CorrupciónJusticiaPolítica

Qué deberían pensar los amigos de Estados Unidos del show de Trump

Hay razones para estar tranquilos y para estar preocupados

Hay que reconocérselo a «El show de Trump». Justo cuando se pensaba que le quedaba poco que ofrecer, vuelve con un episodio que genera grandes audiencias. La semana pasada ofreció un sensacional drama judicial, ya que Donald Trump se convirtió en el primer ex presidente estadounidense en enfrentarse a cargos penales: 34 en total. Esos cargos, que se derivan de tres pagos de dinero a cambio de silencio, incluido uno a una antigua estrella del porno, presuntamente implican la falsificación de registros comerciales y la violación de las leyes de financiación de campañas. Son conocidas, pero lo bastante escabrosas como para atraer al público. Trump  ha negado todos los cargos. Estados Unidos está, como siempre, amargamente dividido en sus reacciones, pero unido en la atracción por el espectáculo. ¿Qué debe hacer el resto del mundo? Hay dos reacciones opuestas.

Una es estar relativamente relajado. Puede que todo esto sea una novedad para Estados Unidos, pero no para otras democracias, donde llevar a los ex dirigentes ante los tribunales es bastante habitual. Desde Francia (pensemos en Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy) hasta Italia (Bettino Craxi, Silvio Berlusconi) e Israel (Moshe Katsav, Ehud Olmert y ahora Binyamin Netanyahu), la lista de ex presidentes y primeros ministros procesados es larga. En Taiwán, procesar a ex presidentes roza la tradición. El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, ha vuelto a su cargo tras pasar 580 días en prisión. Esta semana, el ex presidente de Kosovo, Hashim Thaci, se declaró inocente de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad ante un tribunal especial de La Haya. Aunque Trump califica su juicio de «ataque a nuestro país como nunca se ha visto», en otros lugares este tipo de cosas no han sido obviamente un desastre para la democracia. A menudo, es todo lo contrario.

Es cierto que los adversarios de Trump han intentado, sin éxito, acabar con él por medios políticos. La Cámara de Representantes le impugnó dos veces; dos veces el Senado no pudo reunir los dos tercios de los votos necesarios para condenarle. La Constitución estadounidense dificulta deliberadamente el proceso de destitución. Trump sobrevivió a las audiencias televisadas del comité del 6 de enero de la Cámara de Representantes. Ahora, el esfuerzo por castigarle a través de los tribunales comienza con lo que parece ser el más endeble y enrevesado de los diversos casos legales que le amenazan. Por esa razón, la acusación en Nueva York parece un error. Pero procesar a un ex presidente afirma al menos un principio básico de la democracia: que nadie está por encima de la ley.

Una telenovela seria

En otro orden de cosas, sin embargo, los amigos de Estados Unidos deberían estar alarmados. Muchos han pasado los dos últimos años con el bendito alivio de que el señor Trump ya no está en el poder, desesperados por creer que, seguramente, dada su conducta indebida después de las elecciones de 2020 y sus muchos problemas (desde el peligro legal hasta los reveses electorales y el ascenso de los rivales), no puede volver a la Casa Blanca. Esa despreocupación, siempre ingenua, ahora también parece temeraria. El último ataque ha reforzado el estatus de Trump como favorito republicano, con un camino difícil pero plausible hacia la presidencia. Eso empezará a influir en los cálculos de los países.

Por ejemplo, Ucrania. Sus líderes llegarán a la conclusión de que la posibilidad de que Trump regrese al poder hace que sea aún más vital conseguir avances militares cuanto antes. En Moscú, Vladimir Putin sacará la conclusión contraria: que debería esperar a que el principal apoyo occidental de Ucrania tenga un comandante en jefe que desprecie el país y que afirme que Rusia acabará conquistándolo. O la OTAN. Muchos han temido que un Trump en su segundo mandato la habría abandonado. Afortunadamente, la agresión de Rusia ha reforzado la alianza y la ha ampliado. El día que Trump compareció ante el tribunal, Finlandia se convirtió formalmente en el 31º miembro de la OTAN. Todos ellos tienen ahora un mayor interés en fortificar la alianza lo suficiente para que resista otro ataque de Trump.

