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Lauren Bacall: El glamour inmortal de una mirada láser

Debutó con 19 años y embrujó a los espectadores, a Humphrey Bogart y a Hollywood que la apodó ‘La mirada’. No tuvo una vida fácil y le tocó lidiar con tragedias, pero se mantuvo a flote trabajando en el teatro, arriesgando. Y siempre con el glamour intacto.

La larga y afortunada vida de Lauren Bacall, una leyenda con los pies en la tierra | Vanity Fair

 

Era la primera escena de su primera película. Estaba tan nerviosa que no podía controlar el temblor de la cabeza, así que decidió bajar la barbilla hasta apoyarla en el pecho y alzar los ojos para sostener la mirada a Humphrey Bogart. Así nació La mirada el apodo que eHollywood dorado atribuyó a Petty Joan Perske (Nueva York, 1924) cuando se estaba convirtiendo en Lauren Bacall.

El efecto de las ondulaciones de su melena y el verde grisáceo de sus ojos le daban un aire de mujer fatal que a Howard Hawks (su Pigmalión, «mi propietario», según ella) fascinó y enamoró a los espectadores. Hay retratos de Lauren Bacall que transmiten en toda su plenitud el significado de la palabra glamour. «Vampiresa de la élite», la llamó Terenci Moix.

 

 

Ella misma cuenta en su autobiografía, Por mí misma, cómo fue el proceso de transformación de Betty en Lauren. Explica, por ejemplo, cómo cambió de idea sobre Humphrey Bogart porque antes de conocerlo le parecía un hombre poco atractivo y después de compartir pantalla con él en aquella primera película Tener y no tener, Bogart la enamoró y la ayudó a transformarse en una mujer madura.

 

alternative textUna pasión arrolladora. Cuando se conocieron Lauren Bacall tenía 19 años y Humphrey Bogart, 44 y estaba casado. Vivieron un romance escandaloso que enfadó a Howard Hawks, el director de cine que descubrió a Lauren Bacall y que los emparejó en la película Tener y no tener. FOTO: GETTY IMAGES

 

 

Betty tenía 19 años y Humphrey 44 cuando rodaron esa escena en la que ella le pedía fuego. Él estaba casado con su tercera mujer, Mayo Methot, alcohólica (como Humphrey) y colérica. Ella vivía con su madre, una secretaria, en Nueva York: su padre, comercial de profesión, se había marchado de casa cuando ella tenía cinco años.

Betty se crio en Nueva York arropada por la familia judía de origen rumano de su madre. La descubrió Diana Vreeland y la colocó en la portada de Harper’s Bazaar. Ahí la vio Howard Hawks. Quedó embrujado por lo que Juan Manuel de Prada llama «belleza arisca» y decidió apostar por ella y metamorfosearla en una estrella de Hollywood.

 

alternative textFamilia feliz. A los 20 años se casó con Humphrey Borgart, el amor de su vida. Su casa era punto de encuentro de un gran grupo de amigos. El matrimonio duró 12 años: terminó con la muerte de él, en 1957.

 

 

La película, Tener y no tener (basada en la obra de Ernest Hemingway) fue un éxito. Era el comienzo del vértigo en su vida: primer amor, nueva identidad, una casa propia, coche, mayordomo, chófer, flores frescas cada día… Conocer a Cary Grant, Dorothy Parker, Cole Porter, David Niven… Un hijo a los 24 años. «Y todo en menos de cinco años», cuenta, incrédula y nostálgica, en sus memorias.

Cinco años tardó en recorrer el camino desde el pisito en Greenwich Village, donde compartía cama con su madre, hasta el primer capítulo de lo que ella llama «mi vida de cuento de hadas». Ese camino empezó de una manera muy Humphrey Bogart. Volvemos al rodaje de Tener y no tener. Fin de una escena, ella se desmaquilla en su camerino ambulante, él le hace una visita, charlan, se ríen, y de pronto él sujeta la barbilla de ella, la atrae y la besa; luego saca una caja de cerillas descascarillada y le pide que anote en ella su teléfono.

 

Él la visita en su camerino. Mientras ella se desmaquilla charlan, se ríen y de pronto él la atrae y la besa. Luego saca una caja de cerillas y le pide que anote su teléfono

 

A partir de ahí, fogosas citas a escondidas y una pasión desatada, hasta que por fin él consigue el divorcio. En la boda, el 21 de mayo de 1945, Humphrey llora de emoción y ella se promete «darle a Bogie todo lo que no había tenido». Y reconoce su afán en darle todo su amor «un padre invisible, que llevaba toda mi vida guardando dentro de mí. Por fin podía pensar en permitirme verterlo sobre un hombre y llenar su vida de risas, calor, alegría y todas las cosas que llevaba mucho tiempo sin tener, si es que alguna vez las tuvo».

