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Rafael Rojas: Ni Huntington, ni Chomsky

imagesLas primeras reacciones de las redes sociales contra los ataques terroristas en París, hace una semana, dejaron ver lo poco que hemos aprendido desde el derribo de las Torres Gemelas en Nueva York. Unos volvieron a certificar un “choque de civilizaciones”, que enfrentaba a Occidente con un enemigo total, no yihadista o terrorista, sino islámico, musulmán o árabe. Otros, prefirieron concluir que el agresor, es decir, el Estado Islámico, era una construcción —un Frankenstein han dicho algunos— de Occidente o, más específicamente, de Estados Unidos.

Samuel Huntington, Harvard Univeristy's Albert J. Weatherhead University Professor. Staff Photo Jon Chase/Harvard University News Office
Samuel Huntington, Harvard Univeristy’s Albert J. Weatherhead University Professor.

Como observara el historiador Carlos Bravo Regidor, ambas reacciones podrían encapsularse en teorías suficientemente refutadas. De un lado, la idea de Samuel P. Huntington, que desde los 90 del siglo pasado profetizaba una guerra civilizatoria entre el mundo occidental y la cultura árabe, que escenificaría la lucha entre el modo de vida secular de las democracias avanzadas y las teocracias integristas del Medio Oriente. Del otro, los encomendados a la prédica de Noam Chomsky y la escuela “altermundista”, que sostiene que todo terrorismo, y especialmente el yihadista, tiene una conexión causal y orgánica con las grandes potencias occidentales.

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Noam Chomsky

Una y otra tesis son tentadoras porque son fáciles. Nada más sencillo que partir el mundo en dos y, alternativamente, decidir cuál es el lado bueno o el malo. Se trata, a todas luces, de un maniqueísmo cuyo peor efecto no es la división en sí, sino la equivocada concentración de tantos actores y sujetos distintos en uno u otro polo ¿Qué tienen que ver las decenas de millones de musulmanes pacíficos que habitan el planeta con los miles de yihadistas del Estado Islámico? ¿Por qué asumir que los efectos desastrosos de las recientes guerras de Estados Unidos en el Medio Oriente hacen de Washington —o de cualquier otra potencia occidental— el máximo o el único responsable del terrorismo islamista?

Ambas tesis están equivocadas porque violentan la complejidad de una trama irreductible y ramificada: la tesis Huntington y la tesis Chomsky. Pero cada una es incapaz de ocultar su voluntad de seducción. Los medios impresos o electrónicos se han llenado, en la última semana, de múltiples representaciones de lo que sucede que apelan a lo que León Poliakov llamada “causalidades diabólicas” o a lo que Roger Bartra definía como “síndrome de Jezabel” en Las redes imaginarias del poder político (1981). Un espejismo en el que los culpables no son los culpables y las víctimas no son las víctimas: siempre hay un otro detrás.

El Estado Islámico se ha lanzado en una guerra desenfrenada contra todo poder que se oponga a la creación y expansión de un califato, que asienta su dominio territorial entre Irak, Siria y el Levante. Sus actos de terror se han dirigido en las últimas semanas lo mismo contra el Líbano o Turquía, que contra Rusia y Francia. Sus víctimas pertenecen a decenas de nacionalidades y a cualquier etnia o religión. Su blanco no es, únicamente, el Occidente cristiano sino todo aquello que se interponga en el camino de su misión sagrada.

La nueva guerra que ya se libra en el Medio Oriente involucra a Estados Unidos, Francia y Rusia, de manera más protagónica, pero es compartida por la mayoría de los gobiernos europeos. No se puede pensar esta guerra de la misma manera que se pensó y, con razón se rechazó, la guerra contra el Irak de Saddam Hussein que George W. Bush armó unilateralmente. Obama, Hollande o Putin no presentan esta guerra como otra causa santa, de la cristiandad o la democracia contra un “eje del mal”. Interpretar de esa manera un conflicto que apenas comienza y que puede durar años, es alentar la intolerancia y el dogmatismo como respuestas al terror.

rafael.rojas@razon.com.mx

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