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Bolaños escenificó un ejercicio de victimismo impostado. Elevó un conflicto protocolario al rango de desafío al Estado

look de alfombra roja: Isabel Díaz Ayuso, la mejor vestida de los Premios  Platino con este espectaculr vestido | Mujer Hoy

Isabel Díaz Ayuso

Por alguna razón que acaso tenga algo que ver con el narcisismo como escuela política, Sánchez y su entorno siguen empeñados en retar a Ayuso a duelos que no les benefician. Si se trata de una estrategia, y lo parece por su recurrencia, constituye una notable torpeza: la presidenta arrasa en Madrid y fuera de ella el conflicto no moviliza lo suficiente a la izquierda. Pero los dioses ciegan a quienes quieren perder y los castigan con el pecado de la soberbia, la ‘hybris’ que destruye a los héroes de la tragedia griega. Desde los tiempos de Esperanza Aguirre y Zapatero, la comunidad madrileña resiste los embates del socialismo como los judíos de Massada encerrados en su fortaleza y no hay candidato ni ministro capaz de rendir la ciudadela, como comprobó en carne propia Pablo Iglesias. Si hay algo que todo el mundo sabe ya de Ayuso es que no existe órdago al que no envide ni pelea en la que no se crezca.

Ayer fue Félix Bolaños el ariete sanchista que probó fortuna en el acto conmemorativo del Dos de Mayo. Se autoinvitó como si se colase en una boda y topó con un muro protocolario. En la entrega de medallas le dieron su sitio en primera fila junto a Margarita Robles pero en la parada militar de Sol una funcionaria le cerró con contundencia el paso y le impidió subir al estrado. El desafío era artificial, absurdo, infantil, un emperre de orgullo monclovita que pretendía otorgar rasgos de drama a un simple lance burocrático: la hembra alfa de la derecha insubordinada frente a la autoridad del Estado. El asunto pasó sin pena ni gloria aunque sirviese de carnaza a los telediarios en un día de materiales informativos escasos. Comidilla para incondicionales de ambos bandos. Es dudoso que el PSOE ganase un voto con ese ejercicio de victimismo impostado, y en cambio es seguro que el halo carismático de Ayuso salió reforzado ante sus partidarios.

La cuestión de fondo es sencilla de entender y tiene que ver con las percepciones emocionales. La gente sale a los balcones —literalmente— a aplaudir a la baronesa del PP como si pasara una procesión mientras el presidente de la nación tiene serias dificultades para lograr que no lo abucheen por la calle. No es poca diferencia. Pero además Madrid es una sociedad abierta donde la mayoría —electoral, o sea, aritmética— de la gente desea que la dejen buscarse la vida por su cuenta, y esa idea choca con el intrusismo gubernamental en empresas, costumbres y haciendas. A partir de ahí, Ayuso ha sabido construir un exitoso liderazgo de confrontación que la convierte en referencia de una posibilidad viable de gestionar las cosas públicas de otra manera. Sus atributos de icono popular se robustecen con cualquier disputa, por insustancial que sea. Y con su chulería castiza la transforma en vector de fuerza. Había que verla ayer, impertérrita, pasando revista a ritmo de chotis vestida con una hombrera goyesca.

 

 

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