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Biden vs Trump, la secuela inevitable que nadie quiere

La tradición de los grandes partidos, la falta de alternativas y la aritmética de las primarias empujan a una reedición de 2020

A finales de enero de 2021, con Joe Biden recién investido como presidente de EE.UU., era difícil pensar que la batalla electoral que había protagonizado con Donald Trump en noviembre del año anterior volviera a repetirse. Como candidato demócrata, Biden había deslizado que su presidencia, que arrancaba con 78 años (más edad que cuando el hasta entonces presidente más viejo de la historia, Ronald Reagan, dejó la Casa Blanca), duraría solo cuatro años. Y Trump parecía haber quemado su carrera política en el aquelarre del asalto al Capitolio, pocas semanas antes. Más de tres años después, los estadounidenses miran esta semana con hastío cómo la realidad se ha dado la vuelta como un calcetín: la reedición del ‘Biden vs Trump’ parece inevitable.

Contra lo que pareció en un principio, los republicanos perdonaron a Trump su papel en el ataque trágico y bochornoso a la sede de la soberanía popular: casi ningún líder quiso tener en contra a su amplia y leal base de seguidores. El expresidente se ha mantenido como capo del partido, impulsando candidatos en primarias y arrinconando a quienes no comulgan con sus teorías infundadas del robo electoral de 2020.

Biden, por su lado, empezó a decir cada vez que le preguntaban que su intención era presentarse a la reelección. Al principio parecía una respuesta estratégica para no forzar movimientos subterráneos en el partido de cara a 2024. Con el avance de su presidencia, las intenciones del presidente octogenario eran serias.

El otoño pasado, la posibilidad de que Biden tuviera que dar un paso al costado creció. Su popularidad estaba hundida, la inflación comía los bolsillos de los estadounidenses y el recuerdo del desastre en la salida de las tropas de Afganistán permanecía en la retina del país.

Los resultados de las legislativas del pasado noviembre, mejores de lo esperado para los demócratas, fueron un balón de oxígeno para Biden. Pese a la oposición, también de sus votantes, a que se presente a la reelección, ha seguido adelante y lo ha confirmado esta semana.

En el caso de Trump, esos resultados de las legislativas podrían haber sido su final. Muchos republicanos culparon a los candidatos impulsados por el expresidente -demasiado radicales para ganar las batallas que importan, en los estados bisagra- del golpe electoral. Los ojos se pusieron de inmediato en Ron DeSantis, estrella ascendente del partido, metido en todas las luchas culturales contra la agenda ‘woke’, que acababa de imponerse con suficiencia en su reelección como gobernador de Florida.

DeSantis empezó a crecer en las encuestas y Trump respondió con una gran jugada de estrategia: adelantó su presentación a la candidatura a la presidencia en 2024. Inmovilizó a DeSantis -todavía no se ha presentado- y a buena parte de los candidatos que podrían plantarle cara. Empezó a soltar ataques y motes contra DeSantis, en una advertencia que iba más allá de Florida: cualquiera que se presente contra él tendrá que bajar al fango. Entre eso y los espectáculos judiciales como su arresto e imputación en Nueva York, Trump se ha disparado en las encuestas.

Lucha inevitable

El resultado: a día de hoy, Trump y Biden parecen inevitables como candidatos de los dos grandes partidos de la primera potencia mundial. La contradicción es que la mayoría de los estadounidenses han visto ya esa película y no quieren la secuela. Durante el último año, las encuestas muestran una y otra vez cómo los votantes preferirían otros candidatos. En la última, de NBC News, esta misma semana, apunta a que el 60% no quieren que Trump se presente y el 70% no quiere que Biden se presente (incluidos, lo que es más preocupante para el presidente, el 51% de los demócratas). El entusiasmo en su partido es mucho mayor por Trump, pero el problema es que le costará atraer votos moderados e independientes, imprescindible para ganar.

¿Por qué no hay alternativas? En el caso de Trump, porque sigue siendo muy popular en una parte del electorado republicano, y esto le dará mucha ventaja en con la aritmética de las primarias. Y cualquier candidato que busque plantarle cara -los que se han presentado hasta ahora, como la exembajadora ante la ONU Nikki Haley, son de poca entidad- sabe que se convertirá en la diana.

Por el lado de Biden, es muy raro que los partidos no den la nominación a un presidente que ganó la elección y que busca un segundo mandato. Solo ha ocurrido una vez en la historia: en 1856 con Franklin Pierce. El partido demócrata no ha promovido alternativas y Biden, pese a su edad (concurrirá a la reelección con casi 82), tampoco ha dejado hueco. El partido se centra en agruparse en torno a su líder, por muy débil que sea o por muchas dudas -en el caso de Biden, su edad- que provoque.

«Si Ted Kennedy no pudo echar a Jimmy Carter, nadie hoy en el partido demócrata va a derrotar a Joe Biden», ha escrito con acierto Tom Nichols en ‘The Atlantic’.

Hay escenarios en que esto podría cambiar: que la acumulación de problemas judiciales se convierta en una carga verdadera para Trump y que el partido lance todo su apoyo a DeSantis (improbable: hasta el momento, los juzgados solo le han traído más apoyo interno al expresidente); o que un problema médico deje fuera de juego a uno de los dos candidatos (Trump tampoco es precisamente joven, tendrá 77 años en las elecciones).

La falta de entusiasmo afecta también a los donantes. Peter Thiel, el multimillonario del sector tecnológico y uno de los que impulsó la primera aventura presidencial de Trump, no va a apoyar a ningún candidato, ha revelado Reuters. Es una línea que ya han seguido otros grupos de grandes donantes republicanos -la red de Charles Koch, el Club for Growth-, que han anunciado que no financiarán a Trump.

 

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