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Meryl Streep, premio Princesa de Asturias de las Artes: el triunfo de lo ordinario

La actriz ha sido reconocida con el Princesa de Asturias de las Artes por su «brillante carrera»

Decía Goethe de Napoleón que era un «extraordinario hombre ordinario». Bien podría decirse lo mismo de Meryl Streep (Summit, Nueva Jersey, 1949), capaz de destacar con el sutil talento de trascender aun siendo una mujer corriente. Nunca ha tenido la actriz la belleza clásica de Elizabeth Taylor, la grácil elegancia de Audrey Hepburn o el desparpajo de Ava Gardner, pero sí la versatilidad para convertirse en cualquiera de ellas. Con una destreza fuera de lo común para recrear los detalles más cotidianos, Streep es capaz de mimetizarse con la guapa y con la fea, con la buena y con la villana. Con la que llora y con la que hace llorar.

Tiene la extraña habilidad la intérprete de brillar incluso cuando desaparece.

Detrás de madres obligadas a renunciar a sus hijos, de mujeres que sufren por amores efímeros. De esconderse tras el llanto, sobre todo, pero también tras la risa; bajo la lluvia que despoja de todo disfraz o manejando trucos infalibles, desde las prótesis para convertirse en otros a los acentos para simular sus vidas. «¿Cómo voy a hacer un papel y a hablar como hablo yo?», reconoció Streep, armada con la dicción para ser británica o polaca y también esa sensibilidad especial para ser natural aun cuando imposta o cultiva diferentes y extravagantes registros.

Por todo ello, y aún más, Meryl Streep fue ayer reconocida con el premio Princesa de Asturias de las Artes, siguiendo la estela de otros rostros cinéfilos como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola o Woody Allen, con quien, al principio de su carrera, trabajó en ‘Manhattan’. «A lo largo de cinco décadasMeryl Streep ha desarrollado una carrera brillante encadenando interpretaciones en las que da vida a personajes femeninos ricos y complejos, que invitan a la reflexión y a la formación del espíritu crítico del espectador», reivindica el acta del jurado, que destaca además «la honestidad y responsabilidad en la elección de sus trabajos, al servicio de narrativas inspiradoras y ejemplarizantes». Para el premio, que se suma a un palmarés con lustre de leyenda en el que hay Emmy, SAG, Bafta, un Donostia del Festival de San Sebastián y uno a la mejor interpretación de Cannes, fue propuesta por Pedro Almodóvar, que escribió el papel de ‘Julieta’ pensando en la actriz cuando se iba a rodar en inglés. La película al final se hizo en español, y por primera vez otro idioma fue una traba insuperable para la actriz de las mil nacionalidades.

La actriz de los cien rostros

También de los infinitos registros, paladina de la mutabilidad que eleva cualquier película. En el drama, donde reina, los ejemplos son incontables: ‘La decisión de Sophie’, ‘Memorias de África’, ‘Los puentes de Madison’… Imposible contar sin perder la cuenta de tantos y tan buenos títulos. Pero no se queda atrás en comedia, salvando los muebles y poniendo en el mapa ‘El diablo viste de Prada’, bailando, seduciendo y haciendo gorgoritos en ‘Mamma Mia!’ o riéndose de todos, incluso de ella misma, en su última cinta, ‘No mires arriba’.

Tiene el don Meryl Streep de trascender el tiempo y desafiar a Hollywood, retando a la meca del cine y a su programada obsolescencia de actrices pasados los cincuenta. A gusto con sus arrugas y con la deriva natural del rubio de su melena, sigue vapuleando registros a sus 73 años, volviendo a una televisión de la que fue pionera, pendiente de estrenar la tercera temporada de ‘Solo asesinatos en el edificio’, protagonizando una sátira para Netflix al final de su filmografía o levantando la voz frente a las injusticias. De Donald Trump, que dijo que era «una actriz sobrevalorada», del MeToo y del feminismo y hasta de sí misma. Actriz metódica y rigurosa, curtida en el teatro, en el que conoció a Shakespeare y se enamoró de John Cazale, uno de los amores de su vida, ostenta el récord del mayor número de nominaciones a los Oscar, veintiuna. «Es extraordinariamente trabajadora, hasta el punto de resultar obsesiva. No piensa en nada más aparte de lo que está haciendo», coincidieron Dustin Hoffman y Stan Jaffee, coprotagonista y productor de ‘Kramer contra Kramer’, película para la que se empeñó en reescribir su papel de madre divorciada por no ser representativo.

Precisamente, al final de la vida de Cazale, más incluso que a su buen tino, le debe sus primeros hitos. Su primera candidatura a la estatuilla dorada le llegó un año después de debutar en el cine, con la película ‘El cazador’ (1979), que no aceptó ni por su reparto ni por su guion sino para pasar más tiempo con un Cazale terminal, derrotado ya por un cáncer de pulmón que no le privó hasta el final de su paquete de cigarrillos. También por él, para pagar su seguro médico, accedió un año antes a participar en la miniserie ‘Holocausto’, que le valió su primer Emmy, y se ganó los respetos de sus compañeros de reparto, de Robert De Niro a Al Pacino. «Cuando vi a esa chica allí [en el hospital] con él, pensé que no había nada igual. Eso es lo importante para mí. Por muy buena que sea en su trabajo, eso es lo que recuerdo siempre que pienso en ella», dijo Pacino décadas después. Durante años dominó las nominaciones a los premios, omnipresente por casi cada papel que elegía. La última la consiguió por ‘Los archivos del Pentágono’ en 2017, después de una década en la que casi logró una candidatura por año.

Una lucha con la historia

A riesgo de convertir en costumbre, en algo normal, lo que debería estar solo al alcance de una élite de la que nunca se ha sentido parte, se quejó de la tendencia cuando ganó su tercer y último Oscar, por transformarse en Margaret Thatcher en ‘La dama de hierro’ en 2012: «Cuando dijeron mi nombre sentí que podía escuchar a media América diciendo: ‘Oh, no. Ella otra vez’». Y es cierto que muchos lo dijeron, porque su lucha ya solo es con la historia. Meryl Streep está en el Olimpo de actores, a apenas un paso de Katharine Hepburn, la única que le aventaja, con cuatro Oscar, en el palmarés de las estrellas. Y, dado que aún sigue activa, el tiempo juega a favor de la intérprete de Summit, tanto que, como todas las personas extraordinariamente ordinarias, llegará o no llegará la estatuilla, provocando un estruendo, pero sin hacer ruido.

 

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