Margaret Atwood cumplió años. Poemas escogidos
Margaret Atwood es una de las autoras más representativas —por no decir la más— de la literatura contemporánea canadiense y nació un 18 de noviembre de 1939 en Ottawa. También guionista y crítica literaria, quizás su faceta como poeta es la menos conocida o seguida, eclipsada por la enorme popularidad reciente de sus obras narrativas, que llevan la impronta de su defensa por los derechos de las mujeres, la denuncia social y sus tramas distópicas.
Las adaptaciones que se han hecho para televisión como series de títulos como El cuento de la criada o Alias Grace se han ganado el favor de la crítica y el público a partes iguales. Ha sido galardonada con varios premios entre ellos el Príncipe de Asturias de las Letras en 2008. Pero hoy traemos esta selección de poemas escogidos de su obra. Para descubrirla y celebrar este cumpleaños.
Margaret Atwood — Poemas
Hotel
Me despierto a oscuras
en una habitación extraña.
Hay una voz en el techo
con un mensaje para mí.
Repite una y otra vez
la misma ausencia de palabras,
el sonido que el amor hace
cuando alcanza la tierra,
metido a la fuerza en un cuerpo,
acorralado. Arriba hay una mujer
sin cara y con un animal
desconocido que tiembla dentro de ella.
Enseña los dientes y solloza;
la voz susurra a través de las paredes y el suelo;
ahora está suelta, libre y corriendo
cuesta abajo hacia el mar, como agua.
Examina el aire alrededor y encuentra
espacio. Al final, me
penetra y se vuelve mía.
Retrospectivas de la guerra de 1837
Una de las
cosas que descubrí
en ella, y desde entonces:
que la historia (esa lista
de deseos inflados y de golpes de suerte,
contratiempos, caídas y errores que se ciñen
como paracaídas)
se te lía en la mente
por un lado, y por otro se deslía
que esta guerra estará pronto entre esas
diminutas figuras ancestrales
que se te nublan y se te diluyen
por la parte de atrás de la cabeza,
confundidas, inquietas, inseguras
de qué hacen ahí
y que de vez en cuando asoman con un rostro
idiota y unas manos de racimo de plátanos;
con banderas,
con armas, adentrándose entre árboles
trazo marrón y garabato verde
o, en el dibujo a lápiz gris intenso
de una fortaleza, se esconden disparándose
unos a otros, humo y rojo fuego
que en la mano de un niño se hacen realidad.
Otros posibles pensamientos desde debajo de la tierra
Abajo. Enterrada. Puedo oír
risas leves y pasos; la estridencia
del cristal y el acero
los invasores de quienes tenían
el bosque por refugio
y el fuego por terror y algo sagrado
los herederos, los que levantaron
frágiles estructuras.
Mi corazón enterrado por décadas
de pensamientos anteriores, reza todavía
Ah derriba este orgullo de cristal, babilonia
cimentada sin fuego, a través del subsuelo
reza a mi inexpresivo fósil Dios.
Pero se quedan. Extinguida. Siento
desprecio y, sin embargo, pena: lo que los huesos
de los grandes reptiles
desintegrados por algo
(digamos por el
clima) fuera del ámbito
que su simple sentido
de lo que era bueno les trazaba
sentían cuando eran
perseguidos, enterrada entre los suaves inmorales
insensibles mamíferos deshechos.
Frente a un espejo
Fue como despertarme
después de haber dormido siete años
y encontrarme con una cinta tiesa,
de un negro riguroso
podrido por la tierra y los torrentes
pero en cambio mi piel se endureció
de corteza y raíces como cabellos blancos
Mi heredada cara traje conmigo
una aplastada cáscara de huevo
entre otros desechos:
el plato de loza hecho añicos
en el sendero del bosque, el chal
de la India destrozado, fragmentos de cartas
y el sol de aquí me ha impreso
su bárbaro color
Se me han puesto rígidas las manos, los dedos
quebradizos como ramas
y los ojos perplejos después de
siete años, y casi
ciegos/brotes, que sólo ven
el viento
la boca que se abre
y se agrieta como una roca al fuego
al intentar decir
Qué es esto
(sólo hallas
la forma que ya eres,
pero qué
si has olvidado ya en qué consistía
o descubres que
nunca lo has sabido)
El hombre que existió
En el campo con nieve va abriendo mi marido
una X, concepto definido ante un vacío;
se aleja hasta que queda
oculto por el bosque.
Cuando ya no lo veo,
en qué se ha convertido
qué otra forma
se mezcla en la
maleza, vacila por los charcos
se esconde de la alerta
presencia de animales de la ciénaga
Volverá
al mediodía; o puede que la idea
que tengo yo de él
sea lo que me encuentre de regreso
y con él amparándose tras ella.
Puede que me transforme a mí también
si llega con los ojos del zorro o los del búho
o con los ocho
ojos de la araña
No puedo imaginarme
qué verá
cuando abra la puerta
Fuente: A media voz