El feminismo se fractura
El planteamiento político desde el que se ha proyectado la agenda legislativa feminista ha redundado en la división del movimiento y en posturas de una agresividad insólita
El movimiento feminista llega al Día Internacional de la Mujer inmerso en una división sin precedentes. Tras la masiva manifestación que tuvo lugar en el año 2019 y que congregó de forma unitaria a miles de personas en distintas ciudades de España, en el último tiempo han sido muchas las causas que han ido quebrando la cohesión de uno de los movimientos sociales y políticos más determinantes en las últimas décadas. Desde 2020, fecha en la que Irene Montero asumió la cartera de Igualdad, el feminismo ha sufrido desde la izquierda una colección de fracturas que han acabado afectando a la propia unidad de la coalición de gobierno así como a la percepción social de la causa.
Por segundo año consecutivo, la tradicional marcha convocada por la Comisión 8M será contraprogramada por otra concentración, organizada por el Movimiento Feminista de Madrid, que reivindica para sí el título de manifestación verdadera. Son muchas las causas que generan división entre ambas convocatorias lo que rompe la que había sido la estrategia habitual en el Día Internacional de la Mujer: plantear causas de consenso para la manifestación única y reservar para otros espacios aquellas propuestas que pudieran resultar divisivas.
La ley del ‘sólo sí es sí’ o la ley trans son sólo algunos de hitos que han quebrado la unidad del movimiento. La persecución del proxenetismo o la abolición de la prostitución son, también, algunos proyectos que han servido para fomentar la fractura. Que exista debate y pluralismo en el feminismo podría ser una noticia perfectamente natural. Sin embargo, el planteamiento político y estratégico desde el que se ha planteado la agenda legislativa ha redundado en esta división que, en muchos casos, ha fomentado posturas de una agresividad insólita.
El feminismo surgió como un movimiento ilustrado y de vocación universal. Sin embargo, en los últimos años se ha generado una patrimonialización ideológica contraria a las grandes mayorías. Por ejemplo, en el Encuentro Internacional Feminista, celebrado en Madrid entre el 24 y el 26 de febrero, la ministra de Igualdad definió el feminismo como «transincluyente», «antiracista», «interseccional», «antineoliberal», «intergeneracional» y «de paz». Imponerle tantos adjetivos a un movimiento llamado a defender los derechos legítimos de la mitad de la población es una estrategia cuando menos paradójica. La imposición de sesgos ideológicos excluyentes redunda en la hostilidad con la que de forma creciente se comienzan a percibir ciertas formas de activismo.
Es sorprendente, también, la frivolidad con la que algunos cargos públicos intentan rebajar la dignidad del movimiento y la voluntad excluyente y contraproducente con la que intentan defender la causa feminista. Recordemos que en el año 2020 la comitiva de Ciudadanos tuvo problemas para participar libremente en la manifestación por culpa del hostigamiento ejercido por algunos intolerantes. Los derechos de las mujeres y la defensa de una igualdad efectiva entre todos los seres humanos es una causa lo suficientemente urgente como para intentar revertir la desnaturalización que parte de la izquierda está haciendo del feminismo. La escasa lealtad de algunos y los usos patrimoniales o partidistas jamás deberían entorpecer las nuevas y legítimas conquistas que se plantea el feminismo. Sería deseable, también, que quienes hoy ostentan el Poder Ejecutivo abandonaran un tono pancartero y antisistema que resulta impropio en quienes tienen responsabilidades de gobierno.