Villasmil: Derribos
Se ha puesto de moda -se destaca constantemente en medios de comunicación y redes sociales- el derribamiento de estatuas, bustos y placas de personajes históricos ya fallecidos; uno de los personajes favoritos de la ira de ciertos grupos es Cristóbal Colón, alentados los ataques en su contra por declaraciones ridículas como las del presidente mexicano López Obrador y su particularmente estúpida y sesgada visión de la relación de España con las naciones hoy latinoamericanas.
Pero en algunos casos la demolición se justifica; ¿cómo rechazar el derrumbe de símbolos del antiguo yugo soviético en Europa central y oriental? En Polonia hace unas semanas derribaron monumentos soviéticos por ensalzar “la maldad comunista”. Leemos en Swissinfo que “los monumentos fueron retirados de manera simultánea y en un discurso previo, retransmitido por la televisión estatal, el director del Instituto Polaco de la Memoria Histórica (IPN), Karol Nawrocki, afirmó que con estas acciones se quiere «hacer desaparecer todos los monumentos que glorifiquen el sistema comunista en Polonia» subrayando que «estos monumentos no deberían estar en el espacio público polaco desde hace mucho tiempo».
Nawrocki se refirió a las inscripciones que acompañaban a los monumentos como «mentiras históricas» y dijo que todos ellos «simbolizan la maldad del sistema comunista» por lo que deben ser desmantelados «no tanto por su estética, sino por su significado».
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Alguna lección deberíamos aprender en América Latina al respecto; y como he escrito en alguna ocasión anterior, deberíamos por comenzar prohibiendo la existencia en el sistema político democrático de partidos y movimientos cuyo proyecto implica la destrucción de las instituciones de la libertad. Por ejemplo, los movimientos comunistas y socialistas revolucionarios; y considerar sin ambages de ningún tipo al Grupo de Puebla como una organización terrorista.
Un dato: en lo que va de siglo XXI estos políticos que paso a nombrar tienen varios rasgos comunes: Lula da Silva, Cristina Kirchner, Ollanta Humala, Pedro Castillo, Rafael Correa, Dilma Rousseff, Daniel Ortega, Fidel Castro, Raúl Castro, Hugo Chávez, Nicolás Maduro.
¿Cuáles son dichos rasgos?
Son todos de izquierda, amigos, fundadores o miembros del Grupo de Puebla; han ejercido el poder ejecutivo en sus países; todos son latinoamericanos; todos han sido amigos y/o beneficiarios de las corruptelas de los gobiernos castro-chavistas y, algo muy significativo: todos han sido acusados de corrupción.
Pero esta nota no es solamente un recordatorio de la necesaria limpieza de recuerdos de regímenes nefastos como los de Lenin y Stalin, o de la izquierda latinoamericana.
Todo lo contrario, quiero hacer referencia al derribo de un personaje que fue víctima de ataques a mansalva derivados de intereses y conjuras éticamente inaceptables. Su derribo -gracias en buena medida a una Corte Suprema parcializada- contribuyó con el trágico proceso que llevó al chavismo al poder.
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Los venezolanos debemos tener siempre presente la conjura contra el presidente Carlos Andrés Pérez (cuyo centenario acaba de ser recordado), encabezada por un grupo de notables personalidades de la política, la economía y la cultura criollas hace aproximadamente treinta años.
Como ha destacado Oswaldo Álvarez Paz, “el fin de su vida política fue una verdadera emboscada por quienes se dejaron llevar por deseos de revancha y venganza, sin importarles el daño que le hacían a la institucionalidad democrática. Los huracanes que derrumbaron a las instituciones democráticas en 1998-99 surgieron ya en 1992-93.” Y no es solo en referencia a las dos intentonas golpistas de 1992.
Las palabras del presidente Pérez, en una carta fechada el 20 de mayo de 1993, son sin duda un documento histórico. Algunos extractos:
“ Debo confesar que pese a toda mi experiencia y al conocimiento de la dramática historia política de Venezuela, jamás pensé que las pasiones personales o políticas pudieran desbordarse de manera semejante y que ya Venezuela podía mirar hacia atrás sin el temor a los incesantes desvaríos de la violencia tan comunes en nuestro proceso histórico. (…)
Ha revivido con fuerza indudable un espíritu inquisitorial y destructor que no conoce límites a la aniquilación, sea moral o política. Reconozco con inmenso dolor esta realidad y no solo porque yo sea el objetivo de los mayores enconos, a quien se le declara la guerra y se le quiere conducir al patíbulo, sino porque este es un síntoma y un signo de extrema gravedad, de algo que no desaparecerá de la escena política porque simplemente se cobre una víctima propiciatoria. Esta situación seguirá afectando, de manera dramática, al país en los próximos años. (…)
Supuse que la política venezolana se había civilizado y que el rencor y los odios personales no determinarían su curso. Me equivoqué. Hoy lo constatamos. Pido a mis compatriotas que entiendan estas reflexiones no como expresión nostálgica o dolida de quien se siente vencido o derrotado. No. Ni vencido ni derrotado. Mis palabras son una convocatoria a la reflexión sobre los duros tiempos que nos esperan y un llamado a los líderes políticos, a los responsables de los medios de comunicación, para que mediten y adecúen su conducta a la gravedad del momento que vivimos. Ojalá que nos sirva la lección de esta crisis. Que se inicie una rectificación nacional de las conductas que nos precipitan a impredecibles situaciones de consecuencias dramáticas para la economía del país y para la propia vigencia de la democracia que tantos sacrificios ha costado a nuestro pueblo. (…)
Jamás he presumido de hombre o de político infalible. Innumerables pueden haber sido mis errores de buena fe, pero, en el balance de una vida política larga y apasionada, estoy persuadido de que se reconocerá mi contribución con equidad y con justicia. (…)
Quiera Dios que quienes han creado este conflicto absurdo no tengan motivos para arrepentirse”.
Los que tienen sobradas razones para arrepentirse son todos aquellos que ayudaron, apoyaron o votaron por quienes protagonizaron y protagonizan la destrucción de toda una nación sometida por las garras del odio, de la corrupción, de la ignorancia, barbarie y vulgaridad, de la casta llamada socialista del siglo XXI.