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Héctor Quintero Montiel: Discordia latinoamericana frente a la invasión rusa a Ucrania

DISCORDIA LATINOAMERICANA FRENTE A LA INVASIÓN RUSA A UCRANIA

HÉCTOR QUINTERO MONTIEL

LICENCIADO EN ESTUDIOS INTERNACIONALES, EGRESADO DE LA UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA. HA REALIZADO ESTUDIOS DE POSTGRADO EN LA UNIVERSIDADES COMPLUTENSE DE MADRID, METROPOLITANA, CATÓLICA ANDRÉS BELLO, Y LA UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA EXPERIMENTAL LIBERTADOR. FUNCIONARIO DIPLOMÁTICO DE CARRERA, HA DESEMPEÑADO FUNCIONES DIPLOMÁTICAS EN AUSTRALIA, ITALIA, LIBIA, GABÓN, BRASIL, SURINAM, CHILE, ECUADOR, NACIONES UNIDAS, ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA, ISRAEL, EMIRATOS ÁRABES UNIDOS Y EN EL MINISTERIO DE RELACIONES EXTERIORES. ASÍ MISMO, FUE DIRECTOR GENERAL DEL DESPACHO EN EL MINISTERIO DEL INTERIOR Y JUSTICIA; GERENTE GENERAL Y GERENTE DE RELACIONES INTERNACIONALES EN LA CORPORACIÓN PARA EL DESARROLLO DE LA PEQUEÑA Y MEDIANA INDUSTRIA, CORPOINDUSTRIA; SUBSECRETARIO DEL CONSEJO DE MINISTROS.

 

 

La fragmentación de los estados latinoamericanos ha obstaculizado el diseño de una política exterior común ante la invasión rusa a Ucrania. La heterogénea división ideológica y los compromisos económicos de algunos países con Rusia y China no lo ha permitido, reflejando ello las profundas fisuras por las cuales atraviesa la región. La pluralidad de posiciones adoptadas por estas naciones nos permite observar que Washington, a pesar de lo que se piensa en la comunidad internacional, no ejerce un predominio absoluto en la conducta del hemisferio occidental sobre esta crisis.

Durante el transcurso de las operaciones bélicas, año 2022 e inicios del 23, los gobiernos en varias de las naciones sudamericanas cambiaron; en Colombia asumió el presidente Petro, apoyado por la izquierda y la guerrilla revolucionaria. En Brasil, se posesionó de nuevo a inicios del 23 Lula da Silva, fundador del Foro de Sao Paulo y miembro activo del Grupo de Puebla. Tras los éxitos electorales de ambos, se ha restaurado cierta postura pacifista regional, lo que ha generado condenas genéricas a la invasión rusa plasmando una corriente confusa, enigmática e imprecisa en la actuación internacional de algunos de ellos, salvaguardando sus relaciones con el Kremlin. Los presidentes de México y Argentina han realizado gestiones conjuntas, desde los inicios de sus períodos presidenciales, tratando de revivir la CELAC.

En víspera de la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos, celebrada en Lima del 5 al 7 de octubre, del pasado año, al presentarse una carta para la firma de los jefes de delegaciones que asistieron a ella, en la cual se reiteraba el apoyo a Ucrania contra la invasión rusa, varios países latinoamericanos prefirieron no firmar. Entre ellos podemos mencionar Argentina, Bolivia, Brasil y Honduras. México, en cambio, prefirió reservar su firma, aunque votó dos veces en la ONU condenando la invasión. Cuando se intentó excluir a Rusia del Consejo de Derechos Humanos y como observador de la OEA, en ambos casos, México votó contra la expulsión de Rusia, aduciendo que era preferible mantenerla cerca, para conservar la posibilidad de un diálogo con Moscú en lugar de excluirla de distintos foros internacionales. México sostiene un intercambio comercial con Rusia que llegó a US $2.100 millones en 2019.

Chile y Colombia, que para el momento de la reunión de la OEA ya se habían posesionado los nuevos presidentes, identificados con la izquierda y la marea rosa -como ha sido denominada esta nueva etapa política de la región por los articulistas, analistas y medios de comunicación- sí firmaron el texto al cual pocos meses después se unió Brasil.

Un pequeño grupo, pero relevante, de países latinoamericanos ha mostrado su simpatía directa y abiertamente con la posición de Rusia en el conflicto. La alianza entre Cuba y Rusia tiene profundas raíces históricas. Pero en estos días el vínculo entre Caracas y Moscú también despierta atención dentro y fuera de la región. Venezuela tiene en Rusia a uno de sus pilares centrales de su apoyo político y militar. Rusia y China juegan asimismo un papel preponderante en la maltrecha economía del país sudamericano. Los aviones cazabombarderos rusos Sukhoi de la fuerza aérea venezolana son tal vez el símbolo más tangible de la cooperación militar entre esas naciones. Por lo que la condena del gobierno de Nicolás Maduro a Estados Unidos y la OTAN por la situación en Ucrania no sorprendió a nadie. Otros países como México, Perú, Argentina, Colombia y Brasil también han comprado armamento ruso.

Ninguno de ellos ha respondido a la solicitud de Estados Unidos de donar el equipamiento militar ruso a Ucrania, dicho armamento sería reemplazado por componentes estadounidenses. Semanas atrás, el presidente Gustavo Petro afirmó que desde Estados Unidos se le solicitó cooperar con armamento para colaborar con las fuerzas ucranianas; sin embargo, el mandatario colombiano demostró su inconformismo y se negó de manera rotunda a entregar material bélico, para que fuera usado en el marco del conflicto europeo.

