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Isabel Coixet: Mi aspiradora me mira raro

Gladys Winston, una  mujer en Inglaterra, ha descubierto en Internet fotos suyas orinando en el baño de su casa, tomadas sin que ella lo supiera. Tras poner los hechos en manos de las autoridades, descubrió que las imágenes habían sido tomadas por su robot aspiradora Roomba y transmitidas por satélite a China, donde algún funcionario, suponemos, decidió publicarlas unilateralmente, no sabemos muy bien con qué fin, como no fuera el de hacer pasar a Gladys Winston un mal rato.

Al parecer, no sólo los Roomba nos espían: cafeteras, microondas, hervidores de agua, neveras, coches, rizadores de pelo, etc. etc. poseen la capacidad de enviar imágenes y sonido de nuestras vidas cotidianas a servidores instalados en China que, me imagino, seleccionarán el material que les interese para saber, por ejemplo, si leemos en el baño y, de hacerlo, si optamos por thrillers o novela victoriana, si somos gente puntillosa que pasa la fregona con abrillantador después de que pase el robot aspirador o si apuramos hasta la última gota del café en nuestras cafeteras y nos gusta más el de Colombia que el etíope.

Según el documental, pocos puertos en el mundo le quedan ya a Xi Jinping por comprar tras realizar acuerdos con políticos corruptos que venderían a su madre si él lo exigiera

Que todas las informaciones provenientes de China están envueltas en un manto de misterio es innegable: hace un mes admitían tan sólo 5000 muertos por covid; hace una semana admitían 60.000. Y todavía existe ese mismo misterio alrededor de los orígenes de la enfermedad, de la que por más tiempo que pase cada vez ignoramos más detalles. Reconozco que durante meses estuve obsesionada, me imagino que como mucha gente, con saber cosas sobre el virus. Hoy admito que no quiero volver oír hablar de él y me importa un pimiento cómo surgió; lo único que quiero es que no mate más gente y que nadie me vuelva a meter un palito por la nariz ni por ningún otro sitio.

Somos a veces como un personaje de Los monederos falsos, de André Gide, que decía que, de tanto reducir sus ilusiones, ya no le quedaban. Y las pocas ilusiones que nos quedan se ven definitivamente empequeñecidas tras ver un documental en la cadena Arte sobre el ascenso de Xi Jinping y sus planes para el mundo. Como todos los dictadores, Xi Jinping siente un enorme complejo de inferioridad y todas sus decisiones parecen dictadas por él: devolver a China el estatus imperial, controlando primero a sus ciudadanos, luego al mundo. Copar todos los puertos estratégicos del planeta es otro de sus objetivos y, según el documental, pocos le quedan ya por comprar u ocupar tras realizar tratados y acuerdos con políticos corruptos que venderían a su madre tranquilamente si Xi Jinping lo exigiera.

Y volvemos al mundo doméstico: ¿qué demonios saca Xi Jinping espiando nuestras casas y almacenando millones de horas con las imágenes más anodinas de nuestra vida cotidiana? Alguien debería decirle que los humanos somos absolutamente predecibles y que quizás, al sabernos espiados, sintamos cierta indignación durante un rato y tapemos con fundas negras nuestros electrodomésticos. Pero yo le aseguro al señor Xi Jinping que nuestra indignación se evaporará en un pispás y que nos olvidaremos, como de tantas cosas indignas, al cabo de un rato. Lo digo por si quiere ahorrarse el microchip espía en mi plancha. Desde aquí se lo digo: la plancha no es lo mío, nunca he dominado la raya del pantalón ni los cuellos de las camisas y me temo que ya no lo haré.

 

 

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