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Karina Sainz Borgo: El resucitador de canarios

Una sociedad sin belleza es una sociedad muerta

Karina Sainz Borgo: El resucitador de canarios

 

En su libro ‘El último verano’ (Debate), Diego Garrocho habla de la búsqueda de la tríada clásica que forman el bien, la verdad y la belleza. En una charla sobre algunos de esos textos, y a la pregunta sobre la búsqueda de tal cosa como la belleza, Garrocho contestó: «la belleza es el canario en la mina de una sociedad». Al escucharlo, sentí que estaba ante una jaula vacía. Que el canario había echado a volar hacía rato.

Los mineros ingleses solían introducir canarios en el interior de las minas para detectar gases tóxicos. No era su belleza ni su canto lo que los hacía necesarios, sino su utilidad como detectores de monóxido de carbono. En caso de derrumbes o explosiones, bastaba con que un rescatista bajase primero con un pájaro dentro de una jaula: si notaba que el ave estaba afectada, la mina procedía a ser evacuada. Su envenenamiento marcaba el camino.

Una sociedad sin canarios, es decir, una sociedad sin belleza o con una profunda incapacidad para detectarla, apreciarla y propiciarla es una sociedad muerta. La enfermedad que mata la belleza se contrae fácilmente y sin notarlo, comienza por afianzar las ideas simples, la fumigación y el destierro de la compasión, el desmoronamiento y olvido del pasado, la tala y deforestación del bosque ilustrado, y así sucesivamente hasta cruzar la línea roja que transforma a los ciudadanos en turba.

A lo largo de la historia, el mundo se ha convertido en un lugar habitado por canarios muertos en sus jaulas. Un lugar en el que nadie marca el camino. Un artefacto, sin embargo, permanece como curiosa y optimista evidencia de que siempre se puede volver de a muerte. A finales del siglo XIX, en Inglaterra, se creó el resucitador de canarios, una especie de caja de metal y vidrio con una puerta circular y una válvula de oxígeno en su parte superior. Al adentrarse en la mina, la puerta se dejaba abierta. Si el portador advertía que el animal presentaba signos de envenenamiento, se cerraba la puerta e inmediatamente se liberaba oxígeno.

La belleza, como la risa, actúa como un desfibrilador. Nos traen de vuelta a la vida. Nos meten en ella. Nos apartan de la turba. Nos quitan la piedra de la mano. Nos deja sin palabras. Nos emociona al escuchar una melodía o nos eriza la piel al presenciar ese momento extraordinario en el que cae un telón. Hacen falta tiempo y predisposición para lo bello. Es necesaria una mirada atenta, un silencio interior.

De los cinco movimientos de la Sinfonía No. 2 de Mahler, el último es el más hermoso. El juicio final ha llegado. Suenan las trompetas del Apocalipsis y luego un aterrador silencio. En ese instante oscuro, ausente de cualquier nota, emerge el canto de un ruiseñor. Ese momento fugaz, brevísimo, anticipa las voces del coro que anuncia la resurrección. Es el triunfo de la vida sobre la muerte. Es bello, porque estamos vivos para escucharlo. Tiene razón Garrocho, la belleza es el canario en la mina de una sociedad.

 

 

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