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Cristina Casabón: Economía de ‘striptease’ y billetes

«Lo llaman socialismo e intuimos cómo va la historia: al final los que trabajan son igual de pobres que los que viven de las ayudas y nadie quiere dar un palo al agua»

Yo creo que el comunismo es cosa del milenio. La vuelta, me refiero. No olvidemos que, además de estar viviendo un fin de año estamos viviendo, casi, un fin de sistema. Los terrores comienzan siempre por un pequeño obsequio; le bajamos un céntimo de IVA y le damos una limosna navideña. A mí me parece que esta manera de conducir la economía no es normal, sino que es cosa de un intervencionismo sin complejos, desatado. Ya hay personas que nunca han dado un palo al agua, que viven juntando hasta diecisiete ayudas y subvenciones. Si uno es un poco peculiar y tiene alergia al trabajo o tiene algún riesgo psicosocial, como dicen ahora, le darán una paguita mensual. Además, la nueva ley de Belarra dice que tener deudas con los de Hacienda no impedirá recibir ayudas, o sea que ahora también pagamos a los morosos.

Al margen de que este nuevo año suponga una fiesta de supermercado alguien tiene que hacer una reflexión del sistema que estamos creando, una vuelta de los fantasmas del comunismo que la crisis propició y el socialismo aceleró. El año que viene veremos la vuelta de Stalin, Lenin, Chávez, los Castro, los nibelungos y los Kirchner. Yolandita dijo hace nada que Cristina Kirchner es «una enorme política» y a mí lo de alabar al corrupto y dar tantas ayudas me parece del todo inmoral. Pero ya se trate de cosas básicas como facilitar la desviación de fondos y la apropiación indebida modificando el delito de malversación o extendiendo cheques a los pobres, todo se vende como progresismo. O sea que lo moderno es el engorde del Estado y robar mucho, que el liberalismo está algo pasado de moda. ¿Y cómo vamos a estar en contra de una ideología que nos embadurna y nos reboza los billetes por la cara?

«Todo tiende a que el ciudadano que se gana la vida de forma honrada es el pringado del siglo»

El obrero, el currante, que no es culpable de nada, al final es el responsable que con sus impuestos paga todo este striptease con billetes. La recaudación extra por la inflación, que en jerga liberal de Milton Friedman es un «impuesto indirecto», permite este baile con dinerito fresco y barato. ¿Cómo llamar a una economía en la que la recaudación gubernamental ha aumentado 30.000 millones adicionales en el último año y en la que los políticos compiten por hacer esa cifra cada vez más grande? Lo llaman socialismo e intuimos como va la historia: al final los que trabajan son igual de pobres que los que viven de las ayudas y nadie quiere dar un palo al agua. Esto está más cerca del psicoanálisis que de la sociología de masas, pero algunos lo denominan cultura de la subvención, asistencialismo o incluso caridad, todo depende de la cultura liberal que se tenga.

No sé si vamos entendiendo la perversa lógica del sistema que han montado, pero todo tiende a que el ciudadano que se gana la vida de forma honrada es el pringado del siglo. Y eso no es escandaloso comunismo, sino que se critica amablemente como socialismo. Los programas gubernamentales de protección, subsidio, regulación, estímulo y prohibición se venden como ejercicios inocentes de nuestro sabio gobierno para mejorar las vidas de los pobres. Como ven, la aristocracia socialista siempre va al ritmo de los tiempos y las Navidades son ya, de facto, las fiestas del supermercado, el cheque regalo, el striptease donde nos lanzan billetes y sujetadores. Solo faltaba que algún aguafiestas recuerde lo que dijo el periodista Lincoln Steffens tras volver de la naciente Unión Soviética: «He visto el futuro y funciona».

 

 

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