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Armando Durán / Laberintos: Lula presidente, la difícil estabilidad

   La noticia es inquietante: el pasado miércoles, decenas de miles de partidarios del derrotado presidente Jair Bolsonaro en la segunda vuelta electoral del Brasil, al grito de “Lula no ganó”, se manifestaron ante los cuarteles del ejército en Río de Janeiro, Sao Paulo y Brasilia a exigirle a los militares intervenir en el proceso político y no permitir que Lula, gracias a una supuesta manipulación electrónica de las máquinas de votar, vuelva a gobernar el país.

   Con esta decisión desestabilizadora del todavía presidente de Brasil, al mejor estilo de Donald Trump, Bolsonaro le transmite a sus partidarios el mensaje de que él no reconoce la victoria de Lula. El fulminante de este explosivo conflicto se disparó el 2 de octubre, cuando más de 150 millones de brasileños acudieron a las urnas para elegir al próximo presidente de la República, gobernadores, alcaldes y parlamentarios. Según todas las encuestas, Luiz Inácio Lula da Silva sería el candidato ganador, con una ventaja de entre 10 y 14 puntos sobre el presidente Jair Bolsonaro, un margen que permitía pensar en la resurrección política de Lula en esa primera vuelta electoral. Como todos sabemos, esos cálculos no tomaron en cuenta los votos en favor de Bolsonaro ocultos en el gran número de electores que se declaraban indecisos sin serlo y Lula, aunque en efecto fue el candidato más votado, no logró la proeza de obtener más de la mitad de los votos. A la par de que la diferencia entre ambos candidatos se redujo a menos de 5 puntos, un imprevisto giro en el cuadro electoral que le devolvió a Bolsonaro la esperanza de que no todo estaba perdido.

   Desde antes de que se produjera esa sorpresa Bolsonaro le advertía a sus fanatizados seguidores de sus desconfianza en el mecanismo del voto electrónico. Por esa razón, sostuvo, le había solicitado a los mandos militares investigar a fondo el dispositivo y preparar un informe sobre el tema. Tras la novedad que significó el impactante paso en falso de las encuestadoras, el notable ascenso de Bolsonaro en las encuestas le imprimió al balotaje del domingo 30 de octubre un dramatismo que incluyó una elevación considerable de las tensiones que enfrenaban a los dos candidatos, sobre todo porque ahora las encuestas volvían a señalar que Lula seguía siendo el favorito, pero por una diferencia tan pequeña, que al llegar el día de la votación solo podía hablarse de un empate técnico de los dos candidatos. Una muy peligrosa encrucijada, porque esta elección no era la siempre confrontación electoral de dos candidatos, sino la contradicción irreconciliable entre dos maneras de entender y vivir, política y existencialmente, el presente y el porvenir de Brasil.

   En la creciente simplificación de interpretar las contradicciones ideológicas desde que el derrumbe del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética certificaron la muerte del marxismo leninismo, la alternativa de pueblos y gobernantes dejó de ser entre la democracia burguesa y el socialismo, y se hizo mucho más elemental, entre populismo de derecha y de izquierda. En el caso del Brasil actual, entre democracia y autoritarismo. Entre la experiencia que representa  Lula, dos veces presidente, desde enero de 2003 hasta diciembre de 2010, como demócrata a carta cabal, con un alto grado de sensibilidad social y al mismo tiempo ser capaz de recibir un sólido espaldarazo del capitalismo en su foro mundial de Davos, de modo que esta elección entre Bolsonaro y él, era un elección entre el autoritarismo insensible y deshumanizado de Bolsonaro y la opción democrática representada por la candidatura de Lula, como acaba de señalar en artículo de prensa alguien tan alejado del “socialismo” como el excanciller mexicano Jorge Castañeda.

   La gravedad de esta polarización es de tal magnitud, que a pesar del anuncio oficial del triunfo electoral de Lula la misma noche del 30 de octubre, Bolsonaro guardó un silencio total. No fue hasta el martes que se dirigió al país en un mensaje de apenas dos minutos de duración, en el que no mencionó el resultado de la votación ni reconoció, por supuesto, su derrota. Se limitó a reiterar su respeto por la constitución brasileña y dejó en mano de sus colaboradores la tarea de organizar la transición. Mientras tanto, insistió en su denuncia sobre el voto electrónico, camioneros partidarios suyos trancaban desde el miércoles carreteras y autopistas en todo el país, y se producían las amenazadoras manifestaciones a las puertas de los cuarteles.

   La toma de posesión de Lula será en enero y hasta entonces Brasil surcará aguas y vientos de tormenta. El hecho de que la victoria de Lula suma su país a otros cuatro gobiernos latinoamericanos calificados y autocalificados de izquierda , México, Colombia, Chile y Argentina, las cinco economías más importantes de América Latina, hace que para muchos esta resurrección de Lula constituya un peligro muy palpable para los valores y principios de la libertad y la democracia.

   Yo soy más optimista. En primer lugar, resulta absurdo pensar que este Lula que ahora recupera el poder nada tiene que ver con aquel Lula demócrata ejemplar de principios de siglo. Los rencores acumulados desde que abandonó la Presidencia, su enjuiciamiento y posterior prisión, deben de haber dejado alguna huella en su visión del mundo, pero su candidatura fue fruto de una alianza de 20 partidos y organizaciones de muy diversas tonalidades ideológicas, y en su victoria en la segunda vuelta mucho tuvieron que ver los decisivos respaldos que recibió de dirigentes como Fernando Henrique Cardoso, su más duro adversario de antaño, o de Simone Tebet, la candidata que resultó ser la gran sorpresa de las elecciones del 2 de octubre, al quedar tercera en la votación presidencial con 4,1 por ciento de los votos emitidos. La vuelta de Lula a Brasilia está indisolublemente condicionada por este amplio y plural apoyo dentro de Brasil, y por las expectativas que su triunfo ha despertado en una comunidad internacional, con Estados Unidos a la cabeza, acosada por las secuelas de la pandemia del Covid-19 y el peligro incluso nuclear de la guerra desatada por Vladimir Putin en Ucrania.

   En esta punto crucial del proceso político brasileño, la inestabilidad generada por la actitud no conciliadora de Bolsonaro, se hará sentir, al menos, durante la primera etapa de la tercera presidencia de Lula, quien además de contar con los equilibrios nacionales e internacionales que sin la menor duda le darán sostén y estabilidad a su gobierno, se beneficia en este complejo período de transición de un hecho completamente casual: el próximo 20 de noviembre comenzarán 32 selecciones nacionales a disputarse en Qatar el campeonato mundial de fútbol, Brasil es uno de los cuatro favoritos y la gran final del torneo será el 18 de diciembre. Hasta esa fecha, el ánimo y la atención de los brasileños se concentrará exclusivamente en las canchas de juego. Un respiro que desembocará en las fiestas navideñas. Escenario que ciertamente calmará las claras pretensiones desestabilizadoras de Bolsonaro.

 

 

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