Villasmil: Mediadores a su peculiar manera…
Hubo un tiempo en que la función de mediador gozaba de prestigio y respeto. Muchos mediadores respetables eran personas que tenían la suficiente auctoritas para cumplir su cometido y además -muy importante- no llegaban a la labor con agendas segundas o terceras a nivel personal. No jugaban con cartas marcadas.
Un mediador justo y centrado en valores democráticos tiene claro que ayudar a dialogar – cuando los actores involucrados actúan de buena fe – humaniza y dignifica a todas las partes. Pero debe recordarse asimismo que hay conflictos y batallas en los cuales no se puede ser neutral. Por algo la más célebre frase de Desmond Tutu, arzobispo anglicano de Sudáfrica, luchador contra el apartheid, es: «Si eres neutral en situaciones de injusticia es que has elegido el lado opresor».
Pongámoslo clarito: un mediador es lo contrario de lo que pretende ser como dicen los gringos 24/7, o sea todos los días, el inefable expresidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, quien por lo general aparece cuando hay una nueva ronda de negociaciones entre el chavismo y la oposición. Al hombre le sobra tiempo incluso para dirigir el llamado “Grupo de Puebla”, amigo de todos los enemigos de la democracia, de la decencia y de la libertad. Sus miembros tienen sincera vocación para servir al crimen.
Como recuerda el periodista español Antonio Caño en nota reciente «en palabras de Zapatero, la izquierda debe de seguir el ejemplo de Chávez y de Maduro, que no se rindieron a las presiones para celebrar elecciones limpias y respetar los derechos humanos, y supieron conservar el poder frente a los imperialistas y los millones de burgueses que se fueron del país. O el ejemplo de Cristina Fernández de Kirchner, corrupta, pero peronista hasta el tuétano«.
Recientemente han aparecido mediadores que se ofrecen sin que nadie los llame, para terciar, por ejemplo, en la destrucción planificada por Vladimir Putin de Ucrania, o para poner la bola más cerquita de la tiranía en la tragedia venezolana.
Un primer ejemplo puede ser el señor Emmanuel Macron, el único líder demócrata que le queda a una Francia hoy alzada en protestas.
El peculiar estilo de política exterior de Macron no lo entiende ni su señora esposa / exprofesora.
Mientras procura disociarse de los Estados Unidos ejemplifica una tendencia a involucrarse con gobernantes autoritarios. En el caso de Vladimir Putin ya mostró cómo cedía a la ilusión de poder negociar con un dictador en pie de igualdad. El presidente francés está desarrollando un estilo declarativo muy desconcertante, jugándose frente a todos uno de los bienes más preciados de un dirigente político: la credibilidad.
Más recientemente, a lo mejor para alejarse del bochinche en que se han convertido las calles de las ciudades galas, fue a visitar al autócrata Xi JinPing. Las declaraciones macronianas sobre Taiwán son sencillamente inadmisibles. Como destaca Michaela Wiegel, “al restar importancia a la diferencia entre el sistema democrático de Taiwán y el liderazgo autocrático de Beijing, rompe las inhibiciones. Se espera que una presidente Le Pen mime a los dictadores, pero Macron no”.
Con Macron, la cancillería francesa tiene hoy entre sus tareas prioritarias el control de daños causados periódicamente por su presidente.
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Pareciera difícil que alguien superara estas desafortunadas declaraciones; pues vámonos al país vecino por el este, que Lula da Silva, autodesignado mediador en Ucrania, está cortando rabo y oreja -al toro de la libertad y de la democracia-.
Qué tiempos aquellos en que la diplomacia brasileña se caracterizaba por ser muy profesional. Brasil era de los pocos países de la región con una política exterior de Estado.
Entonces llegaron Lula y su partido, el Partido dos Trabalhadores (PT), hoy en su quinto gobierno en tan solo dos décadas. Recuérdese que Lula y el PT están entre los creadores principales del Foro de Sao Paulo, herramienta vital del socialismo del siglo XXI. Era asimismo conocida su amistad con Hugo Chávez y los Castro; no hay que olvidar tampoco que Lula fue primerísimo agente de relaciones públicas de la transnacional comercial y privada que recientemente más ha influido con $$$$ en la corrupción política de América Latina, Odebrecht.
