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Oswaldo Álvarez Paz – El Pacto de Puntofijo: ejemplo de liderazgo colectivo por la democracia

Nota publicada originalmente en la revista "Encuentro Humanista"

 

EL PACTO DE PUNTOFIJO: EJEMPLO DE LIDERAZGO COLECTIVO POR LA DEMOCRACIA

OSWALDO ÁLVAREZ PAZ: (MARACAIBOESTADO ZULIA10 DE FEBRERO DE 1943) ES UN POLÍTICOVENEZOLANO DEMÓCRATA-CRISTIANO. ABOGADO POR LA UNIVERSIDAD DEL ZULIA, FUE ASIMISMO SECRETARIO JUVENIL DE COPEI, PRESIDENTE DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS, EXCANDIDATO PRESIDENCIAL Y PRIMER GOBERNADOR DEL ESTADO ZULIA ELEGIDO POR VOTO DIRECTO, SECRETO Y UNIVERSAL.

PARA ENCUENTRO HUMANISTA ES UN ORGULLO PUBLICAR, CON LA VENIA DE OSWALDO ÁLVAREZ PAZ, UN EXTRACTO DE UN LIBRO SUYO, A SER EDITADO PRÓXIMAMENTE, EN EL CUAL DESTACA ESE GRAN LOGRO HISTÓRICO, EJEMPLO DE LIDERAZGO DEMOCRÁTICO COLECTIVO, QUE FUE EL LLAMADO «PACTO DE PUNTOFIJO».
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Se ha dicho, y yo lo comparto, que Venezuela, en un corto periodo de tiempo, produjo tres de los más importantes documentos de su historia: la pastoral de Monseñor Arias Blanco, el 1 de mayo de 1957, el Pacto de Puntofijo, firmado el 31 de octubre de 1958, poco tiempo antes de las primeras elecciones después de la caída de la dictadura, y finalmente la constitución aprobada el 16 de enero de 1961.

Lo primero a decir sobre el Pacto es que se llama de “Puntofijo” (y no Punto Fijo, como la grata ciudad ubicada en la península de Paraguaná, en el estado Falcón), ya que se firmó en la quinta “Puntofijo”, residencia familiar en ese entonces del Dr. Rafael Caldera.

El Pacto había comenzado a vislumbrarse meses antes de que saliera Pérez Jiménez del gobierno, al coincidir en Nueva York los tres líderes democráticos más importantes del momento: Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villaba.

Las traumáticas experiencias previas en las luchas por la democracia habían conducido a los tres a una convicción que demostró ser cierta: pensar la democracia futura era necesariamente hacerlo en unidad, porque los enemigos que tendría no iban a cejar en su intento de impedir que llegara, o que se consolidase.

Era una meta titánica: en Venezuela jamás se había dado la posibilidad de la existencia estable de partidos auténticamente democráticos, mucho menos que pudieran acordar una actuación conjunta. De hecho, lo que había primado casi siempre era el conflicto entre enemigos sobre el diálogo entre competidores. Por desgracia, la forma más usada de lograr el poder era la vía violenta. Y lo que menos contaba era una auténtica rareza: la voluntad popular. Al pueblo no se le consultaba, se le informaba.

La unidad, dada los antecedentes, tenía que ser inevitablemente fruto de la voluntad y el esfuerzo de los tres grandes partidos firmantes del Pacto. Si bien no pudieron acordar una candidatura unitaria para las elecciones democráticas de fines de 1958, sí lo hicieron para impulsar un programa de gobierno común, a ser ejecutado por Acción Democrática (AD), COPEI y Unión Republicana Democrática (URD).

Unidad en la diversidad, entonces, que en nuestra política democrática se comenzó a dar con frecuencia. Los objetivos eran esencialmente realistas: ninguna organización, por sí sola, estaba en capacidad  en el ejercicio del gobierno de superar las turbulencias generadas por intentos golpistas de extrema derecha e izquierda.

