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Macri, Rajoy, Orwell y la oposición venezolana

macri-victoriosoLuego de haber ganado Mauricio Macri la elección presidencial argentina ¿Qué experiencias de gobierno pueden en este momento ser útiles para la administración naciente? ¿Qué aprender de las desazones de la gestión de Mariano Rajoy, en España? Y, finalmente, ¿Qué lecciones de todo ello puede asumir la oposición venezolana?

Pasada la alegría de la victoria, y luego de la luna de miel de las primeras semanas de preparación de los equipos de gobierno, ha llegado la realidad que implica pasar de las promesas a las realizaciones, de las esperanzas a los logros. Sin ánimo de pensar que todo pueda salir a la perfección -lo cual es sencilla y humanamente imposible-, hay experiencias recientes que pueden mencionarse, y que pueden ser útiles tanto al gobierno argentino como a la oposición venezolana -presente gobierno parlamentario y, si Dios quiere, futuro gobierno nacional-.

Tomemos el caso español: Mariano Rajoy llega al gobierno, con mayoría absoluta, luego del desastre –las otras palabras posibles son todas sinónimos- de José Luis Rodríguez Zapatero, un hombre hoy tan popular en su tierra como George W. Bush o Jimmy Carter entre los norteamericanos. El mandato dado a Rajoy y al Partido Popular era claro: rescatar la economía española de la crisis, recuperar los centenares de miles de puestos de trabajo perdidos, ayudar a un tejido social que había sufrido un verdadero cataclismo.

Al día de hoy, muchos de los objetivos fueron logrados. Ningún analista serio, al menos fuera de España, lo duda. ¿Por qué entonces el partido perdió 64 escaños, y un tercio del voto popular, en las pasadas elecciones del domingo 20 de diciembre? 

A esta altura de la nota, algún lector podría replicar que los variados casos de corrupción han afectado al Partido Popular, lo cual no se puede negar. Pero es que la caída en las encuestas ya era acentuada mucho tiempo antes de que el partido fuera sacudido por los escándalos diversos.

El gobierno de Rajoy, por su conducta, y los resultados de la misma, al parecer nunca le dio importancia al sabio dicho de que la política es en gran medida percepción. Lo que la ciudadanía percibe y siente, es tan o más importante que los hechos y las realizaciones. Nos guste o no, es así. Y la oposición española, en especial la de izquierda, explotó siempre la expresión de una cierta distancia, una lejanía, con un lenguaje dogmático, tecnocrático y burocrático, de parte del equipo de gobierno presidido por Rajoy. Desde el primer día. Y al tan importante tema del lenguaje siempre hay que hacer especial referencia. 

Un hecho esencial en las sociedades del siglo XXI es que la gente desea y aspira liderazgos empáticos. La gente espera de sus políticos que sientan sus afanes y problemas, no que les den clases magistrales desde las alturas del poder. Los políticos no pueden seguir actuando como como si no tuviesen que explicarle a los ciudadanos las razones de sus decisiones. 

En una entrevista televisada previa a las elecciones, Rajoy confesó, con ingenuidad disfrazada de sinceridad, que en los primeros momentos de su gobierno, cuando tuvo que tomar decisiones difíciles y controversiales, «yo no explicaba nada. Seguramente me expliqué muy mal. En realidad, ni me expliqué.» 

Macri debe pedirle a sus ministros que aprendan la lección española: tan importante como las buenas decisiones y acciones, es saber comunicarlas y explicarlas. Y no olvidarse que en el centro de todas las decisiones están ¡siempre! las personas de carne y hueso, y sus graves problemas.

Se cuenta que en los años ochenta, Alan Greenspan, entonces presidente de la Reserva Federal norteamericana, luego de haber hablado ante una comisión del congreso, les espetó: “Si les parezco especialmente claro es porque deben haber malinterpretado lo que he dicho». Que me perdone el señor Greenspan, pero los responsables de las políticas económicas deben hablar con sencillez, transmitir calidez y cercanía. Y olvidarse de expresiones oscuras, áridas, abstractas o simplemente incomprensibles para el ciudadano común. Que no declaren sólo para la cofradía, para sus colegas. Cuando sufre el lenguaje, sufre la política. Porque hay una íntima relación entre lenguaje y política, como la hay entre cultura y sociedad. 

Frente a la oscuridad expresiva, se necesita el lenguaje claro y llano, como las palabras de la nueva vicepresidenta argentina, Gabriela Michetti, en la noche del triunfo. Asimismo, el gobierno de Macri debe llevar a la práctica el título de la canción de campaña: “Estoy con vos”.

 

 

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En un celebrado ensayo titulado “La política y el idioma inglés”, George Orwell afirmaba que adoptar malos hábitos expresivos trae como consecuencia que dejemos de pensar con claridad, y que existe una clara relación entre la decadencia de la política y la degradación del lenguaje. De esto último, el chavismo es uno de los ejemplos más perfectos en la historia.

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En claro contraste, no es casualidad que el político democrático más importante del siglo XX, Winston Churchill, fue asimismo Premio Nobel de Literatura.

Los venezolanos obtuvimos el 6-D un gran resultado para la renovación democrática del país. Conviene que los liderazgos partidistas de la MUD, y sus expresiones parlamentarias, también tomen en cuenta lo aquí dicho. De entrada, lo han estado haciendo bien.  Entendieron que las primeras decisiones no podían ser sólo del ámbito político –como la justa liberación de los presos- sino que debían aprobarse asimismo resoluciones que ayudasen a aliviar la tremenda fractura social y económica que hoy padecemos, comunicadas con un lenguaje empático, cálido, comprensivo. Sigan así. Que cada vez que abran la boca para declarar, parezca que también están tendiendo la mano.

Después de 17 años de chavismo, los venezolanos hemos aprendido, como dice Mark Lilla, que «la tiranía comienza con el lenguaje de la tiranía». Y al demagógico y falso lenguaje de la tiranía hay que enfrentarlo con el lenguaje transparente y claro de las libertades democráticas. Ya el agotado estilo chavista, en boca de Maduro o Cabello, ni convence ni mueve voluntades. 

Finalmente, volviendo a las tierras de las pampas: hay que aceptar con sobriedad y prudencia que Macri no le ganó a un partido, o a un candidato. Ni siquiera le ganó a la presidenta. Le ganó a una cultura política, la peronista, la cual no se va a quedar tranquila. Que se recuperará, con mucha probabilidad, luego de las luchas por el liderazgo interno (y ya comienzan los posicionamientos de las tendencias frente a las elecciones parlamentarias de 2017). Quizá salga un nuevo líder de las nuevas generaciones, o Sergio Massa consolide su independencia frente al nefasto kirchnerismo y su visión feudalista de la política. Pero los seguidores de la expresidenta tranquilos no se van a quedar, y en el congreso harán toda la oposición posible, por vías legales o no tanto, con el fin de impedir la labor del líder de Cambiemos. Por eso el reto de Mauricio Macri es muy grande; del tamaño de su país, de la dimensión de la crisis que enfrenta, y de las expectativas de su pueblo.

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