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Hay tigre encerrado en el caso Kodama

«Podría estar haciendo, con este último gesto, un homenaje póstumo y calculado, o una broma borgeana»

Los detalles de la figura de María Kodama en la intimidad de la familia Borges | MDZ Online

Jorge Luis Borges y María Kodama

 

Ni siquiera la imaginación metafísica de Borges hubiese sido capaz de inventar a Kodama. Una severa, temida y meticulosa carcelera que al morir disuelve inopinadamente la cárcel de su obsesión y deja a los prisioneros en la más absoluta intemperie. Celosa guardiana de la obra de Jorge Luis Borges, su viuda fue capaz de llevar a tribunales a escritores y editores para hacer su voluntad y mantener el poder absoluto sobre su legado hasta el último día. Y sin embargo, expira sin dejar testamento sobre un acervo invaluable, como si hubiese querido que por default todo eso fuera a parar a la ciudad de Buenos Aires, «tan eterna como el agua y el aire», o a las manos de sus ignotos sobrinos, aunque después de condenarlos a una compleja batalla leguleya.

Podría estar haciendo, con este último gesto, un homenaje póstumo y calculado, o una broma borgeana. Tanto para Borges como para Adolfo Bioy Casares, la Biblia era una antología del relato fantástico: descreían del cielo y del infierno -esos chantajes-, y del más allá. Creían que luego de la muerte no había nada, y bajo ese temperamento Bioy dejó su postrero y monumental ‘Borges’, indolente registro de 60 años de amistad donde despellejaban a todos, haciendo uso y abuso de la impunidad de los muertos.

Tal vez a Borges, que también creía en el reparador olvido, le hubiera hecho gracia este singular escándalo de heredad que está dando la vuelta al mundo. Pero cuidado, los amigos íntimos de Kodama no pueden creer que esta mezcla de geisha y samurai -como la definió uno de ellos- no haya previsto un desenlace más cuidado, y aguardan todavía una nueva sorpresa para los próximos días. Aseveran que aunque sufrió dos covid -era una ferviente antivacunas-, fue víctima de una larga y penosa enfermedad -hace unos meses se desvaneció en la calle y se movía en silla de ruedas-, y ya prácticamente no comía -residía en un hotel del barrio porteño de Recoleta-, mantenía hasta último momento firmes la voz y las convicciones.

Siempre miró con espanto cómo el legado de Victoria Ocampo, que debía ir a parar a la Unesco, entró en una cierta zona de desorden final, y también cómo sucedieron desaguisados con la herencia y los derechos de autor de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy. Algunos le escucharon decir a María que el 50% de la obra de Borges iría a parar a una universidad norteamericana y el resto, a una japonesa. Sus allegados saben, además, que dejó un piso en Ginebra y otro en París, y les parece sencillamente inverosímil que la dama rigurosa haya dejado semejante cabo suelto. Es cierto que nadie parece haberla conocido a fondo: no hablaba ante los suyos del futuro, y era silenciosa y de una discreción a veces abismal.

Afirma su amigo Norberto Frigerio que ella deja también un libro inédito donde compila más de diez sentencias a su favor, las querellas que les ganó a diversos narradores e instituciones: «Según comentó, ese volumen, dividido en tantos capítulos como juicios, simplemente deja constancia de los reclamos y las resoluciones judiciales. Todas sus defensas y sus éxitos más trascendentes en los tribunales están allí». ¿Puede una mujer que se jactaba de librar esas puntillosas demandas haber olvidado la confección de un simple testamento? Como dice la escritora argentina Pola Oloixarac: «Hay tigre encerrado en el caso Kodama».

 

 

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