Para la democracia cristiana criolla, para COPEI, el documento encajaba perfectamente en nuestra visión de lo que se necesitaba para echar a andar el pesado carro de la construcción democrática en una sociedad que nunca lo había podido lograr. Las instituciones democráticas no se hacen con buenos deseos y mero voluntarismo, se requiere de una materia prima que tampoco se decreta: una ciudadanía con derechos, pero también con deberes, dispuesta toda a colaborar por objetivos que sobrepasan las apetencias individuales. Bien se sabe que los ciudadanos no nacen, se hacen. La reconstrucción nacional era no solo material, sino también ética, educativa, cultural. Y gracias al Pacto se pudo dar impulso a una ilusión noble y humana, que todos los venezolanos aspiramos entonces que fecundara en instituciones justas y razonables. Gracias a ellas, los individuos podían ejercer por fin su ciudadanía, comenzar a construir, cada uno en sus labores propias, un destino personal con futuro.

Puntofijo recibió el apoyo unánime de la sociedad venezolana, todavía ilusionada por el muy celebrado “espíritu del 23 de enero”, y que veía con buenos ojos que los políticos actuaran con realismo y espíritu unitario. Además, los firmantes del Pacto no pusieron a un lado a otros sectores de la sociedad -empresarios, sindicatos, fuerzas armadas-. Los políticos de entonces tenían claro que la política venezolana abarcaba mucho más que las sedes partidistas, y que en la futura gestión gubernamental se necesitaba el apoyo de todas las instituciones públicas y privadas actuantes.

Puntofijo tuvo antecedentes: el 24 de abril previo se había firmado un “avenimiento obrero-patronal”, entre Fedecámaras y el Comité Sindical Unificado, por el cual ambas partes, capital y trabajo, acordaron dar los primeros pasos hacia una necesaria paz socioeconómica.

Dicho acuerdo obrero-patronal fue seguido por dos documentos: la Declaración de Principios de los Profesionales Universitarios y Profesores (21 de agosto de ese año 1958), y el Pacto de Unidad Estudiantil (21 de noviembre), este último pocos días después de la firma de Puntofijo.

El Pacto de Puntofijo fue pensado como un plan  del cual surgió un Gobierno de Unidad Nacional, defensor de la constitucionalidad (especialmente frente a futuras intentonas golpistas), y con un programa de gobierno común, con aceptación por todos los partidos participantes en el acuerdo de los resultados electorales en las elecciones de diciembre de 1958, y encauzando la campaña con la mayor tolerancia y respeto mutuos.

Puntofijo fue entonces mucho más que un acuerdo interpartidista. Reflejó el sentir del pueblo venezolano, de sus ansias de ¡por fin! vivir en libertad, con instituciones encauzadas al bienestar y al progreso material y moral de la sociedad venezolana, harta de tantos caudillismos, montoneras, egos desatados y ciegas ambiciones personales. Libres, iguales y optimistas ante el progreso, un avance que se sentía que era posible, que estaba al alcance de las grandes mayorías.

Pactando, se les decía a los venezolanos que nadie tenía el monopolio de los valores democráticos, por el Pacto todos los venezolanos se reconocían -nos reconocíamos- como demócratas. Puntofijo fue una luz que iluminó el duro camino de la democracia, fue un homenaje a nuestros muertos por la libertad, a nuestros presos políticos.

Es importante señalar que este tipo de acuerdo solo sucede cuando hay objetivos coincidentes, cuando los participantes son solo adversarios, nunca enemigos. Y ello, afortunadamente, ocurrió con frecuencia en los primeros años de este experimento de república civil, cuando la ilusión y las esperanzas convivían armónicamente, no habían sido seriamente afectadas, y cuando la convivencia -dentro y fuera de las organizaciones partidistas- no había sido reemplazada por proyectos más individualistas que colectivos.

Un hecho esencial: llegaría el momento en que nos olvidaríamos del “espíritu del 23 de enero”, que Puntofijo sería otro dato en la historia, y cometimos el error, en especial las clases dirigenciales públicas y privadas, de no tomar en cuenta que la democracia, para que funcione y se mantenga, necesita paulatinas revisiones y el mantenimiento de una dinámica capacidad regenerativa. Los vientos en contra comenzaron a soplar, y no fuimos prudentes ni estuvimos lo suficientemente alertas ante las inequívocas señales de decadencia y descomposición institucional y social.

Celebremos siempre el recuerdo y los logros de Puntofijo, ya que él  fue la base de arranque fundamental de los cuarenta años más prósperos y libres en toda la historia venezolana.

 

 

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