Risas, calor y alegría rezumaba su casa, punto de encuentro de una estupenda panda de amigos: David Niven y su mujer, Judy Garland, y su marido Sidney Luft; Mike y Gloria Romanoff, el agente Swifty Lazar y Frank Sinatra. En casa de los Bogart se gestó el ‘Rat Pack’ original. «¡Qué bien nos lo pasamos con todo aquello! Éramos una mezcla extraña, pero nos caíamos muy bien y cada uno de nosotros tenía un concepto del ridículo de lo más salvaje», escribe Lauren en su autobiografía.

El cuento lo desbarató el cáncer de esófago que acabó con Humphrey Bogart en 1954. Ella le cuidó con primor, aunque ya le rondaba Frank Sinatra. No está claro si hubo algo entre ellos antes de que Bogart muriese. Lauren Bacall se quedó viuda con 32 años y dos hijos. Pronto se enredó con Sinatra en un romance tempestuoso que casi acaba en boda. No está claro que pasó, pero Sinatra salió escopetado e indignado con ella. Años después se arrepintió, pero ya era tarde.

 

alternative textRomance con Sinatra.Frank Sinatra era uno de los habituales en casa de los Bogart. Cuando murió Humphrey, Lauren bacall y él vivieron un romance y estuvieron a punto de casarse.FOTO: GETTY IMAGES

Lauren Bacall se refugió en el teatro en su querido Nueva York. Se sintió abandonada por Hollywood. «Su aspecto de mujer inteligente no era el más apropiado para un público dispuesto a aplaudir los remilgos de una Doris Day, una Debbie Reynolds o damitas similares», opinaba Terenci Moix. «Todos pensaban que yo era una persona extraordinaria –escribe Lauren Bacall en sus memorias–, pero dejaron de pensar en mí como en una actriz. Yo era la mujer de Bogie, ofrecía cenas y fiestas estupendas, pero nadie tenía en cuenta mi trabajo. Era muy frustrante».

Buscó su sitio en NuevaYork. Se volcó en sus hijos, Stephen y Leslie, y en el teatro (su pasión). Se volvió a casar, con Jason Robards un actor con mucho predicamento en Broadway, y tuvo otro hijo, Sam (amadrinado por Katharine Hepburn), pero se divorció (Robards también era alcohólico).

En su casa se gestó el ‘Rat Pack’ original. «Éramos una mezcla extraña, pero nos caíamos muy bien y teníamos un concepto del ridículo de lo más salvaje», dijo Lauren Bacall

 

Lauren Bacall siguió trabajando. Resucitó desplegando una madurez espléndida. «Sofisticada, con el porte y la elegancia de una modelo de alta costura. La imagen perfecta de una newyorker», en palabras de Terenci Moix.

Hizo varias películas: Asesinato en el Orient ExpressPrêt-à-porter, MiseryDogville y ganó un premio Tony por su actuación en el musical Aplauso. Incluso estuvo nominada al Oscar a la mejor actriz secundaria por su trabajo en El amor tiene dos caras, dirigida por Barbra Streisand. No ganó: la afortunada fue Juliette Binoche (era el año de El paciente inglés).

 

alternative text Tras quedarse viuda se refugió en el teatro. «Dejaron de pensar en mí como en una actriz. Yo era la mujer de Bogie, ofrecía cenas y fiestas estupendas, pero nadie tenía en cuenta mi trabajo. Era muy frustrante», lamentó Lauren Bacall en sus memorias. Regresó a Nueva York y triunfó en Broadway.FOTO: GETTY IMAGES

La Bacall fue muy osada en su madurez. Se embarcó en proyectos atrevidos: rodó en francés, hizo dos películas con el controvertido director danés Lars von Trier. Demostró que no le asustaban los retos. Y se mantuvo activa. Aunque en los últimos años vivió la amargura de despedir a muchos amigos: John Gielgud, Gregory Peck o su querida Katharine Hepburn a quien la unía una preciosa amistad que duró 50 años. Las dos parejas, Bogart y Bacall y  Spencer Tracy y Katharine Hepburn pasaron juntos muchas veladas de conversaciones interesantes, complicidades y risas. Porque la Bacall, con esa voz ronca y rasposa que le hacía parecer seria, tenía un grandísimo sentido del humor. Creía que por culpa de esa voz grave y cadenciosa se le atribuía una personalidad fría y distante, que ella negaba.

La alfombra roja y sus caderas

En sus últimos años se centró en el trabajo y luego se fue recluyendo en su piso con vistas a Central Park. En su autobiografía se quejaba de la vida moderna, acelerada e individualista y se lamentaba de que «se han perdido los modales». Pero mantenía el humor: «Las alfombras rojas cada vez son más estrechas y mis caderas, más anchas», decía.

Mantenía el espíritu también. «Mi vida ha tenido sentido y ha estado llena de amistades plenas, valiosas y esenciales para mí. Mis hijos son seres humanos de primera categoría con un alto nivel de exigencia. […] Todos tienen ingenio y sentido del humor y, gracias a Dios, yo he conservado el mío», concluía en sus memorias. Murió en 2014. Con 90 años y el glamour intacto.

 

 

 

 

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