Escribió Teilhard de Chardin que desde niño sintió la pasión por lo absoluto. «La historia de mi vida interior es la historia de esta búsqueda que me llevaba a realidades cada vez más universales y perfectas», afirmó. Ese afán siempre permaneció intacto a lo largo de su vida. Murió a los 73 años en Nueva York en una penosa soledad tras sufrir la condena del Vaticano de sus obras más importantes.
He estado releyendo una antología de sus escritos en los últimos días y, conforme avanzaba, volvía a revivir la fascinación que sentí hace 50 años cuando descubrí ‘El fenómeno humano’ en la biblioteca de mi padre. Devoré en secreto sus páginas porque era un libro que entonces era considerado herético por la Iglesia católica.
No voy a glosar la teología de Teilhard, pero diré solamente que este padre jesuita sostenía que el universo está impregnado de espiritualidad y que el mundo confluye hacia su encuentro con Dios en lo que él llamaba el punto omega.
Teilhard, científico y paleontólogo, nunca quiso renunciar a sus ideas pese a las presiones que recibió porque, como él expresó, estaba convencido de estar en lo cierto. Rectificar era traicionar su conciencia. Habrá quien piense que pecó de orgullo, pero yo creo que fue coherente.
Al leerlo de nuevo me he dado cuenta de que sus tesis guardan una importante similitud con la filosofía de Spinoza, que defendía que la realidad material es una extensión de la sustancia divina. El autor de la ‘Ética’ desembocaba en un panteísmo considerado también herético en su tiempo.
No es una columna el lugar adecuado para profundizar en las ideas de Teilhard y Spinoza, pero en estos tiempos de dudas e incertidumbre, donde todo es volátil, leer a estos dos pensadores es un consuelo, una especie de bálsamo que cura las heridas. Yo mismo estoy enfermo de relatividad y de desencanto. Soy agnóstico, pero cada vez estoy mas tentado a creer que no existe nada después de la muerte. Y desgraciadamente he perdido muchos amigos y familiares en estos dos últimos años. A un paso de la vejez y con mala salud, mi pesimismo es cada vez más exacerbado.
La fe de este jesuita que era pecado leer me conmueve. Es una fe que se reafirma en el ostracismo y la persecución intelectual que sufrió. En medio de esas dificultades, escribió que se abandonaba a Cristo con ciega confianza. Y que asumía su silencio como una prueba a la que el Espíritu Santo le sometía. «El universo es arcilla con múltiples posibilidades que Dios modela a su antojo», dijo.
En último término, Teilhard realizó la apuesta pascaliana por ese absoluto en el que hay poco que perder y mucho que ganar. Si Dios ha muerto, también nosotros. Si es así, estamos condenados a la nada, a ser un breve instante en el eterno devenir del tiempo. ‘Domine, adjuva incredulitatem meam’. Me sumo a la oración.