como la de aquel español que preguntó al llegar a Sao Paulo si había partidos políticos, y al responderle que sí dijo: «Yo, con la oposición». Aunque la mejor era la del alcalde o gobernador, Ademar Barros creo que se llamaba, que reconocía: «Eu robo, mas fago», dado que la corrupción parece incrustada en los hábitos brasileños. Es más, Zweig llega a admitir en su libro póstumo que el dictador Getúlio Vargas era una especie de padre buenazo. Como se comprende que hayan vuelto a elegir a Lula tras haber salido de la cárcel hace poco, tengo entendido, pues apenas se ha hablado de ello, por haber aceptado el regalo de un piso o chalé en la playa. Pero está visto que no lo tendrá tan fácil. Gobernar con la mitad del país en contra nunca lo es. Y Jair Bolsonaro no parece dispuesto a aceptar su victoria mientras sus seguidores lo apoyen. Lo que augura no una vuelta al Brasil alegre, festivo, vistoso, sino un país como los de su entorno, enfrentado consigo mismo. Una victoria en el Mundial de Fútbol de Catar podría paliarlo, pero ni eso es seguro.
Volviendo a Stefan Zweig, ¿por qué se suicidó, junto a su mujer, en 1942 si seguía encantado en Brasil? Nos lo explicó en su carta de despedida: porque «el mundo de mi propia lengua se hunde y mi patria espiritual se destruye a sí misma». Era un enamorado de Europa, como demostró en otro de sus libros, ‘El mundo de ayer’. Y hay amores que matan. Menos mal que nos quedan sus libros.