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Restos de cohetes y viejos satélites, todo lo que flota en el espacio sobre nuestras cabezas

Cada año caen a la Tierra más de 100 toneladas de escombros espaciales, de los que el 80% son restos de lanzadores

.           Simulación de la Agencia Espacial Europea de la basura espacial que rodea la Tierra. ESA

El cohete chino Larga Marcha 5B que se precipitaba este viernes sobre nuestras cabezas -si bien acababa, como todas las probabilidades apuntaban, estrellándose en el mar– recordaba al mundo la problemática de la basura espacial. Una cuestión que batía récords este verano, alcanzando la cifra de 10.000 toneladas de desechos flotando a nuestro alrededor. Pero, ¿qué son todos esos objetos? ¿De dónde proceden? Y, lo más importante, ¿nos ‘lloverán’ del cielo en algún momento, como una suerte de tormenta de basura espacial?

Desde que la URSS lanzó el primer satélite al espacio -el mítico Sputnik-, se han lanzado unos 6.250 cohetes al espacio, la mayoría de ellos con partes no reutilizables que han quedado vagando sin control por el espacio. Muchas de estas piezas, sobre todo en las misiones en la órbita baja (las que no llegan más allá de los 2.000 kilómetros desde la superficie terrestre y que es el vecindario más ‘sucio’ de nuestro trozo de espacio cercano), vuelven a caer a la Tierra, normalmente quedando desintegradas por el choque con la atmósfera.

«Todos los años reingresan en la atmósfera más de 100 toneladas de basura espacial», explica a ABC Alberto Águeda, jefe de vigilancia espacial de GMV, empresa española que es referencia mundial en el estudio, monitorización y prevención de la proliferación de la basura espacial. «El 80% del total corresponde a restos de lanzadores».

Es cierto que en los últimos años se están llevando a cabo diferentes esfuerzos por crear cohetes reutilizables (el ejemplo más célebre es la serie Falcon, de SpaceX, que ya se está utilizando en muchos de los lanzamientos). «Sin embargo, aún quedan flotando muchas etapas de viejos cohetes de todas las naciones, incluidas Estados Unidos y Europa», señala Águeda.

Tal y como señala el experto, en realidad que se quemen en la atmósfera es lo ideal: «Las probabilidades de que caigan sobre núcleos poblados son ínfimas. Es más peligroso cuando se quedan flotando durante años y pueden provocar choques con otros objetos, incluidos satélites en funcionamiento».

Satélites ‘zombies’

Los satélites son otro de los principales focos de creación de basura espacial. Según datos de la ESA, se han puesto en órbita 13.630 satélites desde los años 50, de los que quedan unos 8.850. De ellos, funcionan solo 6.700. El resto, son desechos espaciales que vagan por el espacio. Y no tienen por qué ser un cuerpo compacto: el mismo informe de la agencia espacial europea señala que se han registrado «más de 630 casos de roturas, explosiones, colisiones o eventos anómalos que han resultado en fragmentación». Es decir, que de tener un cuerpo compacto se ha pasado a miles de trozos, como ocurrió tras la polémica prueba antisatélite rusa que tuvo lugar a finales del pasado año y que puso en riesgo a la Estación Espacial Internacional (ISS).

«Uno de los problemas, sobre todo es por el lado de los lanzadores, es que generalmente suelen llevar un resto de combustible y debido por la fricción a la atmósfera, aumenta su temperatura y pueden acabar explotando», explica a ABC César Arza, responsable de la unidad de análisis de misión del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA). «Entonces, una etapa de un lanzador no es solo eso, sino la posibilidad de que se desintegre en miles de pequeños trozos que puedan a su vez impactar con otros cuerpos».

En el caso de que la órbita estuviese muy poblada de desechos espaciales, se podría dar el llamado síndrome de Kessler, o un choque en cadena en el que los impactos provocasen a su vez nuevos fragmentos también con potencial para seguir chocando con otros objetos.

A 28.000 kilómetros por segundo

Atendiendo al tamaño, a día de hoy se sabe que 5.400 objetos de un metro de diámetro vagan sin control, acompañados de 34.000 que superan los 10 centímetros de largo, 900.000 de más de un centímetro y más de 130 millones por encima del milímetro de envergadura. Entre estos pequeños trozos hay tornillos que pueden alcanzar una aceleración de 28.000 kilómetros por hora (o 7 kilómetros por segundo) y agujerear la pantalla de un satélite como si fuese mantequilla.

A pesar de este panorama, los expertos coinciden en que aún estamos a tiempo de frenar los escenarios más apocalípticos y, de hecho, la mayoría de las soluciones pasan por reingresar de nuevo todos estos objetos para que se quemen en la atmósfera. En palabras de Águeda: «De momento, es una enfermedad endémica. Tenemos que luchar porque no se convierta en pandémica».

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