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¿Son realmente libres los simpatizantes del régimen en Cuba?

Una mirada a lo que les ocurriría a los simpatizantes del régimen si decidieran cambiar de ideología y expresarse en contra de las injusticias.

Represión policial de protesta popular del 11J.
Represión policial de protesta popular del 11J. AFP

 

A lo largo de las últimas seis décadas, la sociedad cubana ha experimentado una serie de políticas opresivas que han limitado de manera significativa los derechos fundamentales de sus ciudadanos. Estas medidas han restringido severamente la capacidad de los cubanos para vivir plenamente de acuerdo con sus convicciones, creencias e ideologías divergentes al dogma comunista, convirtiendo a Cuba en uno de los países con menos libertades en el mundo.

La constante represión de espacios propicios para la libre expresión ha creado un ambiente en el que las opiniones discrepantes son inhibidas sistemáticamente. Aquellos que se atreven a expresarse en contra de la dominación estatal se enfrentan a represalias en forma de actos de repudio, desvinculación laboral forzosa, ostracismo social, difamación pública y privación de libertad. La posibilidad de ejercer la libertad de asociación parece estar reservada exclusivamente a aquellos que defienden el régimen, mientras que aquellos que lo critican son sometidos a una constante vigilancia, infiltración, amenazas y, en última instancia, encarcelamiento.

El control estatal sobre los medios de comunicación masivos y la persistente censura limitan en gran medida el acceso a la información, manipulan la opinión pública y buscan minar la capacidad de los ciudadanos para formar opiniones independientes del dogma absoluto impuesto por el Gobierno. Además, la falta de un sistema judicial independiente y las escasas garantías de un debido proceso hacen imposible el ejercicio pleno de los derechos fundamentales y la protección de los ciudadanos frente a los abusos estatales.

Todo esto podría sugerir que la ausencia de derechos y libertades en Cuba afecta únicamente a los disidentes y detractores del Gobierno. A fin de cuentas, quienes comulgan con la doctrina promulgada por el Estado pueden expresarse libremente para exponer sus puntos de vista, que son siempre del agrado de quienes los observan desde lo alto, asintiendo en gesto de aprobación. También tienen la libertad de asociarse para aplaudir, gritar consignas o hacer actos de repudio a sus conciudadanos. Además, sienten que ejercen libremente un derecho cuando votan por los candidatos de su mismo partido puesto que, para ellos, confirmar equivale a elegir.

Pero, ¿son realmente libres los simpatizantes del régimen comunista en Cuba?

La libertad no solo conlleva la posibilidad de actuar sin restricciones externas siempre que no se infrinjan los derechos de los demás, sino también el poder vivir de acuerdo con nuestras convicciones, creencias e ideologías. Especialmente, implica la capacidad de reemplazar estas últimas sin correr el riesgo de sufrir castigos por ello.

Pensemos entonces por un momento, ¿qué ocurriría si los simpatizantes del régimen comunista decidieran cambiar de ideología y expresarse en contra de las injusticias del régimen? ¿Acaso no enfrentarían el mismo destino que los disidentes? ¿No serían condenados a penas de prisión similares? ¿No correrían el riesgo de ser expulsados del país? ¿No se les prohibiría la entrada si intentaran regresar? ¿No serían objeto de campañas públicas de desprestigio moral? ¿No serían despedidos de sus trabajos?

Y si buscaran asociarse con personas afines a su nueva forma de pensar, ¿no serían vigilados, infiltrados, amenazados y, eventualmente, encarcelados? ¿Existiría un abogado capaz de defenderlos de manera independiente al Estado o un juez que los juzgara con imparcialidad? ¿Serían enviados a prisiones de mayor calidad o enfrentarían un mejor destierro?

Y si tuvieran la intención de votar por alguien que represente sus nuevas ideas, tal como antes creían que podían hacerlo con las antiguas, ¿tendrían opciones reales?

No, los simpatizantes del régimen comunista en Cuba no son libres. No lo son ni aquellos que creen sinceramente en los dogmas comunistas ni los hipócritas que critican y reprimen a sus compatriotas mientras buscan desesperadamente abandonar la Isla. A ninguno de ellos se les escapa que son marionetas dóciles y obedientes en manos de un sistema que los utiliza como engranajes para mantener su maquinaria de dominación. Incluso los favorecidos, a quienes el régimen les permite disfrutar de pequeñas migajas de poder y privilegios, son conscientes de que su suerte puede acabar en cualquier momento. La capacidad irrestricta del Gobierno para intervenir en sus vidas, confiscar sus propiedades y aplicar castigos despiadados, es el sello distintivo de una dominación que se extiende más allá de lo evidente.

La diferencia entre los acólitos del régimen y aquellos que se atreven a disentir públicamente no radica en la libertad, sino en la cobardía de los primeros y en su insensibilidad brutal hacia el sufrimiento del pueblo cubano, así como en su sumisión acrítica al totalitarismo. Son devotos serviles del mal, a los cuales les resulta irrelevante la profunda miseria en la que sus amos han sumido a la nación. Aunque arrastran sus existencias acariciando con sumisión las botas manchadas de sangre de los militares, tales actos no les confieren una mayor libertad ni los protegen de ser aplastados por esas mismas botas si decidieran alinearse con la justicia y el honor. Es posible que sus cadenas sean invisibles, pero también son más pesadas que las que han sido impuestas a aquellos que se atreven a luchar por la libertad y la democracia.

 

 

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