Díaz Canel volvió a reunir a una serie de representantes del sistema empresarial cubano para volver a hablar, por enésima vez, de su tesis doctoral sobre innovación. Que el máximo dirigente comunista reivindique constantemente su trabajo académico tiene dos aristas. La primera, que realmente se lo cree. Y la segunda, que el tiempo dedicado a ese notable esfuerzo de investigación científica no lo dedicó a los asuntos básicos de la nación, de su competencia. Da igual, el caso es que quiere vender un modelo que simplemente no puede funcionar en Cuba con su actual modelo económico.
Y ello, por varias razones.
La primera, fundamental, Díaz Canel quiere que la innovación arraigue en la empresa estatal socialista. Al sector privado empresarial, mipymes,CNA, trabajadores por cuenta propia, no estatal, ni caso. Es un grave error. Precisamente es la iniciativa privada la que mejor funciona innovando en todos los países. ¿La razón? El móvil del beneficio que debe existir detrás de todo proyecto.
Díaz Canel sitúa a la empresa estatal como el centro del proceso innovador, porque su diagnóstico para Cuba es de “un país pobre, bloqueado y agredido”, y claro, desde un enfoque como este, “el impacto de la ciencia, la tecnología y la investigación en el sistema empresarial del país, solo se puede conseguir con innovación, porque ella racionaliza procesos y conduce a la obtención de mejores resultados ante cualquiera de las metas que se trace Cuba en la búsqueda de su prosperidad».
Si, desde luego mucho desarrollo y prosperidad, pero por desgracia, nada de eso ha ocurrido en Cuba. El modelo organizativo y funcional que exige el estado comunista a sus empresas estatales socialistas impide la apropiación de los beneficios de la innovación, y por eso, se cruzan de brazos y piensan que eso de la innovación no me atañe. Ya me dirán desde arriba lo que tengo que hacer.
Esa es la realidad presente en muchos sectores y actividades de la economía, donde los beneficios de la ciencia y la innovación, o la transformación digital y a la comunicación social, ni estén presentes, ni se les espere. El régimen quiere forzar la maquinaria, pero todo es mucho más fácil y sencillo.
La segunda, avanzar hacia un marco de regulación distinto al actual. Díaz Canel pretende desarrollar el aprobado en el sexto congreso comunista. Mala idea. Aquel marco, de ser llevado a la práctica, acabará dando la puntilla a cualquier proceso innovador. Por ejemplo, ¿alguien sabe qué ha hecho el llamado Consejo Nacional de Innovación hasta la fecha para conseguir alguno de sus fines? Nada. Ahí está, como todo lo que crea el comunismo, como una estructura más incapaz de funcionar de forma autónoma y eficiente.
La tercera, Díaz Canel dijo que ya se cuenta con parques tecnológicos, industriales, y otras estructuras que pretenden mejorar la relación del conocimiento con la administración pública, con los territorios, y con el sector productivo de los bienes y servicios, pero en realidad, ocurre lo mismo. Los resultados de estas entidades son limitados, porque sería bueno que Díaz Canel diera respuesta a una sencilla pregunta, ¿Cuántas startup están puestas en funcionamiento en estos parques? ¿Por qué no se autorizan
Es evidente que hay trabas de todo tipo que impiden a la innovación prosperar y abrir caminos. Y la razón es que la innovación no puede ser dirigida por el estado, sino que se tiene que asumir por el sector privado. Ni siquiera poniendo en práctica ese concepto que tanto gusta al dirigente comunista, lo que él llama “resistencia creativa” se puede lograr algún resultado en este ámbito.
Y lo mejor de todo es cuando se pone a recordar las andanzas de Fidel Castro en este ámbito de la innovación, donde malversó buena parte del dinero soviético en proyectos que nunca vieron la luz porque eran imposibles. Y aquellos que llegaban a término y daban resultado, el comandante los entregaba gratis a otros países que aprovechaban los beneficios de la investigación científica cubana. Eran otros tiempos y recuperar aquellas atrocidades económicas, mejor ni caso.
Díaz Canel también habló de ese bálsamo de fierabrás de la innovación que él denomina “polo científico”, que engloba a las empresas de la industria biotecnológica farmacéutica, que aunque estatal, es la más orientada al mercado y la competitividad global. La competencia internacional en este sector es tan intensa, que difícil lo tiene la pequeña industria cubana para acceder a los principales mercados. Ojalá lo consigan.
Y no contento con el soliloquio, Díaz Canel asignó la culpa de que la innovación no funcione a otros, pero esta vez, le pareció que el embargo/bloqueo no estaba justificado, y en vez de asumir la responsabilidad suya, la trasladó sin ambages a “los cuadros principales, los cuadros empresariales, los cuadros de dirección y los cuadros de gobierno, y los cuadros del partido”. Todos los cuadros posibles, pero él, ni papa.
Aludió a la importancia de los jóvenes licenciados como valor en alza para la innovación. Y lleva razón, pero los datos confirman justo lo contrario. Esos jóvenes cubanos, altamente cualificados, se van del país, porque están convencidos de que en Estados Unidos, España, Italia, República Dominicana, en cualquier lugar, van a poder innovar y hacer cosas mucho más productivas que en su país. Y con todo el dolor de sus familias, se van. Muchos más lo harán mientras Díaz Canel sigue con sus juegos florales de la innovación.
Son de tal dimensión esos juegos, que Díaz Canel habló de que “existen experiencias positivas en el país, y hay valores compartidos entre la comunidad científica cubana, y el sector empresarial, el sector de la administración pública, los territorios, el gobierno y el Partido”, pero como siempre ocurre en estos casos, dejó a todo el mundo esperando que mencionase una sola de esas experiencias.
Porque si se pretende, como dice Díaz Canel, que los procesos cada vez sean más productivos, tengan mejores rendimientos, sean más eficientes, la receta no es la planificación estratégica, su estructura y la comprensión hacia la innovación en procesos y, los recursos humanos y la gestión. No. Eso no es suficiente, ni es la regla que salvará al sector en Cuba. Eso es faltar a la verdad.
Para que la innovación avance y triunfe se tienen que crear condiciones favorables a ello en el ámbito de las relaciones de producción, asignando de forma muy clara la propiedad de los medios, de los procesos y los resultados de la innovación. Ese marco privado es el que debe dirigir los procesos de innovación, articulando la relación con las infraestructuras estatales, y no justo al revés como quiere Díaz Canel. Es la iniciativa privada la que debe liderar la innovación.
Si se pretende lograr que “los cuadros tengan cultura de innovación” hay que trasladar los beneficios de la misma al ámbito de la decisiones empresariales y no de las políticas. Asumir riesgos, pero obtener beneficios y destinarlos libremente a aquello que las entidades precisen.
No hace falta convencer a nadie de que el futuro de cualquier país está en la innovación Como Díaz Canel sabe, desde los tiempos del gran economista Joseph Alois Schumpeter, la innovación se contempla como un “huracán de destrucción creadora”, pero la clave está en que cada palo aguante su vela. El sector estatal la suya, y el sector privado, también. Es un espacio de cooperación público y privado donde el orden es bien conocido para que se logre el éxito de los procesos.
Me permito una observación final. La idea lanzada por Díaz Canel consistente en crear “una reserva científica en las empresas” me parece inoportuna y debe ser objeto de reflexión. Allí donde las decisiones empresariales no son técnicas ni económicas, sino políticas, ir creando listados de “mejores y peores” solo puede acabar creando más confusión, malestar e incertidumbre de la que ya existe. Mal asunto.