Por supuesto, podrían ocurrir muchas cosas que impidieran una nueva temporada en la Casa Blanca de El show de Trump. Ahora que el caso de Manhattan ha creado un precedente en Estados Unidos para acusar a un expresidente, es más probable que le sigan otros casos más sólidos, por ejemplo, sobre su interferencia en las elecciones de Georgia o sobre el manejo indebido de documentos clasificados. Los embrollos legales aún podrían abrumar a Trump. Incluso si gana la nominación de su partido, gracias a su fuerza con la base republicana, el electorado en general podría castigarle en una revancha con Joe Biden. Más giros en la telenovela están garantizados. Pero los amigos de Estados Unidos deberían recordar la terrible verdad: es la realidad, no un espectáculo.

Traducción: Marcos Villasmil

============

NOTA ORIGINAL

The Economist

What America’s friends should make of The Trump Show

Reasons to be both relaxed and worried

 

You have to hand it to The Trump Show. Just when you thought it had little left to offer, back it comes with a blockbuster episode. This week it offered a sensational courtroom drama, as Donald Trump became the first former American president to face criminal charges—34 of them in all. Those charges, which stem from three sets of hush money, including one to a former porn star, allegedly involved falsifying business records and the violation of campaign-finance laws. They are familiar, but lurid enough to grip an audience. Mr Trump has denied them all. America is, as ever, bitterly divided in its reactions, but united in being glued to the spectacle. What should the rest of the world make of it? Two contrasting reactions are in order.

One is to be relatively relaxed. All this may be a first for America, but not for other democracies, where taking former leaders to court is pretty common. From France (think of Jacques Chirac and Nicolas Sarkozy) to Italy (Bettino Craxi, Silvio Berlusconi) and Israel (Moshe Katsav, Ehud Olmert and now Binyamin Netanyahu), the list of prosecuted former presidents and prime ministers is long. In Taiwan indicting ex-presidents verges on a tradition. Brazil’s president, Luiz Inácio Lula da Silva, is back in office after a 580-day stint in prison. This week a former president of Kosovo, Hashim Thaci, pleaded not-guilty to war crimes and crimes against humanity at a special tribunal in The Hague. Though Mr Trump calls his legal reckoning “an attack on our country the likes of which has never been seen before”, elsewhere such things have not obviously been a disaster for democracy. Often, it is quite the reverse.

True, Mr Trump’s opponents have tried and failed to take him down by means of the political system. The House of Representatives impeached him twice; twice the Senate could not muster the two-thirds vote needed to convict him. America’s constitution deliberately makes the impeachment process hard. Mr Trump survived the made-for-tv hearings of the House’s January 6th committee. Now the effort to punish him through the courts is starting with what appears to be the flimsiest and most convoluted of the various legal cases threatening him. For that reason, the indictment in New York looks like a mistake. But prosecuting a former president at least affirms a core principle of democracy, that no one is above the law.

Serious soap

On another level, however, America’s friends should be alarmed. Many have spent the past two years in blessed relief that Mr Trump is no longer in power, desperate to believe that, surely, given his misconduct after the election in 2020 and his many troubles (from legal jeopardy to electoral setbacks and the rise of rivals), he cannot return to the White House. Such insouciance, always naive, now seems reckless, too. The latest attack has strengthened Mr Trump’s status as the Republican front-runner, with a hard but plausible path back to the presidency . That will start to influence countries’ calculations.

Take Ukraine. Its leaders will conclude that the possibility of Mr Trump’s return to power makes it all the more vital to achieve military gains sooner rather than later. In Moscow Vladimir Putin will draw the opposite conclusion, that he should hold out for a time when Ukraine’s main Western backer might have a commander-in-chief who scorns the country and says Russia will eventually conquer all of it. Or take nato. Many have feared a second-term Trump would abandon it. Fortunately, Russia’s aggression has strengthened the alliance and expanded it. On the day Mr Trump appeared in court, Finland formally became nato’s 31st member. All of them now have a greater interest in fortifying the alliance to withstand another Trump shock.

Of course, a lot could happen to prevent a new White House series of The Trump Show. Now that the Manhattan case has created an American precedent for indicting a former president, it becomes more likely that other, stronger cases will follow—on election interference in Georgia, for example, or on his mishandling of classified documents. Legal imbroglios could yet overwhelm Mr Trump. Even if he wins his party’s nomination, thanks to his strength with the Republican base, the broader electorate may punish him in a rematch with Joe Biden. More twists in the soap opera are guaranteed. But America’s friends should remember the awful truth: it is reality, not a show.

 

 

Botón volver arriba