Lula es otro que se fue a China, y no de turismo o para averiguar cómo se originó el horroroso virus, sino para afirmar que “Estados Unidos incentiva la guerra en Ucrania y junto a la Unión Europea debe comenzar a hablar de paz”.
Su amistad con Irán, clarísima desde su primera presidencia, está volviendo a transitar caminos de manitas agarradas.
Lula se estrenó en el cargo de “mediador-por-designación-propia” con palabras no muy neutrales: “Zelensky no puede quererlo todo”, “debería considerar ceder Crimea definitivamente para lograr la paz”.
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Pisemos finalmente tierra colombiana, que el presidente Gustavo Petro ha decidido ponerse el uniforme del equipo “Mediadores FC” y saltar al terreno de juego para enfrentar ese minotauro que periódicamente visita las páginas de la prensa: el diálogo entre la dictadura chavista y la oposición.
El colombiano es un veterano de mil batallas, y estemos conscientes de que sus lealtades han apuntado siempre hacia La Habana. ¿O es que acaso alguien cree que de joven se metió a guerrillero porque quería conocer la campiña colombiana? Es además inteligente y buen orador como lo puede ser un político colombiano con su experiencia. Petro propuso una muy fallida reunión que se realizó la semana pasada en Bogotá sobre la crisis venezolana bajo una fórmula maquiavélicamente sencilla: “más democracia, cero sanciones”.
La respuesta norteamericana ha sido contundente: “no se levantarán las sanciones hasta que se den pasos concretos para el regreso de la democracia».
Petro se las arregló para en un mismo día presentarse -unos minutos- en la fracasada astracanada sobre Venezuela que no llegó a nada serio, reformular su gabinete (pero no raspó a su canciller, que mostró un alto grado de incompetencia y de problemas con la ética, especialmente en el “affaire Guaidó”), además de romper la coalición de gobierno. Ah, y por fin mostró su verdadero rostro izquierdoso y autoritario; como destaca el diario colombiano El Espectador «es el fin de la piel más moderada del presidente Petro».
En un discurso en el Balcón del Palacio de Nariño -a pesar de que varias personas de su círculo le recomendaron no hacerlo,- Petro volvió a convocar a la gente a las calles, y en un acto de presión al Congreso, invitó al pueblo a defender las reformas del Gobierno (pensional, laboral y de salud, tres adefesios ampliamente criticados por los expertos, por su tufo a reformas similares fracasadas). Hasta utilizó la palabra “revolución”. “Se necesita que el pueblo esté movilizado, como lo estuvo con Bolívar, Melo, López Pumarejo y Gaitán”, aseguró.
Y protagoniza este lance cuando una encuesta reciente le da sólo un 35% de apoyo, y un 57% de rechazo, con apenas ocho meses de iniciado su mandato.
Gustavo Petro, presidente de Colombia, y Verónica Alcocer, primera dama, en el balcón de la Casa de Nariño, el 1 de mayo de 2023. Foto: Óscar Pérez. |
La imagen del acto, repleto de amenazas, es poderosa por lo que tiene de antidemocrática y populista: a los venezolanos nos trae la memoria de cierto presidente ya fallecido, amante de los balcones, admirado por Petro, y causante fundamental de nuestra tragedia nacional.
Petro le quiso dar rasgos de drama a lo que fue sencillamente una descarga hormonal por su manifiesta incompetencia; en América Latina la distancia de un político de calle, revoltoso y alborotador, y un auténtico estadista es algo así como la que hay geográficamente entre Ciénaga de Oro (Colombia), lugar de nacimiento de Petro, y el Palacio de Blenheim (Inglaterra), donde naciera Winston Spencer Churchill.
Luego, al juramentar a sus nuevos ministros el 1 de mayo, un Petro sonriente habló de la «reelección presidencial», figura que, recuerda la revista Semana, está prohibida por la constitución colombiana.
Petro ha resultado ser un actor fundamental de la operación de “blanqueamiento” que las izquierdas regionales y mundiales están impulsando acerca de una tiranía, la venezolana, con una lista de crímenes más abultada que el antiguo testamento.
Por último: ¿qué tienen en común nuestros tres mediadores? Que su política exterior da vergüenza, que las encuestas internas no apuntan nada bueno, y que la luna de miel que alguna vez tuvieron con sus electorados se está convirtiendo en una luna de hiel…