Política

Editorial: Sangre fría

1447525567_487799_1447528484_noticia_normalSin llegar a la complejidad del ataque llevado a cabo contra Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001, el yihadismo ha vuelto a emplear bombas humanas para causar en París una de las matanzas más odiosas que se recuerdan. El alcance mortífero de estos nuevos actos de barbarie es el mayor en suelo europeo desde los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid.


Las palabras de solidaridad con Francia y los llantos por las víctimas hacen falta para llevar a cabo la necesaria tarea de duelo por los muertos. Cómo no conmoverse ante los ciudadanos que han caído segados por las balas o destrozados por las bombas humanas en París, entre ellos un español. Cómo no horrorizarse ante las imágenes de cuerpos destruidos a ciegas, y cómo no sentir la debilidad de creernos impotentes frente al terror.

Sin embargo, la reciente historia de España demuestra precisamente lo contrario: se puede vencer al terrorismo con las armas de la democracia, a costa de mucho dolor y siempre que seamos capaces de mantener la sangre fría frente a los zarpazos terroristas. Y esto vale no solo para los Gobiernos, sino para las sociedades ante las que responden, sabiendo que el enemigo desborda las fronteras tradicionales, usa los instrumentos comunicativos de la globalización y no duda en enviar a los suyos a una muerte segura con tal de hacer más daño.

Esta guerra insidiosa nos habla del fanatismo totalitario que se esconde en las cabezas de los que dirigen el llamado Estado Islámico, sin duda decididos a proseguir la escalada criminal. Las democracias tienen el derecho y la legitimidad de emplear todos los instrumentos de seguridad que sean precisos frente al terror —incluidos los militares— por más incomodidades y riesgos que las medidas puedan causar a la vida cotidiana. Y las sociedades deben comprenderlo y apoyarlo.

Francia es un país muy comprometido en este combate, y los predicadores de la guerra santa lo han elegido como objetivo a abatir. Solo en lo que va de año lo demuestran los atentados llevados a cabo en la revista Charlie Hebdo y una tienda de productos kosher en París, más la intentona posterior de provocar la explosión de una planta de gases industriales en Lyon. En vísperas de una Cumbre del Clima que reunirá en la capital francesa a numerosos jefes de Estado y de Gobierno, y con la perspectiva de la celebración de la Eurocopa en 2016, no cabe engañarse sobre la lógica que guía la locura asesina con la que se comportan los fanáticos.

Que esta vez haya sucedido en Francia no debe hacer olvidar la situación de España, citada y amenazada frecuentemente en comunicaciones de los grupos terroristas. La reacción de Mariano Rajoy y de los partidos políticos fue ayer la adecuada, en general, incluida la buena noticia de que el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, desea adherirse al pacto antiterrorista existente entre PP y PSOE.

Los métodos para ejecutar las matanzas son diferentes, pero cuentan con un denominador común: provocar el máximo daño indiscriminado y hacerlo con la mayor crueldad. Son tantos y tan graves los actos de Al Qaeda y del llamado Estado Islámico que nadie puede cerrar los ojos ante los que inventan mil maneras de mostrar la vulnerabilidad de las sociedades sometidas a sus designios.

La condición necesaria para enfrentarse a ellos es no dejarse llevar por arrebatos que puedan confundir la defensa frente a los yihadistas con la convivencia de las comunidades musulmanas allí donde existen, ni cuestionar las libertades desde las que los europeos debemos diferenciarnos de los salvajes que nos atacan.

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