Estos breves ejemplos muestran la heterogeneidad de las posiciones de la región. Gobiernos de izquierda han condenado a Rusia, y gobiernos de derecha se han negado a condenarla. Pero gobiernos de izquierda también han apoyado a Rusia. Mucho depende de los intereses de cada país y no de su inclinación ideológica. La variación de los distintos enfoques refleja cambios de política interna o apego a ciertos principios o tradiciones que dificultan adoptar tal o cual posición.

Esta actitud nos muestra que, en algunos temas por lo menos, dentro de la «nueva marea rosa» en América Latina no necesariamente se determinan posiciones comunes sobre los grandes temas internacionales. Igualmente, refleja la diversidad de los puntos de vista de la comunidad latinoamericana, diversidad que muestra las dificultades de llegar a un consenso entre la mayoría, por lo menos, de los países de la región frente a uno de los conflictos internacionales más importantes de las últimas décadas.

Los rusos observan con atención la situación en Colombia, un país que estuvo entre los incondicionales de Estados Unidos a inicios de la crisis ucraniana. Iván Duque fue claro desde el comienzo acerca de dónde estaban sus lealtades. «Qué Ucrania ni qué ocho cuartos…!» fue en cambio la expresión utilizada por el presidente Petro cuando le preguntaron sobre su posición frente a la crisis. Petro, ha insistido en que el país tiene muchos problemas internos para inmiscuirse en el conflicto europeo, y hasta el momento no ha condenado explícitamente la invasión. Otros gobiernos en América Latina son vistos como cercanos a la posición de Washington.

Desde comienzos del presente siglo, Rusia ha firmado unos 200 acuerdos de cooperación con varios países latinoamericanos y caribeños en diferentes temas, entre ellos el técnico-militar, incluyendo Brasil (2004), Perú (2004), Argentina (2004), Chile (2004), Venezuela (2009) y Bolivia (2009).

Diversos medios de comunicación latinoamericanos, cercanos al entramado comunicacional del Kremlin, continúan siendo aliados fundamentales para la difusión de la exégesis rusa. Las justificaciones esgrimidas por Vladimir Putin, a través de sus portavoces no oficiales en los medios rusos, revelan la conexión y contribución de medios aliados en Latinoamérica a la estrategia de manipulación de Moscú.

La influencia rusa se ha profundizado en Latinoamérica. Cuenta, además, con el concurso de medios chinos e iraníes, los que han apoyado el posicionamiento de la narrativa del Kremlin. Esto ha sido clave para ayudar a mitigar la pérdida de alcance tras las suspensiones de RT y sus afiliados en algunos espacios mediáticos. Entre los medios oficialistas latinoamericanos que repiten las matrices generadas por sus pares rusos están Telesur y Prensa Latina.

Muchos gobiernos latinoamericanos han expresado su censura, al menos formal, a la invasión rusa a Ucrania. En la pasada votación de la asamblea general de Naciones Unidos, la mayoría de ellos apoyaron una resolución pidiendo el retiro inmediato de las tropas rusas. Se abstuvieron Nicaragua y Cuba, así como El Salvador y Bolivia. Venezuela no participó por estar atrasada en el pago de sus cuotas al organismo internacional.

Rotunda y tajante ha sido la condena a Rusia por parte del gobierno ecuatoriano liderado por Guillermo Lasso. Del mismo modo, Uruguay estuvo entre los primeros en condenar la agresión a Ucrania. Y para sorpresa de algunos, el presidente chileno Gabriel Boric expresó su rechazo a la posición de Moscú, pese a la ambigüedad de algunos miembros de su coalición izquierdista, tradicionalmente recelosos a ser vistos como cercanos a Washington.

Esta votación daría someramente a entender que muchas de las naciones más grandes de la región como Brasil, México o Argentina han fijado su posición. No obstante, analistas latinoamericanos advierten que hay claroscuros en la supuesta condena generalizada a Moscú. En México, el presidente Andrés Manuel López Obrador se ha negado a imponer sanciones económicas a Rusia, insistiendo en que quiere mantener buenas relaciones con «todos los gobiernos del mundo».

Es inevitable no analizar someramente los casos de los regímenes de Daniel Ortega, en Nicaragua, y de Nicolás Maduro en Venezuela, donde el primero de ellos, el líder sandinista, llegó a sentenciar a través de un acto oficial, que en el caso de que Ucrania ganase la guerra a Rusia, “el nazismo se impondría en el mundo”. Todo ello, por supuesto, evocando que a finales del año 2020 Nicaragua estableció un consulado en Crimea, territorio ucraniano anexado a Rusia.

Ante las divergencias políticas entre los gobiernos latinoamericanos ciudadanos de distintos países y de diversas profesiones han creado el grupo @aguantaucrania para mostrar a la invadida nación europea y a la comunidad internacional que los latinoamericanos desean la paz y la convivencia entre los pueblos, más allá de las ideologías políticas. A través de esta noble iniciativa se buscan nuevos puntos de encuentro entre la sociedad civil latinoamericana y la población ucraniana.

Podemos concluir que no existe una unidad latinoamericana ante la invasión rusa a Ucrania; unos abrazados a la ideología del Socialismo del siglo XXI, ejerciendo despóticamente los gobiernos de la región, y los ciudadanos de las débiles democracias regionales defendiendo los principios de la democracia, la libertad y el respeto a los derechos humanos. Las diferencias ideológicas han incinerado una vez más el sueño de los Libertadores.

 

 

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